Esperando la caída del caballo de la izquierda
«Los casos de Salazar y Torremolinos pueden haber despertado a los socialistas. Ahora solo falta que descubran quién es el responsable de todo»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Probablemente, confundo los deseos con la realidad cuando percibo síntomas en la izquierda española, incluso en el Partido Socialista, de haber descubierto que Pedro Sánchez no solo no es la solución de nada, sino que es el obstáculo que impide avanzar en muchos de los campos en los que a la propia izquierda le interesa hacerlo, incluido el de los derechos para las mujeres.
No descarto que esa actitud prudentemente crítica que parece atisbarse en los últimos días se desvanezca en cuanto algún problema relacionado con el Partido Popular le dé a la izquierda la oportunidad de recurrir al clásico «y tú más» y deje a todos con las conciencias tranquilas y en el mismo lugar de siempre. De hecho, los propagandistas del régimen, con su número uno a la cabeza y su órgano oficial disparando sin descanso, lo han intentado con el caso del hospital de Torrejón, elevando a crisis el modelo de Sanidad de la Comunidad de Madrid, no de Cataluña, donde el Govern socialista destina el doble a los conciertos con la sanidad privada, sino de Madrid, el escenario preferido de quienes quieren convertir la política española en un lodazal.
Lo han intentado con el asunto de la sanidad, digo, y lo seguirán intentando con toda seguridad. Si no lo han conseguido por ahora es porque la vergüenza de cualquier votante de izquierda por los casos de Salazar y el líder socialista de Torremolinos reclama de momento una satisfacción algo más convincente. Personalmente, no me cabe en la cabeza que cualquier persona que se dice de izquierdas no reaccione con semejante o mayor rabia ante atentados aún más graves contra los principios en los que dice creer, como son la Ley de Amnistía, los pactos con Bildu o la extendida corrupción en los más altos niveles del partido. Pero, bienvenido sea el estupor ante estos últimos escándalos machistas, en sí mismo muy graves —tanto por su contenido como por la complicidad evidente de los principales responsables socialistas—, si eso sirve para que esos votantes de izquierda pronuncien de una vez el nombre del culpable: Pedro Sánchez.
No hay que ser un hábil investigador de la UCO para encontrar las huellas del presidente del Gobierno en casi todos los episodios que deberían indignar a la izquierda. Parece claro que si el Partido Socialista protegió a Salazar es porque era amigo de Sánchez y uno de sus más estrechos colaboradores políticos. Es la misma razón por la que la banda de Santos Cerdán robaba a manos llenas. Es la misma razón por la que Koldo García imponía su autoridad aquí y allá. Es la misma razón por la que Ábalos se permitía llevar la vida que llevaba mientras los demás miraban para otra parte.
Si vamos más lejos, el fiscal general también ha sido condenado, en última instancia, por proteger a Sánchez. Para salvar a Sánchez se hizo la Ley de Amnistía. No hay otro motivo que el de cumplir con la voluntad de Sánchez por el que la izquierda se traga una tras otra las humillaciones de un tipo xenófobo y derechista como Puigdemont. Y por ninguna otra razón más que la de atender las necesidades de Sánchez la izquierda ha cruzado su histórica línea roja de no pactar con antiguos aliados del terrorismo que hoy, apenas unos días después de la celebración del aniversario de la Constitución, siguen queriendo destruir esa norma suprema de convivencia y el marco nacional para el que fue creada.
No hay apenas una sola muestra en la obra política de Sánchez que encaje en el proyecto de una izquierda democrática. No sé si taponar las elecciones —a todas luces necesarias ante la ausencia de una mayoría parlamentaria— para impedir la alternancia en el poder es consecuente con los valores democráticos que deben ser parte imprescindible de un pensamiento de izquierda. Ni siquiera su política social, de la que tanto presume, es cierta: la desigualdad ha aumentado desde que está en el poder, y si es verdad que España produce hoy más, también lo es que se reparte peor y que la clase media es cada día más pobre.
Puede que alguno, pese a todo lo anterior, se conforme con que TVE se ausente del Festival de Eurovisión y el Gobierno destaque internacionalmente por su hostilidad a Israel y su condena a la masacre en Gaza. Pero incluso quienes presten atención prioritaria a los temas de derechos humanos deberían de preguntarse cómo es posible que ese mismo Gobierno sea un aliado preferente del régimen autoritario de Marruecos y no dude para ello en condenar a la extinción al pueblo saharaui.
La caída del caballo que algunos han sufrido en los últimos días ha sido demasiado repentina y sorprendente como para confiar en su irreversibilidad. Como ha ocurrido muchas veces desde que Sánchez es el jefe, pronto llegarán a los dispositivos telefónicos argumentos frescos con los que defenderlo. No es la primera vez que se ven comprometidos los derechos de las mujeres, y el sanchismo ha encontrado siempre vías de escape con la complicidad de sus votantes. Pero confiemos por un rato en que esta vez sea diferente, confiemos en que el rayo revelador haya alcanzado esta vez de plano la conciencia «progresista» y Sánchez haya sido definitivamente excluido del altar de la izquierda. Confiemos.