The Objective
Javier Santacruz

El blindaje imperfecto del porcino español

«Si seguimos tolerando una expansión sin control del jabalí y relajamos la disciplina en el campo, el virus encontrará tarde o temprano el resquicio por el que colarse»

Opinión

Tres décadas después de la práctica erradicación de la peste porcina africana (PPA) en España, la aparición de varios jabalíes salvajes muertos y otros positivos en la montaña de Barcelona han hecho saltar todas las alarmas, provocando ya a corto plazo un daño no menor a uno de los sectores económicos más importantes de nuestro país. Los lectores de THE OBJECTIVE han encontrado puntual información en los últimos días del peligro que supone una expansión de una enfermedad sobre la que no hay vacuna en las granjas en el entorno de Barcelona, siendo declarada zona infectada por la UE la superficie de ocho comarcas de Cataluña

También han podido saber con cierto detalle la importancia económica que tiene el sector porcino: somos la cuarta cabaña de cerdos del mundo, la primera de Europa con mucha diferencia, más de 8.800 millones de euros en exportaciones en 2024, el 60% de lo que se produce se exporta, y aproximadamente la mitad de los cerdos están en Aragón (Huesca, como líder indiscutible, y Zaragoza) y Cataluña (Lérida, Gerona y Barcelona, por este orden).

Teniendo presentes estos datos, una cuestión fundamental es ver si estamos preparados para luchar contra un virus letal. Por un lado, está la activación de protocolos de urgencia en control y seguimiento de la fauna salvaje. Rápida y efectiva está siendo la respuesta del conseller de Agricultura, Óscar Ordeig y su llamada a la UME para contar con los militares especialistas en cinegética. Otros gobiernos autonómicos como el de la Comunidad Valenciana o Aragón están reaccionando en la buena dirección en materia de control de los jabalíes salvajes.

Por otro lado, encontramos el elemento fundamental: si el modelo de explotación promedio es más o menos resistente al avance de la peste africana. En este sentido, España ha hecho los deberes: un sector porcino muy intensivo, basado en grandes explotaciones profesionalizadas y con pocos animales al aire libre, es estructuralmente más resistente a la PPA que los modelos más extensivos con más cerdos sueltos por el campo sin control. 

La evidencia de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) y los estudios sobre granjas ibéricas apuntan claramente a que la bioseguridad mejora sustancialmente con el tamaño y el manejo intensivo. Aquí emerge como figura clave la del «integrador», una gran industria que aporta no solo tamaño y endose en las cadenas globales de valor, sino también apoyo técnico, sanitario, ambiental y económico a todos los puntos de la cadena, desde los proveedores (cereales, piensos, ganaderos primarios…) hasta los distribuidores finales que llegan a los consumidores. Nombres muy conocidos como Guissona, Valls Companys, Grupo Fuertes o Costa, entre otros, han sido capaces de articular aproximadamente el 80% del sector bajo una ventaja competitiva global.

Pero esta ventaja no es un blindaje definitivo: si seguimos tolerando una expansión sin control del jabalí y relajamos la disciplina en el campo, el virus encontrará tarde o temprano el resquicio por el que colarse. Aquí es donde hay que actuar con toda contundencia y dureza a muy corto plazo, con independencia de que el virus detectado provenga de restos de comida contaminada o por una fuga de laboratorio. En nuestro país hemos ido demasiado lejos en el crecimiento de los animales salvajes (tanto mamíferos como aves) sin el más elemental análisis coste-beneficio, tanto desde el punto de vista ambiental como sanitario y económico.

El contraste entre el modelo de explotación porcina mayoritario en España y los estudios realizados a lo largo de los últimos años sugiere que estamos bien preparados al tener concentrada la producción en explotaciones integradas. El estudio elaborado por la EFSA en 2021 (African swine fever and outdoor farming of pigs) analiza específicamente el riesgo de PPA en granjas al aire libre. Concluye que estas explotaciones tienen un riesgo sustancial de introducción y difusión de la enfermedad, sobre todo, por contacto directo o indirecto con jabalíes, acceso a restos de comida, movimiento de personas y vehículos, entre otros. Este mismo papel señala que medidas físicas simples, como un doble vallado o un vallado sólido en explotaciones al aire libre, pueden reducir el riesgo de entrada del virus al menos un 50% en zonas donde está presente la enfermedad.

En los informes epidemiológicos de la EFSA sobre PPA en la UE se ve un patrón claro: la mayoría de los focos en cerdos domésticos se concentra en explotaciones pequeñas con baja bioseguridad. En cambio, las grandes granjas intensivas con entrada controlada de personal, ducha, cambio de ropa, control de vehículos o piensos industriales sufren muchos menos brotes en términos relativos. Pero una vez que el virus está dentro de una granja intensiva, la densidad de animales puede facilitar una difusión explosiva y obligar a sacrificar miles de cerdos. De ahí que todas las barreras que se puedan establecer externamente son pocas para evitar la propagación de la PPA.

Incluso en España las explotaciones al aire, por ejemplo, de cebo de campo o el ibérico de dehesa cuentan con más controles y sistemas de seguridad que en otros países comparables. La cuota de este tipo de explotación, aproximadamente un 11%, es más vulnerable, pero no supone una preocupación extrema, más aún teniendo en cuenta que predomina en entornos geográficos distintos como Extremadura, Huelva, Toledo o Salamanca, entre otros. La clave, por tanto, es el contacto con los jabalíes salvajes, declarados principales transmisores de la enfermedad en Europa (African Swine Fever in Wild Boar in Europe—A Review). La PPA entra casi siempre por fallos humanos, siendo un fallo clamoroso haber dejado que la fauna salvaje se mezcle con núcleos de población y animales domésticos. Los manuales de la FAO insisten en que, si no se controla la población de jabalí, cualquier barrera de bioseguridad es frágil a medio plazo. Este es nuestro talón de Aquiles.

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