The Objective
Antonio Agredano

Feijóo quiere una batucada de derechas

«Si los afines al PP quieren un cambio tranquilo, Feijóo es su hombre. Pero si lo que buscan es una pelea de nudillos desnudos, ya sabrán de sobra quién es su candidata»

Opinión
Feijóo quiere una batucada de derechas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando Alberto Núñez Feijóo anunció la movilización del pasado domingo, algunos amigos afines al Partido Popular se echaron las manos a la cabeza. «¡Qué inmenso error!», me dijo uno de ellos. «¿Para qué? ¿Para pinchar y darle alas a Vox?», dijo otra, mientras apuraba su caña en un agradable bar de la calle Chicarreros en Sevilla. Hasta Ester Muñoz, portavoz del PP en el Congreso, entrevistada por Carlos Alsina, parecía poco entusiasta con la idea y hablaba del clima y del frío cuando se le pedía que aventurase el poder de convocatoria.

Estoy comprobando que los afines al PP, ciudadanos, periodistas y hasta militantes, son de un gataflorismo desconcertante. Feijóo no es Alejandro Magno, pero se le podría reconocer alguna conquista por parte de los suyos. El poder territorial, del que muchos de esos críticos internos comen, el discurso moderado, por mucho que se victimice el PSOE, o cierta valentía a la hora de disputarle la calle a su histórica propietaria, que no es otra que la izquierda.

Cuando María Guardiola convocó elecciones en Extremadura, escuché a popes radiofónicos censurándole a ella lo mismo que llevan años exigiéndole a Pedro Sánchez: invocar a las urnas por no poder sacar adelante unos Presupuestos. «Va por libre», como si la política tuviera más maestros que la intuición y la coherencia. «No es el momento», dijeron. ¿Y cuándo es el momento?, me pregunto. ¿Cuál es el oasis en el desierto de la crítica política?

También se le afeó a Carlos Mazón que dimitiera el mismo día que empezaba el juicio al fiscal general del Estado. No vale su adiós, tan exigido por uno y otro lado, es que también había que elegir qué momento, qué mensaje y casi qué traje debería haber llevado. El nivel de escrupulosidad, de mimimís, de segundas y terceras lecturas, va mucho más lejos de la objetividad o del análisis. Estamos entrando en un mundo melifluo. De cierto amaneramiento crítico. De confundir la portería a la que uno debe chutar.

En periodistas, gente extraña, pues allá cada cual con sus equilibrios y su audiencia. Pero en personas del aparato, en votantes, en ese magma emocional de la centroderecha española, es llamativa esa falta adhesión a su líder en un momento tan licuado, tan turbio y tan férreo en la acera contraria. La política a veces exige más confianza y menos prejuicios; y si no es el mejor candidato, al menos, habría que evitar repetir los mismos mensajes que los rivales usan contra él.

«Sánchez ha logrado ser aplaudido dos veces: una por decir una cosa y luego por hacer la contraria»

La izquierda está hooliganizada. Y creo que es mérito de Pedro Sánchez. Ha logrado ser aplaudido dos veces: una por decir una cosa y luego por hacer la contraria. Las ovaciones y la conga de opinadores, tuiteros y militantes que van detrás del presidente dan la medida de una nueva España relajada en sus pretensiones, a los que les vale el blanco y el negro, cuyo pensamiento crítico consiste en enseñar de vez en cuando una foto de Feijóo con un narco o nombrar a Bárcenas cada vez que oyen Santos Cerdán.

Yo no le pido a la derecha que imite al sanchismo. De hecho, yo no le pido nada. Allá cada cual. Pero me sorprende este abatimiento general, este gris entusiasmo, que está animando a Vox, un partido mucho más estruendoso y apretado que el Partido Popular de las Muñoz y de los Tellado. A veces se confunde la independencia con la dignidad impostada. A veces se confunde la integridad con cierto coqueteo con el opuesto.

Creo que España será un lugar más libre cuando en las movilizaciones de derechas intervengan batucadas de derechas. Sería el golpe definitivo al progresismo jaranero. Una manifestación festiva a favor del liberalismo y de los valores tradicionales. Estamos lejos de eso pero, aun así, la inesperada convocatoria de Feijóo fue un éxito. Entre 40.000 y 80.000 personas, un domingo frío, frente a un Pedro Sánchez que resiste en pie pese a que Moncloa y Soto del Real estén unidas por un pasadizo subterráneo.

«Feijóo, con o sin gafas, solo necesita un partido que confíe en él y un electorado que no se sume a la fricción ni a las dudas»

Feijóo no es Danny Zuko. No es Johnny Castle. No es Maverick. No es Dylan McKay. No es certero en sus intervenciones. Se le ve parapetado, demasiado cómodo, con un grupo de confianza. A veces tiene la cintura de un central pamplonica de los ochenta. Le cuesta llevar la iniciativa. Si Sánchez es Ben-Hur, Feijóo es un poco Messala, ahí con sus caballos oscuros, mirando de reojo siempre a su rival.

Pero a un político no hay que pedirle solo carisma, también algo de gestión y un plan pausado. No tiene que ser el malote de la clase, sino más bien el empollón. Quizá el sanchismo nos ha arrastrado hasta los pasillos del instituto, con carpetas forradas con recortes y desplegables de la Nueva Vale. Pero Feijóo, con o sin gafas, solo necesita un partido que confíe en él y un electorado que no se sume a la fricción ni a las dudas.

No es el más macarra de la clase, ni el que tiene las mejores contestaciones, pero su apuesta de estabilidad y recuperación de las instituciones podría ser razonable para los suyos. La idea de un villano mimético de Sánchez es aterradora. Más allá de Sánchez, solo hay acantilados y luego, dragones. Si los afines al PP quieren un cambio tranquilo, Feijóo es su hombre. Pero si lo que buscan es una pelea de nudillos desnudos en el parking de la discoteca, ya sabrán de sobra quién es su candidata.

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