Vox se echa al monte
«Mientras Abascal cabalga, las autonomías son incapaces de sacar adelante sus presupuestos. Este país no necesita salvadores, sino una profunda catarsis»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Si de Vox dependiera, el sanchismo moriría en la cama. Se vive mejor contra el poder. «Yo corrí delante de las charos», leí el otro día en X. La campaña de Extremadura nos devuelve a un Vox desorbitado, sin foco y al trantrán. Su 100 Montaditos emocional no puede vender las mismas recetas en Madrid, en la Comunidad Valencia o en la tierra que ahora preside María Guardiola.
Las fotos de Santiago Abascal, a caballo, «pastoreando rebaños de merina negra en la dehesa extremeña [sic]» me recordaron a aquellas de Macarena Olona vestida de gitana en la Feria de Abril en la previa de las elecciones andaluzas del 2022. «Aquí, delante de toda Andalucía, le ofrezco ser el vicepresidente…», le llegó a decir a Juanma Moreno en el debate que celebraron en Canal Sur. Pese a las expectativas, que eran enormes, Vox subió dos escaños y el PP consiguió una inesperada mayoría absoluta.
En su cartel extremeño, el candidato, un desconocido Óscar Fernández, comparte espacio con el propio Abascal. Los dos de perfil, serios, mirando al infinito, como en un cartel de película de acción de esas en las que explotan coches y deben vengarse de una familia mafiosa del este. La tutela desde Madrid hace imposible cualquier apego regional. Y no todo el mundo está en el lío monclovita. A veces, la gente sólo vota para que le arreglen un par de cosas y le den cierta estabilidad. A veces la épica es un esfuerzo baldío.
Las elecciones autonómicas son una arquitectura sentimental que luego cimienta la decisión nacional. Vox tiene prisa por votar en las generales, pero parece haber menospreciado el goteo de autonómicas que quedan hasta que Pedro Sánchez, las convoque —¡de una vez!—. La huida de los gobiernos en los que estaban, el bloqueo junto al PSOE, la no aprobación de presupuestos, el nulo interés en una cantera de candidatos regionales con —algo— de personalidad y esta campaña —la primera de muchas— en la que Abascal aliena al cabeza de lista, son síntomas más que hallazgos.
El PP ha olido la debilidad y se ha lanzado a por Vox para taponar su propia hemorragia. Ayer Isabel Díaz Ayuso dijo: «La verdad es que los escucho [a Vox] y oigo a la izquierda en esta Cámara. Está a dos plenos de venir con el pañuelo palestino. Van como pollos sin cabeza. Van sin convicciones. Eso sí, van rascando el discurso dependiendo de donde puedan crecer un poquillo en las encuestas».
Jorge Azcón también aprovechó su pleno regional para decir que: «El portavoz del PSOE nos dijo que Vox les llama para dialogar, para hablar y para ponerse de acuerdo en votar en contra de los decretos del Partido Popular». María Guardiola lleva días intercambiando ataques con el propio Abascal. Él le pidió pasar por el aro y sugirió a los populares cambiar de candidata. La presidenta en funciones le llamó machista y le llamó turista en Extremadura, por su implicación en la campaña.
«La sociedad empieza a pedir calma tras el aquelarre sanchista. El ruido se alimenta de ruido. Y España ha dejado de funcionar»
Ya se oye menos lo de la «derechita cobarde». Ya no se ve al Partido Popular amedrentado por la severidad voxerina. Huele a otra cosa. La sociedad empieza a pedir calma tras el aquelarre sanchista. El ruido se alimenta de ruido. Y España ha dejado de funcionar. Con pinzas, tropezones, traiciones, insultos y jaleo, los problemas de la ciudadanía quedan al fondo del montón de papeles. Mientras Óscar Puente tuitea, los trenes se siguen parando. Mientras Abascal cabalga, las autonomías son incapaces de sacar adelante sus presupuestos. Mientras los adultos discuten, los niños se emborrachan a escondidas en la cocina. La ingobernabilidad de este país no necesita salvadores, sino una profunda y colectiva catarsis.
Extremadura es fuego real. Allí se medirá si Vox corre tanto como ruido hace su tubo de escape. Si el PP hace bien atacando a Vox, una vez que el sanchismo parece ya reposar moribundo en el suelo, y si la ciudadanía está cansada de circo, tertulia y desfiles judiciales, y empieza a votar buscando cierta paz. Gestión. Aburrimiento. Rajoyismo. Hombres y mujeres grises, con carteras llenas de problemas que deben solucionar.
Es la emoción de nuestro tiempo: el hartazgo. Qué buenos años aquellos en los que no recordábamos el nombre de los ministros. En los que cambiábamos de canal cuando empezaban los informativos porque siempre era mejor ver un capítulo repetido de Los Simpsons. La política útil es la política silenciosa. Y Vox, como estamos viendo en Extremadura, en lugar de postularse como ejemplo de gestión limpia y alternativa seria, ha vuelto a echarse al monte, casi literalmente.