Vox contra Revuelta: el servicio de limpieza del poder
«Es una ley de hierro de la partidocracia que todo partido aplastará aquello que no logre controlar, incluyendo a sus propias juventudes»

Santiago Abascal.
El grupo Revuelta apareció como el frente de juventudes «no-oficial» de Vox, permitiéndole al partido estar presente en lugares donde era arriesgado figurar con siglas partidistas, como en los disturbios de Ferraz o en las labores tras la DANA de Valencia. En los mentideros de la política se rumorea que Vox facilitó un dinero para Revuelta, que se ha negado a rendir cuentas ante el partido y ha buscado ganar en autonomía respecto a este. Es una ley de hierro de la partidocracia que todo partido aplastará aquello que no logre controlar, incluyendo a sus propias juventudes. Esta ley opera desde el extremo derecho al izquierdo: hace un par de años vimos al Partido Comunista de España (PCE) disolver a su Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE) por atreverse a criticar a sus «mayores». Así que Vox, incapaz de someter a Revuelta, busca ahora aplastarla, acusándola de gestión fraudulenta del dineral recaudado desde tiempos de la DANA.
Sea cierta la acusación o sea una argucia, lo cierto es que -a ojos de este columnista- Revuelta ya había dilapidado la buena fama y honra que pudo conquistar con su arduo trabajo durante la DANA. Lo hizo en mayo de este mismo año, cuando decidió lanzar como una gran acción estelar (re)pintar de negro un toro de Osborne que unos activistas pro-paz habían pintado con los colores de Palestina, en solidaridad con Gaza, que en aquel momento sufría uno de los peores meses de la guerra. Resultaba llamativo el bajón de épica patriótica que era pasar de limpiar el barro de los barrios populares a hacer labores de reparación para una empresa privada (Osborne) y blanqueando a un gobierno extranjero (Israel).
En Revuelta sabían que, de cara al público, no podían vender aquella acción como un gesto de protección a Netanyahu frente a las protestas del pueblo español. La demoscopia ha venido diciendo que el 70%-80% de los españoles (de izquierdas, pero también de derechas) han apoyado los lemas que se habían pintado sobre el toro de Osborne: «Palestina libre» y «alto al genocidio». Para Revuelta y Vox era preferible no perder popularidad metiéndose demasiado en el debate internacional. Al fin y al cabo, si Revuelta recibiese dinero de Vox, había que tener en cuenta que a su vez Vox tenía por socio al Likud de Netanyahu y a grupos pro-Israel que pagaban a figuras de Vox como Girauta (que declaró recibir hasta 3.000 euros mensuales). Y quien paga manda, sea en la izquierda internacionalista o en la derecha patriota, de patriotismo de contrachapado, como el mismísimo toro de Osborne.
Lo mejor para Revuelta, entonces, era presentar su acción como una operación de limpieza y mantenimiento del patrimonio nacional: ¡el toro de Osborne, como símbolo de España, había sido mancillado! Disparate mayúsculo: «aunque el Congreso de los Diputados consideró al Toro de Osborne como un elemento cultural integrado en el paisaje español, no es un patrimonio cultural y artístico de los pueblos de España, sino una obra gráfica publicitaria propiedad del Grupo Osborne SA» -esto declara la propia empresa-. Otro día podemos hablar de la dudosa labor patriótica que es trabajar gratis para una empresa que hizo su fortuna explotando a jornaleros gaditanos para provecho de una oligarquía anglo-europea, y que desde entonces se ha dedicado a intentar aplastar judicialmente a autónomos y pequeños empresarios que quieran utilizar el dibujo o la silueta de un toro en cualquier serigrafía.
Aunque ahora riñan Revuelta y Vox, en esta acción estuvieron a una, como uña y carne. El periódico de Vox -«La Gaceta de la Iberosfera»- celebraba que «Revuelta limpia la bandera palestina», quizás en referencia «humorística» a la limpieza étnica de Palestina, de la que se estaba hablando en el resto de medios serios. Estuvieron a una Revuelta y Vox porque aquella acción los definía por su mínimo común denominador: el afán de ser los barrenderos, las «quelis» (que-limpian) y chachas del capitalismo y del imperialismo.