The Objective
Nicolás Redondo Terreros

Ayer fue posible, hoy es necesario

«El próximo paso de Sánchez será romper la nación una vez desguazado el Estado. Nación de naciones y antifranquismo serán los ingredientes de su estrategia»

Opinión
Ayer fue posible, hoy es necesario

Ilustración de Alejandra Svriz.

Armengol dijo el día de la celebración del aniversario de la Constitución que hay que cambiarla: «Hay que adaptarla a la realidad territorial», como si de repente hubieran aparecido nuevas cordilleras y ríos. ¡No son los territorios, son las personas!, pero poco le importa a ella la diferencia entre ríos y ciudadanos.

La mejor representación de la decadencia a la que han llevado al PSOE la falange de Sánchez es que en la presidencia del Congreso de los Diputados, esa presidencia que hoy es de una militancia sectaria y mañana no será nada, la ostentó el socialista Julián Besteiro, símbolo ético y estético en aquella España fratricida. Oponiéndose a los que defendían que la guerra, aun ya perdida, continuara, mantuvo la dignidad, quedándose a sufrir con el pueblo madrileño, que tantas veces le había mostrado su cariño, haciéndole diputado. Hoy sigue siendo una referencia de la España de la concordia, a pesar del esfuerzo de muchos de los suyos. Muy principalmente los comunistas, con sus inevitables adláteres, hicieron todo por olvidarlo, y los vencedores lo dejaron morir inhumanamente en la cárcel de Carmona.

En política, no son los más jóvenes o los borrachos los primeros que dicen la verdad, suelen ser los que más deben al jefe o los menos dotados intelectualmente. Es evidente que el servilismo de Armengol está justificado por el regalo que le hizo Sánchez, y ella, según disminuye el entorno del presidente por unas pocas deserciones y mayoritariamente por la acción de los tribunales, se ha convertido en la mejor liebre en esta carrera alocada. En esa declaración queda claro que la España de las Autonomías no es suficiente para estos criptonacionalistas del PSOE sanchista, que aceptan la propuesta de Puigdemont para romper con el sistema del 78.

La Constitución ampara y protege los sentimientos y las formas de pensar de grupos y comunidades diversas integradas en España. Aun por no definirse como una «Constitución militante», a causa del optimismo de los primeros años de la Transición y la necesidad de integración de los nacionalismos periféricos, tienen cabida acciones políticas contrarias a su propia existencia. Pero no somos una suma de comunidades o grupos extraños o enfrentados entre sí. Somos una nación y nadie tiene derecho a provocar su desintegración. Ellos querrán en el futuro próximo hablar simplemente de cambios para adaptar la Carta Magna a los nuevos tiempos, pero se tratará de saber si seguimos siendo una nación o una suma de realidades políticas inconexas, a la espera de hacer realidad la autodeterminación y todas esas entelequias poéticas como la «Nación de naciones», que quedan bien para salir del apuro, pero llevadas a la política real se convierten en peligrosos artefactos para la convivencia.

La declaración de Armengol, unida a la paradójica y desaforada defensa del antifranquismo de Sánchez, nos muestra el camino próximo: los que no estén de acuerdo con la reforma de la Constitución, patrocinada por los nacionalistas e impulsada por el PSOE, serán los herederos de Franco.

«Les hemos visto reaccionar como la falange iliberal que son, no oponiéndose con razones a la sentencia sino ridiculizando a los jueces»

La confirmación de esta estrategia de superación de la Constitución, heredada de Pablo Iglesias Turrión, es la reacción del Gobierno y muy concretamente del presidente Sánchez contra la sentencia del TS que condena al fiscal general, García Ortiz. Les hemos visto reaccionar como la falange iliberal que son, no oponiéndose con razones a la sentencia, sino ridiculizando a los jueces o acusándoles de forma más o menos burda de prevaricación. El camino está trazado y es visible para quien no esté ciego o cierre los ojos. Sánchez lo necesita y ahora lo desea.

Lo necesita porque ya se ha descubierto parte de lo que tenía que descubrirse: su biografía oscura, la mano del suegro meciendo su cuna, la determinación de su falange patriótica de okupar y saquear primero el partido y luego el Estado, y es de tal dimensión y gravedad lo que conocemos que se requiere para encubrirlo la máxima tensión, la que solo provocan la ruptura de los principios del sistema del 78.

Sánchez ha ido asumiendo lo que más le convenía en cada momento hasta hacerlo propio. Sin duda, no tenía en el pasado, cuando flirteaba con su esposa, la sensibilidad que tiene hoy respecto a la prostitución. En el pasado convenía convivir, ahora le toca ser intransigente. El mismo comportamiento lo hemos visto en otras cuestiones políticas que todos recordamos: Bildu, la amnistía, los pactos políticos. Ahora toca la «nación de naciones» y lo llevará adelante con todo su convencimiento. La única diferencia de Sánchez con otros líderes autoritarios es que la mayoría cree en unos cuantos principios y los imponen a toda la sociedad, mientras nuestro líder local no cree en nada o, mejor, cree en todo lo que sea necesario para sobrevivir.

Ahora, cuando han pasado 50 años desde la muerte de Franco, resucita la Cruzada antifranquista. Pero lo hace solo para dividir, enfrentar y aumentar la tensión política. Tal vez le preocupe a alguien que le motejen de franquista. En mi caso, como en el de muchos que conozco, no tienen autoridad moral ni política ni biográfica para hacerme mella.

«Este doble posicionamiento del PSOE obliga a una contestación, a una alternativa, a proponer más que a recordar»

Nación de naciones y antifranquismo, esos serán los ingredientes que den consistencia a su estrategia de largo aliento, con tácticas diferentes y en ocasiones aparentemente, solo aparentemente contradictorias. Ya saben los españoles: el próximo paso de Sánchez será romper la nación una vez desguazado el Estado.

Creo que este doble posicionamiento del PSOE, el único que existe hoy a pesar de las nostalgias que hacen pensar a algunos que es posible volver al PSOE que conocimos, obliga a una contestación, a una alternativa, a hacer más que lamentar, a proponer más que a recordar, a oponerse más que a esperar que vuelvan los tiempos que nunca volverán, porque tampoco fueron como ahora los recordamos.

Es necesario, en este momento histórico, un esfuerzo de cooperación entre los que consideramos a España una nación por encima de los intereses de los nacionalistas, para defender la separación colaborativa entre lo público y lo privado, la separación de poderes, la libertad de prensa, la gestión prudente de los impuestos, la reivindicación del esfuerzo y la responsabilidad individual, y el compromiso con los principios civilizatorios europeos, que se basan en la libertad individual y en la solidaridad con los más desfavorecidos. La reivindicación del compromiso y la fiabilidad con nuestros socios y amigos. La defensa de nuestra cultura y nuestra historia, porque si es obligatorio respetar otros cánones culturales, lo debemos hacer desde la reivindicación y el orgullo de los nuestros.

Debemos defender críticamente nuestro pasado, gestionar nuestro presente y ofrecer seguridad en nuestro futuro a las generaciones que nos siguen.

En esa estrategia está la mayoría, alejada de los extremos y los radicalismos. Solo hace falta que sepa, esa mayoría, que se les necesita, que serán protagonistas de esos objetivos o testigos de la decadencia y la nada a la que nos abocan las políticas depredadoras, oportunistas, fantasiosas y radicales de Sánchez y los suyos. Yo no tengo mucho que ver con los que se sienten de derechas, pero hace tiempo nos unimos para hacer frente común a ETA en el pacto por las libertades y contra el terrorismo en el Kursal. Y antes lo hicieron para salir del franquismo y recuperar la libertad. Fue posible y ahora es imprescindible.

Publicidad