Sostenella y no enmendalla
«Es como si todos lamentasen no haber sido invitados a Dubái o Abu Dabi o donde esté el monarca abdicado, para dictarle lo que su libro hubiera debido decir»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Leí con interés el artículo de Laurence Debray, publicado el pasado día 3, en THE OBJECTIVE, bajo el título Somos lo que leemos. Título, por cierto, que me da escalofríos, porque me parece que es verdad, lo cual agrega un peso enorme de responsabilidad sobre cualquiera que se dedique a esta actividad aparentemente liviana, y por cierto tan antinatural, de garabatear y garabatear.
Defendía la señora Debray Reconciliación, el libro que ha hecho con el rey Juan Carlos I, recién publicado en España y del que hablan estos días cien exégetas.
Hay quien le pone un pero, hay quien le pone otro.
Hay quien le reprocha algo que dice sobre su hijo o su nuera, quien le reprocha lo que se calla.
Hay quien incluso sostiene que, siendo rey, no debería escribir un libro, ya que no es costumbre, y solo puede enredar; y quien dice que precisamente porque los reyes no suelen escribir sus memorias, estas son particularmente valiosas.
«Uno de los privilegios de escribir tu autobiografía es decir lo que quieras, ir a tu aire»
Hay quien dice que con este libro el rey le ha «decepcionado», lo cual es bastante cómico, como si el autor supiera siquiera de la existencia del decepcionado.
Es como si todos lamentasen no haber sido invitados a Dubái o Abu Dabi o donde quiera que esté el monarca abdicado, para dictarle lo que su libro hubiera debido decir.
Hombre, no, uno de los privilegios de escribir tu autobiografía es decir lo que quieras, ir a tu aire. Nadie se toma la molestia de hacerlo pensando en si complacerá o disgustará a… no sé, a Iñaki Gabilondo. O a Gabriel Rufián. Para eso no te pones…
Conocí a la señora Debray con motivo de la presentación en el Instituto francés de Madrid de un libro suyo anterior, Hija de revolucionarios (Anagrama, 2018). En esa «memoria» de su juventud explica cómo el venir a estudiar en Sevilla supuso para ella un descubrimiento, una liberación y una fuente de placer. Tanto la figura y la manera poco protocolaria de relacionarse con la gente del rey Juan Carlos como la alegría de vivir de los españoles le parecían extraordinariamente simpáticas, libres y vitalistas. Especialmente si comparaba todo eso con el empaque, la encorsetada pompa y circunstancia de la corte del presidente Mitterrand, que conocía bien, pues en ella fungía su padre, el intelectual y antes activista Régis Debray.
Hija de revolucionarios es un testimonio muy recomendable y un retrato de la vida de los españoles realizado desde un ángulo insólito. Que, por otra parte, resulta reconfortante, en momentos de excesiva autocrítica, esos momentos relativamente frecuentes en que uno repite por tercera vez en una sola hora, y no sin motivo, «¡qué país! ¡Dios mío, qué gente!»
«Si eres de extrema izquierda y guerrillero, y le debes la vida y la libertad a De Gaulle, ¿no deberías dejar de lado la actividad política?»
En el mencionado artículo decía Laurence Debray: «Crecí entre los bastidores del Elíseo, con unos padres intelectuales comprometidos al más alto nivel, desde Fidel Castro hasta François Mitterrand. El riesgo y el coraje son como su oxígeno». Y recordaba que su padre «pagó un precio muy alto por su compromiso, pasando cuatro años en las cárceles bolivianas».
Habla aquí el amor de hija y el respeto a sus mayores, que no se le puede reprochar a (casi) nadie. Pero quizá se podría puntualizar algo. Régis Debray (París, 1940), efectivamente un intelectual brillante que cursó estudios en la más sofisticada institución educativa de Francia (la Escuela Normal Superior), fue a Cuba en 1960, quedó fascinado por la naciente tiranía, frecuentó a Fidel Castro y a Che Guevara, y en 1967 emprendió con este último la «aventura» de montar una guerrilla en Bolivia, desde donde podría extenderse, ese era el plan de Guevara, a los países limítrofes.
Fracasó estrepitosamente, muchos de los guerrilleros cayeron en combate o fueron presos y asesinados, y el Che fue ejecutado de forma sumaria. Debray fue preso y, seguramente en consideración a su condición de ciudadano francés, se libró por los pelos de ser asesinado y en lugar de ello lo condenaron a 30 años de cárcel. Estuvo preso cuatro años y fue liberado en 1970 gracias a la intervención del general De Gaulle y del Papa Pablo VI.
«Solo rompió con Castro cuando este ejecutó a sus amigos (amigos de los dos, de Castro y Debray) Tony de la Guarda y el general Ochoa»
Si eres de extrema izquierda y guerrillero, y le debes la vida y la libertad al general De Gaulle, ¿no deberías dejar de lado la actividad política, como aquellos que en su juventud cometieron un error colosal (pienso, por ejemplo, en Cioran, que de joven apoyaba el fascismo rumano y luego jamás volvió a hablar de política), y dedicarte a otra cosa?
Debray no pensaba así, de manera que siguió enredando cuanto pudo: conspiró para secuestrar a Klaus Barbie (intento fallido), estuvo de consejero de Allende (de ahí sacó un libro muy instructivo), solo rompió con Castro cuando este ejecutó a sus amigos (amigos de los dos, de Castro y Debray) Tony de la Guarda y el general Ochoa, asistió como observador simpatizante a la revolución sandinista, fue consejero áulico de François Mitterrand…
Tiene una obra copiosa, compuesta por ensayos políticos y tres novelas. Alguna vez se ha declarado «gaullista de extrema izquierda»: mi malicia me dice que se define así como muestra de gratitud, pero es una contradicción en sus propios términos.