The Objective
José Carlos Llop

La vida imita al arte...

«La peripecia para salir de Venezuela de María Corina Machado es de película de espías: pelucas, controles, ayuda norteamericana y huida en un buque de pesca»

Opinión
La vida imita al arte…

Humphrey Bogart y Lauren Bacall en 'Tener y no tener' (1944). | Warner Bros. Entertainment España

Ernest Hemingway escribió una novela regular titulada To have and to have not, que durante la II Guerra Mundial fue adaptada al cine con el mismo título: Tener y no tener. La película era una especie de Casablanca y algunos de sus actores eran los mismos: pienso no solo en Bogart, sino en Marcel Dalio y en Sydney Greenstreet —que bordaba los papeles de cínico codicioso—, pero en este caso tal vez me confunda con El halcón maltés o cualquier otra: Sydney Greenstreet fue un gran actor secundario y rodó varias películas míticas. Tener y no tener la dirigió Howard Hawks y en el guion intervino William Faulkner, menudo lujo. Durante el rodaje se conocieron una jovencísima Lauren Bacall —tenía 19 años— y un maduro Bogart —45 años de entonces—, y ella se convertiría en su cuarta y definitiva mujer.

Hawks aprovechó en algunas escenas la tensión sexual que había entre ambos actores y este es, sin duda, uno de los valores de Tener y no tener: el amor que surge y tensa y reta y se retiene y alarga en los prolegómenos. A veces las películas ganan con estas cosas, siempre que no se haga el ridículo. Pero es imposible asociar ridículo y Lauren Bacall, con esa mirada implacable y esa voz que roza levemente lo aguardentoso, por joven que fuera entonces. Hay momentos en los que el duro Bogart parece un tierno pajarillo en las garras de un gato que juega con él: «Si me necesitas solo tienes que silbar. ¿Sabes silbar, verdad? Se juntan los labios y se sopla».

«Ha demostrado ser una mujer valiente y una mujer valiente siempre es más valiente que un hombre valiente»

La acción transcurre en Martinica durante el gobierno de Vichy en Francia. O sea, la dictadura del general Petain y su gobierno de collabos. Bogart tiene una barca de pesca y unos miembros de la Resistencia le piden que rescate con ella a uno de los suyos, herido en un pequeño puerto de la isla. Y aquí paro, pero quien no la haya visto puede suponer que hay peligros, riesgos varios y aventuras que acaban bien. Más el temblor de Bogart en los labios y las manos cuando se enfada ante cretinos y malvados: pura furia contenida.

No creo que a María Corina Machado le tiemblen los labios en casos así porque ha demostrado ser una mujer valiente y una mujer valiente siempre es más valiente que un hombre valiente, a quien el valor, de tenerlo, le ha de venir de fábrica. Pero cuando leí su peripecia para salir de Venezuela y llegar a Oslo, pensé en cómo la vida imita al arte, que decía Oscar Wilde, y en Tener y no tener. El atrezzo es de película de espías: pelucas, coches camuflados, pase por una docena de controles, llegada a puerto, ayuda norteamericana y huida en un buque de pesca, donde sólo faltaba Bogart patroneándolo. No es difícil imaginar la logística del plan de fuga, el secreto y la angustia. Tampoco el alivio al ir alejándose la barca de la costa venezolana y la arribada a la isla de Curazao, que sigue siendo holandesa. Y el despegue de un avión —como en Casablanca— hacia la libertad y luego a Oslo.

Lo demás ya lo vimos en televisión y como la vida imita al arte podemos celebrarlo recordando la deliciosa escena final de Tener o no tener: en el bar suena el piano y canta Lauren Bacall. Llega Bogart de la misión, herido, si no recuerdo mal, y después los dos se van del brazo mientras ella sigue el ritmo de la música con las caderas y los pies. Sin dejar de hacerlo, gira su rostro y sonríe a Walter Brennan y los demás personajes. Pero, sobre todo, baila y se mueve y sonríe a través del tiempo para todos nosotros. Es un final tan simpático como feliz, de los más felices de la historia del cine. Pues eso.

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