The Objective
Cristina Casabón

Paco Salazar, otro caso aislado 

«Aquí el único progreso real es el del destape: cada vez los escándalos vienen más rápido, son más escabrosos y están mejor documentados»

Opinión
Paco Salazar, otro caso aislado 

Ilustración de Alejandra Svriz.

El caso Paco Salazar, otro caso aislado de un gran desconocido que ya huele mal antes de abrir la página del periódico, se ha juntado con el de Antonio Navarro en Torremolinos, y el país, tan acostumbrado al soponcio político, ha sentido otro de esos temblores que no mueven la tierra, pero sí las butacas del poder. 

Porque esto no es solo un escándalo, es la constatación, otra vez, de que en los pasillos de la Moncloa huele a colonia de Bustamante; de que el teórico feminismo de algunas se queda en propaganda y gestos. Ya lo dijo Ábalos, aquello de «soy feminista porque soy socialista», frase que hoy suena como esos eslóganes de las Charos y otras sátrapas del reino.

Y en este lodazal, que es especialmente hiriente para un partido que presume (erróneamente) de tener ganadas a las mujeres, lo peor no es el pecadillo sino la coartada. Porque no solo no se defendió a las militantes que denunciaron el calvario, sino que se intentó barrer el asunto debajo de la alfombra, como quien esconde las pelusas antes de que llegue la visita. Pero la alfombra siempre acaba levantándose, y lo que sale de debajo en este caso es un condón usado.

Así quedan Pili Juerga, reunida con el propio Salazar hace dos telediarios, y María Jesús Montero, que dejó que el sevillano de nula vergüenza paseara por Moncloa como si aquello fuera una feria y él, el pregonero mayor del reino. Y en estas estábamos cuando Carolina España desde Andalucía lanza la pedrada: que el silencio de Montero la convierte en cómplice.

Pero el sainete no termina ahí, ni mucho menos. A estas alturas, el PSOE se ha visto obligado a montar un expediente interno que parece más una película de Berlanga que un procedimiento disciplinario. Investigaciones, comisiones, comunicados que no dicen nada… todo mientras medio país observa con la ceja levantada y la nariz tapada.

Las denunciantes, que tuvieron que aguantar comentarios, gestos y comportamientos impropios, han repetido que dieron el aviso hace años, pero nadie quiso verlo. O mejor dicho: no convenía verlo, que es la forma más clásica de no enterarse de nada. Lo de siempre: primero se duda de ellas, luego se duda del protocolo, y al final se duda del propio partido… pero sólo cuando la prensa ya está desayunando el escándalo.

Salazar, que hasta hace un suspiro estaba a punto de aterrizar como jefe de Organización ha pasado de ser un valor en alza a ser un bulto sospechoso que nadie reconoce haber saludado nunca. De repente, todos lo tratan como a un conocido de vista, uno de esos que se subía la bragueta por el pasillo, al salir del baño, con pinta de rijoso y pervertido. 

Y como siempre en esta España nuestra, tan dada a repetir sus errores como si fueran tradiciones cuando cae uno, salen otros tres. Porque lo de Salazar es solo la grieta visible, la punta del iceberg. Aquí el único progreso real es el del destape: cada vez los escándalos vienen más rápido, son más escabrosos y están mejor documentados.

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