Machado y la encrucijada de Venezuela
«María Corina Machado ha explicado con claridad cómo Venezuela está entregada al narcotráfico y tiene alianzas con los actores políticos más peligrosos del mundo»

Alejandra Svriz
Las palabras de María Corina Machado en la recepción del Nobel de la Paz constituyen el discurso político más relevante de nuestro tiempo. Como bien ha analizado Luis Antonio Espino en Letras Libres, reúne las tres condiciones esenciales: logos, pathos y ethos. Conocimiento, emoción y valores. Machado alerta sobre cómo una sociedad puede perder su democracia, cuya mayor virtud, la libertad, es también su mayor defecto, su inherente fragilidad. También hace la historia abreviada de la dictadura chavista, sus métodos de manipulación y su retórica. Y, por último, es un llamado a la unidad de acción de los demócratas de todo signo en defensa de ese gran país que fue Venezuela, antes de que el populismo lo transformara en sombra, polvo, nada. No se trata de un discurso abstracto, en el aire, sino las palabras de la persona que logró construir una alianza opositora en su país y, con todo en contra —las leyes fraudulentas, los recursos, la manipulación, la violencia—, despertar al pueblo venezolano y reunirlo en torno a la candidatura de Edmundo González Urrutia, ya que ella había sido injustamente vetada por el gobierno, y ganar de manera amplia las elecciones presidenciales, pese a que no pudieron votar los millones de venezolanos en el exilio político y la diáspora económica.
Este triunfo constituye uno de los hitos democráticos más emocionantes de la historia, ya que, bajo su liderazgo, logró agrupar a miles de voluntarios que se organizaron ciudad a ciudad, pueblo a pueblo, barrio a barrio, calle a calle, para velar por la mecánica de las elecciones, antes, durante, y después de la jornada electoral. Con esto obtuvo una copia del escrutinio de los colegios electorales, lo que si bien no pudo evitar el fraude de Maduro, sí logró demostrar su ilegitimidad.
Que María Corina Machado no haya podido llegar a la ceremonia del Nobel en Oslo, obligada a vivir de manera clandestina en su propio país, y el hecho de que lo leyera su hija, con una convicción y claridad que emociona (en su casa, el legado democrático está a salvo) realza aún más su discurso, además de ser la prueba que efectivamente vive en Venezuela, sin abandonar a sus ciudadanos, contraste del exilio de Edmundo González —para colmo pactado con el poder—, como señaló ayer en su columna Arcadi Espada. Al día siguiente supimos por la prensa internacional el periplo que tuvo que hacer María Corina Machado para llegar a Oslo con un día de retraso, poniendo su vida en riesgo, en una aventura digna de su proverbial valentía.
En cuanto a España, solo la presencia de Cayetana Álvarez de Toledo salvó la dignidad del país. Al Gobierno, la situación los deja en ridículo y ante su propio espejo moral roto. La negra mano de Zapatero, y de destacados miembros del gobierno de Pedro Sánchez —ahora sabemos que a cambio de unos muy capitalistas beneficios para él y los suyos— impidió que España cerrara filas con la democracia venezolana. Y al proponerse como mediador, árbitro vendido, le dio el oxígeno que necesitaba al gobierno ilegítimo de Maduro para perpetuarse en el poder. Tanto enfrentarse con los dictadores muertos y tan incapaces de molestar a los dictadores vivos: una desvergüenza colosal a la que hay que sumarle la madre de todas las tramas, la que lava dinero sucio de la dictadura venezolana, como explicó de manera impecable en su columna Javier Rubio Donzé en estas páginas, sobre el mafioso rescate de la aerolínea Plus Ultra, cuyas ramificaciones alcanzan la dictadura cubana, como ha explicado 14ymedio —diario imprescindible para lo que atañe a la isla—.
«Venezuela es el único respaldo que le queda a la dictadura de Cuba, más allá de la irresponsable asistencia que le otorga México»
En las entrevistas y apariciones públicas posteriores a la entrega del Nobel, la opositora ha explicado con claridad cómo Venezuela está entregada desde hace mucho no solo al narcotráfico y actúa como una verdadera organización criminal en su proceder cotidiano, sino que tiene alianzas con los actores políticos más peligrosos del mundo: Rusia y su expansionismo eslavo en nostalgia de la URSS, como bien saben los héroes de Ucrania; e Irán y su islamismo radical, que tiene en Israel su punto de mira genocida. Venezuela es además el único respaldo que le queda a la dictadura de Cuba, cuya catastrófica situación la tiene al borde de la crisis humanitaria, más allá de la irresponsable asistencia que le otorga México.
Este cúmulo de circunstancias —el robo de las elecciones, la certeza de estar frente a un gobierno criminal y su entrega a los peores dictadores del mundo— avalan para Machado una posible, ¿inminente?, intervención de Estados Unidos. ¿Cuál es el problema? Que no se trataría de una intervención puntual para restaurar la democracia, sino de una acción de Donald Trump, otro que tiene su báscula moral mal calibrada. Su enfrentamiento con Maduro, que lo lleva a tener una flota entera frente a las costas de Venezuela —incluido un portaaviones— no es por la democracia y la instauración del gobierno legal de Edmundo González, sino por la lucha contra el tráfico de drogas y la molestia con los migrantes venezolanos en EEUU, exiliados a los que califica de delincuentes. Para mí, no es legítima una intervención militar por esos motivos, que abren además la caja de Pandora de las áreas de influencia: un riesgo para Taiwán y el abandono definitivo de Estados Unidos de Ucrania. Además, nadie en su sano juicio imagina qué no exigiría el idiota («engreído sin fundamento» en su segunda acepción, según la RAE) del pelo naranja una contraprestación desmedida sobre los recursos de Venezuela, y que sería nefasto para ese país una democracia tutelada.
Aun así, el dilema moral es real, porque la alternativa es la permanencia de la dictadura, las cárceles y torturas en el Helicoide, y la lenta muerte de la sociedad venezolana hasta convertirla, como sucede en Cuba, en una prisión inmensa. Lo ideal es que Marco Rubio tuviera el margen de maniobra para imponer una lógica interventora limitada a la restauración democrática. Pero eso quizá es pedirle peras al olmo. Ante esa encrucijada está Venezuela, uno más de los senderos que se bifurcan en este Valiente Nuevo Mundo que vemos nacer y que aún no comprendemos del todo, pero cuyo olor, que ya percibimos, no es precisamente a rosas y jazmines.