Lecciones de un payés para la política española
«Josep Pla fue, ante todo, un observador escéptico de las ilusiones colectivas y las fiebres ideológicas, que en 2025 están cometiendo sus nuevos excesos»

Fotografía de Josep Pla. | Política Exterior
Josep Pla no escribió sobre el advenimiento de la República como un ingenuo, sino como quien mira el cielo con experiencia de agricultor. Mejor que todos los teóricos y propagandistas de esta lengua mediterránea, Josep Pla, como digo, no hace ni un canto ni una condena, sino una croniquilla minuciosa de cómo un país confunde el cambio político con la transformación real de sus males endémicos.
En su mirada hay una observación realista: la desproporción entre las expectativas depositadas en la política y las capacidades reales de quienes debían ejercerla. El escritor dice que los nombramientos de los nuevos cargos políticos son intelectuales del Ateneo de Azaña. Pla y Julio Camba comentan que los ateneístas solo saben hacer papeles, pero no tienen ni idea de gestionar.
Pla anticipa ya el peligro de la fe de estos intelectuales en la ideología y previene de una tendencia española a creer que teorizando podrían corregir los vicios del pueblo español. «España ha dejado de ser católica», sentenció Azaña. Pero el cristianismo es muy viejo en España y las «personas conscientes» contemplaban con una sombra de terror en los ojos la quema de iglesias y conventos en las calles, de madrugada, comiendo churros con chocolate.
Lo decisivo, observa el viejo maestro, no es el régimen o sus grandilocuentes políticos, sino el material humano que lo sostiene. Y ese material, los españoles, sus costumbres, su relación con el poder y con la religión, no se altera alegremente, de la noche a la mañana por voluntad política. Cambian los discursos, los nombres, pero no necesariamente los viejos vicios, como el golpismo (los socialistas lo denominan revolución, en el 34, pero es lo mismo).
Después de leer a Pla se ama y entiende mejor a quienes observan con distancia irónica el entusiasmo republicano. No porque niegue sus razones, sino porque desconfía de su exceso de teoría desde un principio. La política, cuando se vuelve doctrinal, empieza a perder contacto con el país real. Pla critica las «cristalizaciones mentales» de la Restauración, que provocan falta de flexibilidad y cintura política. No cree en la política como sistema de ideas o teoremas, sino como práctica. Gobernar no es formular principios, sino administrar una complejidad heredada.
«Pla escribe sin épica, sin grandilocuencia, sin la sintaxis inflamada de los pequeños maestrillos que pululan por los despachos republicanos»
De ahí su rechazo a sacrificar la vida concreta de los españoles en el altar de las abstracciones ideológicas, ya sea el socialismo o el liberalismo. Le parece moralmente dudoso convertir a un país entero en escenario de experimentación política. Las ideas pueden ser brillantes mientras que sus efectos a veces son irreversibles. La ideología tiene algo de conciencia social deformada, en la medida en que refleja unos intereses, o puede justificar unas decisiones o unos objetivos con independencia de su mayor o menor realidad.
Pla escribe sin épica, sin grandilocuencia, sin la sintaxis inflamada de los pequeños maestrillos que pululan por los despachos republicanos. Prefiere las ideas claras, casi administrativas, porque sabe que la claridad es una forma de responsabilidad. En ese esfuerzo de claridad aparece una de las ideas más incómodas: que los problemas políticos no suelen proceder de la falta de ideales, o de la falta de grandilocuencia, sino de la ausencia de realismo.
Pla apenas es recordado por nuestros intelectuales, porque no era un ideólogo, ni quiso sentar cátedra. Fue, ante todo, un observador escéptico de las ilusiones colectivas y las fiebres ideológicas, que en 2025 están cometiendo sus nuevos excesos. Pla entendía España porque entendía el universo sin salir de su pueblo. Era lo ampurdanés profundo, pura observación sagaz. Si hay un autor que puede enseñar a los españoles cómo somos y lo antiguos que son nuestros vicios y defectos a la hora de abordar la política, ese es Josep Pla.