Ojo con el gore político
«El presidente es un gran actor y ahora está en plena escena de dolor y arrepentimiento por no haber cumplido»

Ilustración de Alejandra Svriz.
La desesperación acelera siempre a Pedro Sánchez. En los momentos más difíciles y complicados es cuando apuesta lo que no tiene, hace lo que no debe y declara lo contrario a lo que hace. Ningún guionista de Hollywood se ha atrevido nunca a tanto como él. Imaginen una propuesta de película o serie que fuera sobre «un presidente de una democracia occidental que llega al poder para luchar contra la corrupción y que está en el poder pese a no haber ganado las elecciones y tiene a su esposa investigada, el hermano procesado, a su fiscal general del Estado condenado, y de sus hombres de confianza en el partido, uno está en la prisión, el otro ya ha estado y volverá pronto, y el tercero se ha convertido en el enemigo número uno de las mujeres socialistas por acoso sexual mientras es protegido por omisión por el propio presidente que es su amigo y que como si tuviera sus propias leyes dice que no se puede llevar el caso a la fiscalía, o por la vicepresidenta del Gobierno y vicesecretaria general del propio partido que incluso se encara con las mujeres acosadas».
Alucinante. Sería una distopía bestial. Nadie lo creería. Ríanse de El cuento de la criada o de la populista Emma Thompson de Years and years que convierte al Reino Unido en un estado totalitario populista. Todas parecerían películas infantiles de Disney a su lado. El maquiavélico Kevin Spacey de House of cards se quedaría en un ingenuo aprendiz a la hora de retorcer el Estado de derecho.
Habrá que reconocer a este protagonista, líder, presidente, secretario general y siempre poderoso personaje, su infinita imaginación (siempre malvada con los principios democráticos y amorosa con el poder eterno). Nadie pensó nunca en pulverizar los delitos de sedición y malversación del Código Penal. O en que iba a mentir tras jurar y perjurar que no habría gobierno de coalición con los comunistas, ni indultos, o que habría una amnistía redactada por los propios condenados. Era imposible suponer que su política se basaría en romper la igualdad de los españoles ante la ley, en reventar la independencia judicial o en despreciar e insultar a una prensa libre y crítica. Ni siquiera «La invasión de los ultracuerpos» podría acercarse a la hora de explicar como todos los cargos de todas las instituciones del estado iba a ser asaltadas e invadidas: Tribunal Constitucional, Banco de España, Fiscalía General, RTVE, INE o CIS. Ahora los objetivos prioritarios son la Sala Segunda del Tribunal Supremo o de la UCO. Las dos resisten, de momento.
No sería fácil comprender en el guion la facilidad con la que se produjo el estado de abducción mental de la gran mayoría de cargos y militantes socialistas incapaces de una palabra crítica con su líder, con la corrupción, con la parálisis del gobierno e incluso con el machismo groseramente extendido en un partido que alardeaba de un supuesto feminismo y defensa de los derechos de la mujer siempre, por lo visto en la Moncloa o Torremolinos, que los acosadores no fueran cargos del PSOE.
El clímax sería de un thriller negro, muy negro, con grandes dosis de horror democrático, habría también trompetería cesarista como en las películas de romanos, sin olvidar algunos toques costumbristas al mejor estilo ‘torrentiano’ en sus corrupciones. Capítulo tras capítulo parecería que la situación superaba todo lo imaginable y que el protagonista tendría, no ya que dimitir o de convocar elecciones, sino al menos, reconocer alguna vez que había cometido un error, pedir disculpas y asumir responsabilidades. En esos momentos de máxima tensión, los espectadores esperarían giros al estilo de la magnífica serie danesa Borgen o de la añorada y siempre admirada El ala oeste de la Casa Blanca. Nunca se producirían. Al contrario, la forma de solucionar esas crisis sería el mero olvido provocado por la llegada de crisis todavía más ultrajantes y vergonzantes que las anteriores. En definitiva, el guion sería tan increíble que trascendería los géneros y superaría cualquier dosis de realidad.
Increíble nos parece también, volviendo a la triste realidad de la vida política española, que aguante un presidente acorralado por escándalos, por corrupción, sin mayoría legislativa, sin Presupuestos Generales desde hace tres años, con la demolición de la imagen feminista de su partido y Gobierno y con una situación económica que hunde a los más desfavorecidos (el segundo mayor nivel de pobreza infantil de la UE). Ni la evidencia del fracaso de las políticas sociales, de la existencia de una precariedad laboral de los padres o de la absoluta falta de vivienda asequible en todo el país le hace reaccionar más allá de la propaganda. Para Sánchez, España va como un cohete, aunque luego la parálisis y desidia del Gobierno es tal que ya se ha renunciado a la ejecución de miles de millones de los fondos europeos por incapacidad total de gestionarlos.
En este panorama y con el previsible hundimiento socialista en las próximas elecciones en Extremadura, solo hay una persona que realmente cree que Pedro Sánchez puede seguir gobernando hasta el 2027. Se llama Pedro Sánchez. Es el único capaz de traspasar la más peligrosa de las líneas rojas que nos trajo la Transición y la Constitución para satisfacer a Junts. Y ya ha empezado la lluvia fina. Una muestra, el discurso oficial en el día de la Carta Magna, de la presidenta del Congreso, Francina Armengol, en las que manifestaba la posibilidad de reformar la Constitución para «adecuarla a la diversa realidad territorial de nuestro país». Es la primera de las salvas que se avecinan.
Sánchez está dispuesto a cruzar esa frontera para contentar al fugado de Waterloo y revertir el supuesto, y siempre en venta, enfado de Junts. El presidente es un gran actor y ahora está en plena escena de dolor y arrepentimiento por no haber cumplido ¿Lo que prometió a los millones de españoles que le votaron? No. Lo que negoció con los independentistas de Junts. Esa carita de contrición, con esa voz casi temblorosa, no le sale cuando le preguntan (si alguien lo consigue) sobre los casos de corrupción o escándalos que tiene abierto. Solo le aparece con sus socios. Cuando habla con Junts, con ERC o con Bildu. Todos saben que esta temporada se acabará pronto si antes no hay un giro radical que los vuelva a unir.
Un giro explosivo que encantaría a los socios de Sánchez sería el empezar a hablar de las reformas legislativas necesarias para llegar a un estado plurinacional. Todos lo apoyarían. Volverían a cerrar los ojos a la corrupción y mantendrían a Sánchez dos años más en el poder. A Sánchez nada le da ya miedo. Sabe cómo usar la ingeniería legislativa para evitar el mandato constitucional y buscar puertas traseras que, aunque sean ilegales e ilegítimas, puedan generar negociaciones que contenten a sus socios. Lo que venga después, ya se verá. Un giro que para muchos tiene un autor político en la persona de José Luis Rodríguez Zapatero, defensor siempre de la identidad nacional de Cataluña e interlocutor de Puigdemont en Bruselas. Y el grave peligro es que con Zapatero todo se convierte en el más peligroso de los géneros: el gore venezolano.