Si eliminamos la Navidad
«Si dudan entre felicitar la Navidad o felicitar las fiestas, déjense de líos: celebren el nacimiento de aquella moral que construyó la cultura que les sustenta»

Alumbrado navideño en Madrid. | Oscar Manuel Sanchez (Zuma Press)
Hay una frase en San Manuel Bueno, mártir, la novelita magistral de Unamuno, que dice así: «¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho». Este que les escribe, para quien ese cuento de Unamuno es una especie de texto sagrado, concibe la espiritualidad como a su vez la ve ese maravilloso párroco de Valverde de Lucerna. Y es que la religión es una metáfora que te ayuda a entender el mundo al que no eres capaz de llegar a través de la razón, dando una explicación a lo que desafíe la lógica terrena.
Si bien esa definición, como también dice el párrafo unamuniano, vale para cualquier religión, en mi opinión la religión católica aporta las mejores respuestas a ese mundo al que no somos capaces de acceder. Básicamente, porque te enfrentas a esa dimensión con pilares tan fundamentales como la dignidad, el amor o la solidaridad, aportando a las culturas occidentales un sustento moral que, entre otras cosas, ha hecho que avancen a un ritmo superior al resto de culturas.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte esos valores se han maltratado, pisoteado, ninguneado por una posmodernidad nihilista que no cree en nada que no tenga al alcance de la mano. Esto lo vio muy bien Unamuno en su San Manuel, quien quiso darle a la religión no sólo un sentido espiritual, sino también puramente funcional: el pueblo sólo funciona cuando estos valores, tengan trascendencia divina o no, siguen presentes en el núcleo central de la moral popular. En el momento en que estos valores se pierden, sustituidos por el vacío posmodernista, la deriva moral destruye sociedades, y en esta columna que desde hace diez años vengo firmando en THE OBJECTIVE han visto ustedes glosados ejemplos de esa destrucción.
Leo por ahí que el gobierno de Castilla-La Mancha quiere renombrar las vacaciones de Navidad y de Semana Santa como «Descanso Primer Trimestre» y «Descanso Segundo Trimestre». Hay más profundidad de la que parece en este gesto aparentemente inocente. Es un clavo más en el ataúd que empieza ya a ocultar esos valores de los que hablábamos. Movidos por esta suerte de nueva moral wokista, muchos gobiernos pretenden no ofender a otras culturas impidiendo que la nuestra se exprese libremente. Para ello, obviamos que es motivo de celebración el nacimiento de quien aglutinaba en sí todos esos valores de los que hablábamos, para imponer nombres, repito por segunda vez este adjetivo, vacíos.
Eliminar la Navidad del calendario escolar no es una ridiculez más. Da buena cuenta de que la tolerancia es unidireccional, y además atenta contra algunas de esas señas de identidad que, como decíamos, daban sentido al pueblo unamuniano: la solidaridad, el libre albedrío y la dignidad humana, pilares del evangelio, y otrora pilares de nuestra sociedad. Por tanto, si dudan entre felicitar la Navidad o felicitar las fiestas, déjense de líos: en lugar de hacer alusión a ese histriónico bucle de compras, comilonas y bailoteos, celebren el nacimiento de aquella moral que construyó la cultura que les sustenta.