The Objective
Teresa Freixes

Totalitarismo, autocracia y populismo

«Han pasado de la colonización institucional al amodorramiento social, defendiendo ese totalitarismo que ha invadido el espectro político, social y económico»

Opinión
Totalitarismo, autocracia y populismo

Alejandra Svriz

Hace ya varios años que afirmé que estábamos en «en el inicio del totalitarismo». Me cayó la del pulpo cuando lo escribí. Exagerada es lo mínimo que me dijeron, obviados insultos y demás lindezas que suelen proferir quienes se sitúan cerca del «relato» y lejos de la reflexión.

Ciertamente, la calificación de totalitario puede parecer, si no se profundiza en su significado, alarmista o malintencionada, cuando se pretende aplicar respecto de lo que hoy sucede en España, cuando la esperpéntica descomposición del régimen sanchista, clara a los ojos de cualquier persona mínimamente informada, no es percibida por los fieles seguidores del mismo, que perpetúan también un relato falsario, fundamentado especialmente en impedir que en España no gobierne nadie que no sean ellos. Han pasado de la colonización de las instituciones al amodorramiento social, enderezado con unas dosis de populismo iliberal, defendiendo ese totalitarismo que ha llegado a invadir el espectro no sólo político, sino también social y económico. Les falta poco para caerse definitivamente del guindo, pues se están cayendo a retazos por golfos, babosos, ladrones y corruptos, pero falta el detonante que nos permita transitar hacia el relevo democrático.

La literatura jurídico/política o filosófica existente en torno al totalitarismo, sus orígenes, sus manifestaciones, los elementos que lo componen y los estragos que ha producido no incluye, ciertamente, las situaciones concretas a la que me estoy refiriendo. No la incluye porque no pueden incluirla, sencillamente, porque quienes han estudiado mejor el totalitarismo, en sus distintas manifestaciones, lo han hecho antes de que nos encontráramos ante la situación actual, así que no puedo ofrecer a los lectores doctrina científica contemporánea que analice el totalitarismo que se ha instaurado en España.

Sin embargo, el pensamiento científico, cuando analiza los elementos que configuran a tal o cual régimen totalitario, van desgranando una serie de indicadores para validar el análisis, que pueden ser distintos en cada fase del totalitarismo (no son ciertamente, los inicios de tal sistema, idénticos al momento de máxima presión del mismo) y en cada país o cultura que los haya producido (evidentemente, no hace falta pensar demasiado en que no va a ser lo mismo lo que sucedió en Alemania o en la URSS, en la China de Mao o en Corea del Norte). Hay que tener muy presente, también, que la metodología de análisis utilizada por los estudiosos, puede diferir según se trate de una perspectiva histórica, sociológica, política, filosófica o jurídica. De ahí que sea necesario, cuando se habla de totalitarismo, extraer los indicadores ya proporcionados por la doctrina, ver si entre ellos existen concordancias y proyectarlos sobre la situación a analizar, en este caso, lo que se ha venido realizando y pretende poner en práctica en nuestro país. Se puede seguir en el Gobierno (gobernar no, que es otra cosa) sin el Parlamento, sin presupuestos y sin políticas que aplicar. Se puede intentar deslegitimar al Poder Judicial y convertirlo en enemigo de la democracia. Se puede ningunear a las instituciones y transformarlas en reductos autocráticos. Se puede controlar la comunicación para transformarla en correa de transmisión de relatos distorsionados. Ni uno solo de los indicadores del respeto al Estado de derecho da un resultado satisfactorio en los últimos años. Lo ha constatado el propio Greco. Y no pasa nada.

Otra consideración, muy importante al respecto, es el hecho de que no se puede siempre identificar, como un análisis plano y simplista realiza muchas veces, totalitarismo con régimen dictatorial. Suelen coincidir muchas veces, no en el inicio ni en el final del totalitarismo, sino en su fase de mayor despliegue, tal como el análisis histórico nos demuestra. Recordemos, al respecto, que el partido nacional socialista no tenía la mayoría parlamentaria en la República de Weimar y que durante un cierto tiempo, hasta que Hitler consiguió la ley de plenos poderes, estuvo agazapado y disfrazado de demócrata en la asamblea, trazando inexorablemente, mediante una sucesiva y constante aplicación de una regla de la mayoría que se obtenía gracias a la colaboración de otros partidos, los caminos de la edificación del estado nazi; parece como si nadie se hubiera dado cuenta de lo que se estaba construyendo… No es necesario tener muchas luces para advertir que la clase política gobernante, en España y en Cataluña, ha utilizado la misma táctica: disfrazarse de demócratas y, tras conseguir aprobar las leyes imprescindibles para llevar a la práctica sus postulados y ocupar todo el espacio institucional y mediático posible, acaparar cualquier instancia de poder y desde ahí, a pesar de ser minoritarios o de fraguar exiguas mayorías espurias, resistirse al debate intelectual para lanzar los eslóganes necesarios que, fracturando a la sociedad, impidan ese sosiego que toda decisión debería comportar para legitimar a sus actores y para lograr resultados que respondan a las necesidades de la mayoría.

Para Hannah Arendt, el totalitarismo es un modo de dominación nuevo, diferente de las antiguas formas de tiranía y despotismo. También Claude Lefort se hace eco de la irrupción novedosa de tales sistemas, indicando que el terror, en el sentido hasta entonces considerado, no estaba estructurado de la misma manera en los autoritarismos de algunos países de la Europa del Este socialista, donde se ejercía de formas mucho más sutiles que en las dictaduras clásicas. Marcuse, a su manera, también se hizo eco de las manipulaciones ideológicas en El hombre unidimensional, apelando a la conciencia que debería estar presente en las personas y que, como consecuencia de las limitaciones intrínsecas a la cultura oficial, derivan en la imposibilidad de escapar a tal coacción, creando una sociedad alienada. Franz Neumann, que estudió el totalitarismo partiendo del nacionalsocialismo, destacó, siendo ello muy importante, en el trabajo que le fue encargado en el contexto de los juicios de Núremberg, que los principios básicos de la Constitución de Weimar nunca fueron formalmente derogados por el sistema nacionalsocialista, sino que precisamente fue el retorcimiento crujiente de los instrumentos de la democracia lo que permitió que se fueran desnaturalizando para dar paso al régimen hitleriano. Por eso, incluso desde el poder, algunos invocan espuriamente la Constitución haciéndole decir lo que no dice, por si acaso llegamos a creérnoslo.

El totalitarismo moderno, para Arendt, que analiza finamente las consecuencias prácticas de su configuración, instauración y consolidación, no se limita a destruir las capacidades políticas de los hombres; sobre la base del desprecio fáctico de la ley preexistente, despreciando el Estado de derecho, destruye también los grupos e instituciones que entretejen las relaciones privadas de los hombres, enajenándolos del mundo y de su propio yo, llevando a que las personas se transformen en lo que denomina «haces de reacción intercambiables».
Los intelectuales han tenido un gran papel en la consolidación del totalitarismo, quizás sin ser conscientes de ello. La misma autora, Hannah Arendt, en su obra Los orígenes del totalitarismo nos sienta frente a cronistas oficiales, colegas universitarios y demás comparsas, con crudas palabras: «Su aspecto científico [el del totalitarismo] es secundario y surge, en primer lugar, del deseo de proporcionar argumentos contundentes y en segundo lugar porque su poder persuasivo también alcanza a los científicos que dejan de interesarse entonces por el resultado de sus investigaciones, abandonan sus laboratorios y corren a predicar a la multitud sus nuevas interpretaciones de la vida y del mundo». Una lectura que no es necesario que sea muy atenta, aprecia las similitudes con lo que hoy expresan los «pseudo juristas» que llenan medios de comunicación y redes sociales con los mayores disparates y que encuentran su fuente de inspiración en quienes tendrían que utilizar un mayor y mejor rigor en lo que dicen y en lo que hacen. ¿Se dan cuenta, por ejemplo, de que, en esta batalla que han emprendido algunos juristas contra los jueces que dictan sentencias que no responden a lo que ellos defienden, en vez de argumentar jurídicamente, lo que hacen es intentar desacreditar a los que sí lo han hecho en sus decisiones jurisdiccionales? Otro ejemplo: La Unión Progresista de Fiscales quiere que la la relatora especial de la ONU para la Independencia de Magistrados y Abogados, califique de inadecuada la sentencia del Tribunal Supremo que ha originado el relevo del fiscal general del Estado, emitida, según ellos, con graves irregularidades . ¿Por qué acuden a la ONU si la sentencia todavía tiene un recorrido jurídico ante el Tribunal Constitucional y, en su caso, ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos? Saben perfectamente, desde esa Asociación, que un relator de la ONU ni es un tribunal ni puede tomar decisión alguna al respecto, sino que emite dictámenes, la mayor parte de las veces, de más utilidad política que jurídica. De lo que se trata, además de buscar un eco internacional llamativo, es de imponer un relato de descrédito sobre el Tribunal Supremo, facilitado por el hecho de que la mayor parte de ciudadanía, huérfana, a su pesar, de formación jurídico-constitucional, va a pensar que la ONU está por encima de todo el resto…

Para diversos autores, Arendt otra vez entre ellos, pero también Orwell o Kundera, la ideología totalitaria se presenta a sí misma como una explicación certera y total del curso de la historia y del sentido de la vida, construyendo una narración épica de victoria, de consecución y, también, de victimismo y venganza. Construye una visión del mundo ficticia pero lógicamente coherente con su autolimitada concepción circular, y extrae de ella directivas de acción cuya legitimidad se fundamenta en esa misma lógica interna. Con el método del olvido organizado y la supresión de la diversidad cultural, aparecen los plagiadores de la Historia y se desmorona la identidad particular de la conciencia individual. Pretenden sustituir la Historia por la Memoria, ahora dicen, democrática. Ello no va a suceder porque esa «memoria» tiene las patas cortas y la Historia la hacen los historiadores, con metodologías contrastadas y complementarias, no a base de sentimentaloides afirmaciones.

También Raymond Aron nos proporciona indicadores válidos para analizar cuándo un régimen tiende al totalitarismo. En su obra Democracia y totalitarismo, fundada en el análisis no únicamente ideológico o filosófico, sino en la praxis que deriva de las relaciones de fuerza, desgrana situaciones de facto que también podemos apreciar actualmente aquí. Aron analiza certeramente el monismo sociológico que subyace al totalitarismo, negando la independencia crítica de la persona, cuyo pensamiento es sustituido por la clarividencia de la ideología que se pretende dominante, ya se tratara, en su análisis y época, del fascismo/nacionalsocialismo, del marxismo-leninismo soviético o del maoísmo de dazibao. La ideología totalitaria busca ser la única auténtica, la única válida, la que tiene que ser seguida porque solo con ella, como se repite machaconamente en los discursos políticos del nacionalismo secesionista o del populismo de todo tipo, se alcanzarán las debidas cuotas de progreso, de bienestar, de satisfacción del pueblo. Siempre bajo la dirección de una sola línea organizativa, que puede estar formada por la unión entre varias, hermanadas mediante fuertes lazos dirigidos a una finalidad común, el sistema totalitario no ofrece metodologías o prácticas de consenso al resto, ya que está en posesión de la verdad y por ello se erige en monopolio de la acción política «legítima». Aquí y ahora, solo ellos están legitimados para dirigir al nuevo país hacia su destino. Los «manuales de resistencia» se propagan y las «cartas al ciudadano» complementan a los soliloquios televisivos, preparados porque «conviene mantener la tensión», como indicó Rodríguez Zapatero al periodista. Les conviene mantener la tensión para asentar el muro divisorio, orillar el entendimiento y favorecer que, aunque sea por un solo voto, o un solo escaño, puedan continuar imponiéndose en todos los ámbitos. La finalidad común de destrozar el «sistema del 78», ese sistema de libertades tan trabajosamente construido desde el consenso, justifica la toma de decisión fuera de las instituciones, el no acatamiento de las sentencias o el que dos indeseables, un prófugo de la justicia y un inhabilitado para ocupar cargo público en una condena por terrorismo, se erijan desde Waterloo como el motor de lo que tiene que acontecer en los próximos tiempos.

Esta identificación exclusiva con el objeto del sistema, produce, en palabras de Adorno, una adhesión tal que provoca incapacidad para entender al otro, y buscan sumar el apoyo de las masas para aparecer como fruto de la voluntad popular. Al volverse masivos, el totalitarismo condena ideológicamente a los opositores, porque al hacerlo defiende la voluntad y los intereses del pueblo. Así, pretenden hacernos creer que hablan en nombre de y representan a toda la ciudadanía, que tienen un «mandato democrático», derivado de una exigua mayoría absoluta numérica en el parlamento, que no se corresponde con ninguna mayoría social.

«El totalitarismo puede, incluso, llegar democráticamente al Gobierno»

No es necesario que se dé un golpe de Estado clásico para iniciar un régimen totalitario. El totalitarismo puede, incluso, llegar democráticamente al Gobierno. No es, pues, el análisis de si se ha sido o no elegido lo que le identifica. Lo que le identifica es la forma de ejercer el poder y las finalidades que pretende. Un Gobierno puede ser elegido por el voto de la población y, posteriormente, desfigurar las instituciones e ir estableciendo sibilinamente un poder que alcance a todos los ámbitos. En todos los casos, se han apoyado en movimientos de masas que pretenden encuadrar a toda la sociedad, dividiéndola en buenos (quienes forman parte de ese movimiento) y malos (los contrarios).

Volviendo, y resumiendo, a Hannah Arendt: los totalitarismos se diferencian de otros regímenes autocráticos por comportarse en la práctica como partido único, aunque se trate de varias organizaciones o partidos coaligados, que se funde con las instituciones del gobierno, alcanzando todos los ámbitos de la sociedad, impulsando un movimiento de masas que pretende encuadrar a todo el pueblo, haciendo un uso intenso de la propaganda y de distintos mecanismos de control social. No hace falta que anulen las formas y procedimientos de la democracia, que pueden ser incluso un instrumento útil para los totalitarios, aunque su proyecto tenga que realizarse mediante la asimilación forzada de quienes sean un estorbo en la senda trazada de antemano. No es necesario que ejerzan el poder con brutalidad, puesto que la represión puede ejercerse sutilmente, relegando al contrario al ostracismo político o social. No necesitan establecer directamente la censura informativa, puesto que pueden fácilmente apropiarse del control ideológico de los medios de comunicación ya sea directamente o mediante la técnica de la subvención.

¿Entienden ahora por qué me situé en «el inicio del totalitarismo»? Superados los inicios, ahora nos queda por examinar cómo salimos de ello. Hemos clarificado el diagnóstico y ahora nos falta pergeñar los instrumentos de regeneración institucional, social y económica. Pero eso lo dejo para una próxima ocasión.

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