The Objective
José Carlos Llop

Jabalíes

«El jabalí había perdido protagonismo y visibilidad y, a medida que hemos entrado en decadencia, ha ido recuperando ambas cosas»

Opinión
Jabalíes

Escultura de un jabalí en Francia. | Vincent Isore (Zuma Press)

Baltasar Porcel escribió una novela titulada El cor del senglarEl corazón del jabalí— que es, junto con Cavalls cap a la fosca, su mejor novela, pese al desenfoque en su visión de la ciudad. Este es un rasgo común en los autores que no han nacido en ciudad y la descubren no tanto en la realidad vivida sino en una soi disant mitología literaria de juventud combinada con cierto desclasamiento. Pero esta novela de Porcel tiene otro valor: cierra con candado el ciclo que abrió Bearn, la novela por la que más conocido es Llorenç Villalonga y que tantos discípulos descafeinados tuvo.

Si Bearn encierra una concepción de Mallorca desde la interpretación ciudadana, teñida por el deseo aristocratizante —herencia de siglos anteriores—, El cor del senglar surge de una concepción opuesta y complementaria, anclada en la mítica popular y la hermenéutica payesa. O dicho de otra manera y simplificando: el campo desde fuera y el campo desde dentro, con sus distintos mitos. Juntas configuran una formidable visión de la isla antes de que el turismo irrumpiera con la fuerza de un huracán y cambiara los modos de vida seculares.

Cuando era niño, si se iba de excursión había que ir con cuidado de no toparse con el verro o verraco. El verro era el macho de la piara, el único no castrado y el que montaba a las hembras. El verro tenía malas pulgas, se detectaba por el fuerte olor que desprendía y lo mejor, en caso de aparición estelar, era subirse a un bancal o a un árbol y esperar a que se largara. O eso aconsejaban. Sus colmillos eran temibles, como los del jabalí, su primo, y casos había de pérdida de alguna extremidad entre sus potentes mandíbulas. Verdad o leyenda, mejor no comprobarlo.

El jabalí se cazaba con lanza y a caballo, y allá por el Medievo figuraba en el escudo medieval de algunos nobles con fama de impulsivos y muy brutos. El jabalí vagaba por los bosques de Europa y era una de las ofrendas que se hacían a la diosa cazadora, Artemisa o Diana. El jabalí había perdido protagonismo y visibilidad y a medida que hemos entrado en decadencia, ha ido recuperando ambas cosas. Los jabalíes nos rodean, se comen nuestras basuras, atropellan nuestros coches, bajan a nuestras playas y se meten en nuestras casas con sus jabatos. O eso dicen en los telediarios desde hace tiempo, porque en la isla no tenemos jabalíes. No al menos de esta especie. En la Península, sin embargo, dicen que hay un jabalí por cada cuatro personas: son muchos.

«Algo no funciona en Cataluña y la sicalipsis del Procés ha contribuido a deteriorar el tejido social»

Los jabalíes del bosque de Collserola, en Barcelona, llevan años trotando aquí y allá y reproduciéndose sin parar. Como si prepararan la invasión de la ciudad, mientras sus avanzadillas se despliegan por los barrios colindantes. Hay algo de escenografía Ballard —por las novelas de J.G. Ballard— con tintes preapocalípticos y deberíamos preguntarnos si la elección barcelonesa por parte de los jabalíes es fruto del puro azar natural, o más bien no. Según las estadísticas de la Generalitat —y lo que vemos en periódicos y telediarios, si los vemos— la criminalidad ha subido considerablemente en Barcelona mientras el mundo, tal como lo conocíamos, se ha ido desmadejando. De la Barcelona que fue, queda poco. Los jabalíes parecen estar ahí para subrayarlo, como lo subrayan los zombis del fentanilo en distintos continentes. Algo no funciona en Cataluña y la sicalipsis del procés ha contribuido a deteriorar el tejido social. En términos teatrales es como si se hubiera sustituido a Josep Maria de Sagarra por La Fura dels Baus en sesiones de mañana, tarde y noche y me disculpen los aficionados. 

La actual peste porcina en Collserola no es una anécdota más; es su covid. Que si fue un bocadillo infectado, que si fue… Qué más da. Han pedido socorro al Ejército y habrá más. Bailando y comprando, no sabemos en qué atolladero nos hemos metido. Como caballos hacia la oscuridad, que es la traducción de Cavalls cap a la fosca, perseguidos por jabalíes sin corazón. 

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