The Objective
Juan Luis Cebrián

El retorno al imperio del centro

«La política es un conglomerado de jaculatorias y mentiras, trufado de insultos y sandeces de asalariados del Reino de España»

Opinión
El retorno al imperio del centro

Ilustración de Alejandra Svriz.

«Europa tiene que tener mucho cuidado. Va en mala dirección». Estas palabras de Donald Trump irritaron hace solo dos días a los gerifaltes del viejo continente, que protestaron ante lo que consideran una interferencia de la Casa Blanca en la política europea. Pero, a mi juicio, es una de las pocas cosas sensatas que en tiempos recientes ha dicho Donald, tocayo del famoso pato que nos divirtió con sus graznidos gracias a Walt Disney. Aunque le haya faltado reconocer que los caminos emprendidos por él tampoco son adecuados para los intereses y la seguridad de los países democráticos, incluido el suyo. Por lo demás, Washington viene interfiriendo desde hace más de un siglo en la política de la llamada Europa Occidental, que, desde la victoria aliada contra Hitler, se convirtió en un protectorado de los Estados Unidos, al que estos han decidido ahora poner fin.

Repetidas veces he comentado que estamos al comienzo de una nueva civilización, y que las diferentes etapas de la Historia han sido causa y testimonio del declive de unos imperios y del despertar y fortalecimiento de otros. Se suele decir que hasta ahora el mayor acontecimiento de ese género se produjo a partir de la llegada de las carabelas españolas a América, hito inaugural de lo que, a lo largo de los siglos, acabó por convertirse en la cultura occidental, de la que la Europa atlántica y los Estados Unidos han sido sus principales protagonistas.

Aunque muchos historiadores entienden que, en realidad, nuestro Occidente es solo consecuencia de una invención también nuestra: Oriente. Esa cultura occidental ha sido durante siglos la más relevante en calidades y desarrollo del modelo económico y político que aún cultivamos, pero la sociedad cibernética y su deriva en la inteligencia artificial —apenas experimental todavía— es el heraldo de dicha nueva civilización. En ella, Europa ha perdido ya el protagonismo tecnológico, y China disputa con éxito creciente el liderazgo a Estados Unidos.

Derrotada la ilusión del fin de la Historia que Francis Fukuyama formuló, nos encontramos ante la emergencia resucitada del Imperio del Centro, milenario nombre que describe a la propia China. El retorno a esta denominación es lo que predica Jiang Shigong, doctor en Derecho por la Universidad de Beijing, profesor invitado a principios de este siglo en la Universidad de Columbia y, según muchos comentaristas, uno de los cerebros que asesoran al presidente Xi Jinping. En su opinión, desde el siglo XX el destino inevitable de la humanidad es entrar en lo que él llama «imperio mundial».

Pero el modelo actual —el 1.0— fue moldeado por la civilización cristiana occidental, hoy en profunda crisis. Cada gran cambio en la formación histórica de los imperios ha venido acompañado de conflictos y caos, y esta es, según él, la situación del mundo, víctima del liberalismo económico, político y cultural que provoca el desmoronamiento del sistema. Por lo mismo, entiende que esta es la oportunidad para que China proporcione el modelo del nuevo imperio mundial, el 2.0, que reconstruya el orden interno y global. Y asegura que «serán como un todo que se refuerza mutuamente».

Elizabeth Economy, en un reciente artículo publicado en Foreign Affairs, explica que ese nuevo imperio mundial 2.0 que China estaría construyendo se basa en la explotación prioritaria del lecho marino profundo, que, según el propio Xi Jinping, «alberga tesoros aún no descubiertos: no hay camino en esas profundidades marinas, el camino somos nosotros». Además, existen otras dos fronteras por descubrir y colonizar: el Ártico —también codiciado por Trump con su aspiración sobre Groenlandia— y el espacio exterior, para lo cual se anuncia un próximo regreso del hombre a la Luna, esta vez de la mano de Beijing.

Desde ese punto de vista, la alianza china con Moscú no es coyuntural, como demuestra su apoyo a la invasión de Ucrania y las masivas importaciones de petróleo, sino reflejo del nuevo propósito imperial de Oriente frente a la resistencia estadounidense a perder su hegemonía. En ese marco también se inserta la política de Washington contra Huawei, predominante en América Latina y África, y cliente generosa de Acento, lobby propiedad de antiguos miembros del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, quien se ha convertido —él y su familia— en embajador europeo de dicho conglomerado, y simultáneamente del régimen de Maduro. Por otra parte, el Gobierno chino ha presentado una Nueva IP a la Unión Internacional de Comunicaciones, argumentando que los actuales protocolos de Internet serán insuficientes ante el desarrollo de la Inteligencia Artificial.

De modo que guerra cibernética, competencia espacial, control del Ártico y explotación del lecho profundo serán piezas del nuevo tablero geopolítico, complementarias al desarrollo de la Nueva Ruta de la Seda, «Un cinturón, un camino» (One Belt, One Road). Por ella ya avanzan algunos países BRICS, aunque con reservas. El retorno al Imperio del Centro es un proyecto en marcha.

Ninguna de estas cuestiones, preocupantes para quienes hemos sido educados en la cultura occidental —aparentemente en vías de desaparición—, borra las responsabilidades de los Estados Unidos y la OTAN en su expansión hacia las fronteras occidentales de Rusia ni en la ruptura de Yugoslavia en pequeños Estados. Acciones que incrementaron la inestabilidad del continente europeo, y que han contribuido a un potencial enfrentamiento bélico en su corazón. La eventual extensión de la guerra en Ucrania —en la que parece poco imaginable una derrota de Putin— justifica el rearme creciente en Europa. Además, habrá que observar la evolución de las criptomonedas, los tokens y las stablecoins, que podrían transformar el sistema financiero mundial y la identidad futura de las monedas de reserva.

Mientras tanto, el mundo cambia y se anuncian transformaciones gigantescas, pero la democracia permanece impávida ante su deterioro, desciende la calidad de la clase política y crece el egoísmo de los gobernantes, comparable solo a la profundidad de su ignorancia. En nuestro país, la política exterior se hace al dictado de intereses particulares, a costa de la persecución de disidentes venezolanos cuyo valor —reconocido con el Nobel de la Paz— es ignorado o despreciado por los zapateritos de turno. Es necesario denunciar el asalto a las instituciones, la partitocracia que arruina la independencia de diputados y senadores, y el silencio de los líderes empresariales frente a abusos y exacciones tributarias que financian clientelismo. El Gobierno utiliza la publicidad pública para premiar medios dóciles y castigar a los críticos.

Aquí la política es un conglomerado de jaculatorias y mentiras, trufado de insultos y sandeces de asalariados del Reino de España. Estaría bien que alguien explicara si se pretende impedir que el Imperio del Centro y el Imperio de Trump se repartan el mundo, o si más bien prefieren aprovechar lo que puedan, mientras puedan, y que el que venga detrás arree.

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