Dos Constituciones españolas
«Frente al sectarismo de la Carta Magna de la II República, nuestra Constitución actual es la Constitución del consenso, la concordia y la reconciliación»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El pasado día 6 celebramos, como la Fiesta Nacional que es, el 47º aniversario de la aprobación en referéndum de la vigente Constitución Española. Y ayer pasó desapercibido el 94º aniversario de la aprobación de la Constitución de la II República.
Como los inquisidores de las siniestras Leyes de la Memoria Histórica y de la Memoria Democrática pretenden que ningún español pueda poner en duda que esa II República fue un régimen idílico, y como, entre esos inquisidores, incluso hay muchos que propugnan que deberíamos volver a aquel régimen, me ha parecido interesante y útil hacer alguna comparación entre las dos Constituciones.
La primera y fundamental diferencia, que hoy muchos españoles desconocen, es que la Constitución de la República no fue aprobada por el pueblo español en referéndum. El 9 de diciembre de 1931 fue aprobada en el Congreso por una amplia mayoría de diputados, pero no se sometió al voto de los ciudadanos.
Eso por no recordar que la República llegó tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, en las que no se les planteaba a los electores si querían seguir con la Monarquía o querían una República, y en las que, además, los candidatos monárquicos sacaron más votos que los republicanos.
La segunda diferencia es que, durante el periodo constituyente, que en la República duró apenas cinco meses (de julio a diciembre de 1931), la mayoría de izquierdas no quiso saber absolutamente nada de lo que proponían los diputados de derechas, aunque fueran también republicanos.
«El sectarismo con que se elaboró aquella Constitución se puede comprobar en el Diario de Sesiones del Congreso de octubre 1931»
De ahí que Ortega y Gasset, que había sido, desde su liderazgo en la Agrupación de Defensa de la República, uno de los máximos impulsores del cambio de régimen, en septiembre de 1931, en pleno debate constitucional, publicara un famoso artículo en el que resume lo que se está haciendo en el Congreso con la expresión «¡no es esto!, ¡no es esto!». Más aún, el 6 de diciembre, tres días antes de la aprobación definitiva, pronuncia una conferencia, titulada Rectificación de la República en la que insiste en que no era eso lo que él esperaba del nuevo régimen y afirmaba que han «bastado siete meses para que empiece a cundir por el país desazón, descontento, desánimo, en suma, tristeza». Y en junio del año siguiente publica un artículo en el que dice que se trata de una «Constitución lamentable, sin pies ni cabeza, ni el resto de materia orgánica que suele haber entre pies y cabeza».
El sectarismo con que se elaboró aquella Constitución se puede comprobar palpablemente en el Diario de Sesiones del Congreso del 9 de octubre 1931, cuando un diputado se levanta y dice que están ustedes haciendo una Constitución de media España contra otra media y pidió consenso. Entonces el Gobierno Provisional de la República designa para contestarle a Álvaro de Albornoz, que era ministro de Fomento, y éste no sólo negó el consenso pedido, sino que alardeó de que las Constituciones las redacta la fuerza mayoritaria, y concluyó con este párrafo: «No más abrazos de Vergara. No más Pactos del Pardo. No más transacciones con el enemigo irreconciliable de nuestros sentimientos y nuestras ideas. Si estos hombres creen que pueden hacer la Guerra Civil, que la hagan. Eso es lo moral. Eso es lo fecundo». Por cierto, recibido con grandes aplausos en la Cámara, según el Diario de Sesiones.
Por el contrario, nuestra Constitución actual es la Constitución del consenso, la concordia y la reconciliación, fue elaborada durante casi año y medio, en todo ese tiempo imperó el diálogo entre los representantes de todos los partidos y, al final, quizás su mayor virtud es que es justo lo contrario de lo que predicaba Albornoz, cuando invitaba a la Guerra Civil al que no le gustara lo que de allí iba saliendo.
Cualquier espectador imparcial que contemple cómo se desarrollaron aquellos meses de elaboración de la Constitución, el gran producto de la Transición, tiene que reconocer que el protagonista principal de todo aquello fue el rey Juan Carlos I, que logró, a base de inteligencia, mano izquierda y amor a España y a los españoles, acabar con el centenario enfrentamiento de las dos Españas y lograr que la inmensa mayoría de los españoles hiciera suyo el espíritu constitucional.
«El autócrata de la Moncloa está dispuesto a resucitar las dos Españas»
Recordar todo esto hoy tiene una especial importancia cuando ahora el autócrata de la Moncloa, siguiendo la huella que marcó Zapatero con su Pacto del Tinell en 2003, desprecia absolutamente el espíritu de reconciliación que inspiró nuestra Carta Magna y está dispuesto a enfrentar a los españoles y resucitar las dos Españas. Para lo que, en primer lugar, tiene que cargarse nuestra Constitución, como en estos días le han pedido directamente el terrorista Otegi, que le ha instado a «romper con la Transición y asumir una España plurinacional», y el prófugo Puigdemont que ha escrito: «Si el socialismo español quiere salir del abismo, solo tiene una opción: emprender la ruptura que se negaron a hacer hace 50 años. Y la ruptura empieza por reconocer el derecho a la autodeterminación de los pueblos, que es un concepto que el Partido Socialista había defendido durante décadas. Con pactos con el antiguo régimen, como fue el pacto de la transición y la continuidad de la monarquía restaurada por Franco, sólo perpetuarán el régimen, que es lo que han estado haciendo hasta ahora».
Las admoniciones que le hacen estos dos socios, de quien depende su permanencia en el poder, no pueden ser más claras. Y muy irresponsable será que no reaccionen todos los españoles que quieren a España y que no quieren que nunca más España se parta en dos.