La inmigración y sus cuentas
«No vale la objeción de que los delitos no llevan denominación de origen porque saberlo es importante, no para discriminar sino para buscar respuestas»

Ilustración de Alejandra Svriz
La inmigración es un tema endiablado, porque la realidad se encuentra siempre sometida a las representaciones y da los relatos de los intereses partidarios. Pensemos en nuestro caso, que no es de los más complicados en el marco de la Unión Europea. Cualquiera que sea el alcance efectivo del problema, nos encontramos ante dos posiciones enfrentadas, con unos rendimientos políticos evidentes para cada una de ellas.
Bajo el signo de la fraternidad humana, ADN en la fachada del progresismo, Pedro Sánchez y su Gobierno se enrocan en la pasividad, acusando a cualquiera que intente profundizar en el problema de la xenofobia característica de la extrema derecha. ¿Qué tema hay más idóneo para arrojar de inmediato al PP al basurero moral?
En sentido opuesto, para Vox, las cosas están claras, sobre todo desde que cuentan con el ejemplo de Trump. El rechazo total y la denuncia de la situación son sus armas políticas hoy más eficaces, como lo han sido en Francia para el partido de Marine Le Pen. Y dada su voluntad de sorpasso a costa del PP, la insistencia eficaz sobre cuestiones sensibles como los menas. Y con éxito. Hace solo semanas que el PP apoyó en el Senado una proposición de ley, presentada por Vox, para un endurecimiento de la ley de Extranjería, con el propósito de eliminar «el arraigo» como criterio para favorecer el establecimiento de los inmigrantes. La propuesta de «control», planteada por Feijóo, se va radicalizando por efecto de esa presión, asumida sin dificultad por las bases de su partido.
Así las cosas, las iniciativas contables de la Ertzaintza y de los Mossos d’Esquadra han venido a agitar las aguas y a suscitar las rápidas condenas de quienes optan por la acogida a toda costa. Sin embargo, a pesar de todas las reservas respecto del método utilizado, los datos disponibles hacen aconsejable un examen de la cuestión, siquiera porque en ausencia del mismo, el relato xenófobo está ya construido y podrá fortalecerse incluso a partir de los datos parciales ya disponibles.
El análisis cuantitativo puede corroborar o invalidar visiones muy arraigadas, tanto sobre la delincuencia general como sobre la específica de género. No vale la objeción de que los delitos no llevan denominación de origen, porque pueden llevarla, y saberlo es importante, no para discriminar sino para responder a un eventual problema y buscar respuestas. Tal vez la violencia de género se encuentra repartida por igual, pero un determinado componente, de nuevo tal vez, esa inmigración latina, vista con buenos ojos, sea más proclive a practicarla, y otro tanto sucede con la correlación entre la práctica de abusos sexuales y la inmigración magrebí. Y resulta asimismo importante conocer los porcentajes reales de la criminalidad autóctona, siempre sobre la base de suponer es que lo normal, por la precariedad económica, sea el predominio de la extranjera. Partamos de que la imagen xenófoba está ya ahí, no hace falta inventarla. Lo mismo que la ceguera voluntaria. Vale la pena mirar a la realidad.
«Lo que realmente hace falta es que el Gobierno ponga en marcha algo bien factible: un mapa social y económico de la inmigración»
La principal objeción, a mi juicio, reside en partir de la delincuencia, lo cual pone por delante la pregunta sobre la culpabilidad o inocencia, al modo de las películas americanas de juicios. Sin que esto pueda ser útil (y mal leído, dañoso), lo que realmente hace falta es que el Gobierno ponga en marcha algo bien factible: un mapa social y económico de la inmigración. No lo hará, porque lo suyo es moverse en el marco cómodo de la indeterminación, del feliz «descontrol» de que es acusado, ya que eso le permite modular el tratamiento del tema, o permanecer en la inacción, según le convenga. Y es que antes de omitir una opinión o proponer cualquier medida, resulta preciso saber qué sucede con las distintas corrientes migratorias, tanto en lo que concierne a su encaje o no en la estructura profesional española, como en la gama de sus comportamientos, necesidades y aspectos conflictivos.
De momento, lo que tenemos es un caos útil ante todo para el Gobierno, pero también para Vox y asociados, donde la opinión de los ciudadanos se construye por mitades entre noticias oficiales o de prensa, y experiencias personales. Así cuando vemos siempre al pobre subsahariano mendigando a la puerta del supermercado -¿para eso sirvieron los cayucos?-, o un frutero tras otro de Bangladesh. O a un comerciante chino con el negocio abierto 30 horas consecutivas, los ocho días de la semana. (Exagero algo). Poca cosa para entender un fenómeno compresente en nuestras vidas y en nuestra sociedad.
Todavía sin respuestas, no faltan las hipótesis para guiar el análisis primero, y luego para encontrar soluciones. Vuelvo a decir que siempre desde mi percepción subjetiva.
Primero, el balance global de la inmigración es abiertamente positivo. Gracias a ella, al proporcionar una mano de obra abundante y a menor coste, ha sido posible que la inminente España de los 50 millones de habitantes, sea más rica que la precedente. En una palabra, ha hecho que los españoles vivamos mejor y que compensemos nuestro deficitaria tasa de reproducción.
«En períodos de crisis económica, ‘el otro’, ya no solo el inmigrante, viene muy bien para compensar las propias frustraciones»
Segundo, la filoxenia, es decir, la propensión a la acogida favorable y fraterna de los inmigrantes, debiera ser el punto de partida de las posiciones democráticas ante el tema. La contraria, tan extendida, resulta impresentable, si pensamos que hasta hace solo medio siglo, España fue un país de emigrantes a Europa, como antes a América, y que sus remesas, con el turismo, propiciaron el salto delante de los felices sesenta.
Tercero, que la orientación xenófoba ha sido inevitable a escala mundial en los dos últimos siglos, como consecuencia y a partir de los cambios demográficos que acompañaron a la revolución industrial. A partir de un determinado porcentaje de inmigrantes, el rechazo surge inevitablemente. Un moro es muy decorativo para la foto en Marrakech, otra cosa es si buen número de musulmanes se pone a cumplir con el rezo en tu calle. Y en períodos de crisis económica, de malestar social, el otro, ya no solo el inmigrante, viene muy bien para compensar las propias frustraciones, convirtiéndole en chivo expiatorio.
Cuarto, la justificación de la xenofobia se apoya, bien en una caracterización abiertamente peyorativa del otro, según es habitual en los racismos, bien de forma más sofisticada en la supuesta incompatibilidad entre sus modos de vida, sus creencias y sus ritos con la del país receptor, que debiera sentirse por ello amenazado. En el caso español, como en el de otros países europeos, coexisten ambas líneas de discriminación. De un lado, lisa y llanamente, los extranjeros son delincuentes por naturaleza, y no digamos los menas. De otro, en especial los musulmanes, atentan contra nuestras creencias. Lo de Jumilla fue un buen ejemplo. En vez de oponerse a los rezos públicos por vulnerar la igualdad de género, o por la higiene, se dirigió el ataque contra la Fiesta del Cordero como tal, que arranca de las mismas tradiciones, judaica y cristiana.
El sambenito de la delincuencia, y sus consiguientes derivaciones hacia el rechazo preventivo del inmigrante, la limitación de sus derechos y la expulsión más o menos sumaria de quien delinque, invoca la necesidad de llevar a cabo el análisis exhaustivo de la realidad. Extranjero igual a delincuente, a priori, carece de sentido, pero es sumamente eficaz, y por ello requiere ser puesto en cuestión datos en mano, debidamente ponderados. Y por supuesto, de comprobarse tendencias negativas en una determinada corriente migratoria, será preciso atender a sus causas y buscar las soluciones. Examen, primero. Y en cualquier caso, con carácter preventivo, una política que canalice sin discriminaciones la inmigración incontrolada hoy en curso. Parece difícil, pero es necesario: los cayucos no marcan caminos de libertad.
«El papel de la educación, tanto de la juventud musulmana como del conjunto de la ciudadanía, resulta de capital importancia»
Dentro de ese cuadro general, la inmigración musulmana presenta una problemática propia, por su importancia cuantitativa, por la cohesión comunitaria y por el desafío que algunas prácticas pueden plantear, no a las sagradas costumbres patrias, sino a la legalidad constitucional. Lo vimos en el caso de Jumilla, que nos interpela en todo el amplio espectro de la inferioridad de la mujer. El problema no residía en un ritual espectacular, sino en la previsible vulneración de la igualdad de género. Por suerte, desde hace años, no se registran aquí atentados yihadistas, como los que han creado en la vecina Francia una psicosis, «una mentalidad yihadista», justificada en palabras de Gilles Kepel, y como último resultado, una repercusión política exponencial, girando hacia la derecha. Solo falta que el círculo se cierre con una versión europea de la «teoría del reemplazo», hoy legitimadora de la política de Trump, con la imagen de un mundo al revés, de destrucción de los valores propios, por la invasión de los inmigrantes.
En cualquier caso, la importancia del problema no puede ser olvidada. Conviene recordar el antecedente de que el desconocimiento del islam, en sus distintas variantes, desde la citada cohesión en los usos inevitable de un lado, velo incluido, al yihadismo latente de otro, ha propiciado la doble deriva francesa, de juego pendular entre islamización e islamofobia. Y nuestra ignorancia del islam es muy superior a la francesa. El papel de la educación, tanto de la juventud musulmana como del conjunto de la ciudadanía, resulta aquí de capital importancia, pensando que la inmigración magrebí es en su mayoría reciente y que el radicalismo aflora sobre todo en la segunda generación.
Una asimilación, del tipo de la registrada con los llegados de Hispanoamérica, resulta imposible, pero no una integración diferencial de los millones de españoles musulmanes que como ciudadanos deberán preservar su creencia y asumir el respeto a la legalidad por encima de la sharia. Punto de partida, insistimos, la escuela. Es un reto a abordar desde la tolerancia y también desde la intransigencia necesaria para disipar las visiones ignorantes y sectarias.