La mascletà sanchista
«No son bulos. No son anécdotas. Es la putrefacción de los cimientos que está dando lugar a un derrumbe múltiple. Y cada día lo confirman nuevos hechos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Quien la haya vivido sabe que una mascletà es mucho más que simple ruido: es una coreografía del estruendo. Las explosiones empiezan suaves y van creciendo hasta que el suelo tiembla. El corazón se acelera y el pecho se queda sin aire. La acústica, el olor, las vibraciones… hipnotizan, pero intimidan a la vez. Todo conduce a un éxtasis que es el reflejo de una sacudida colectiva… a la que en algún momento sientes que no vas a poder sobrevivir.
La lectura de los titulares sobre el sanchismo de la semana pasada me ha trasladado al marzo de mi Valencia y al junio de mi Alicante. Con una diferencia: en los estallidos del derrumbe sanchista parece no haber partitura. Mucho de inquietante sin nada de bello.
No son bulos. No son anécdotas. No son tropiezos. Es la putrefacción de los cimientos que está dando lugar a un derrumbe múltiple. Y cada día lo confirman nuevos hechos. Primero, la UCO. Detenciones, imputaciones, registros. Contratos públicos bajo sospecha. Mascarillas. PCR. Balizas. Hidrocarburos. Servinabar. El hermano. El amigo. La amiga. La mujer. Un secretario de organización. Otro. La fontanera. La universidad. Correos. El Parador. La Sepi. Hacienda…
Cada vez un ritmo más frenético que deja claro que la corrupción no es periférica ni anecdótica. No son los márgenes del sistema: es el núcleo. Y no hace falta exagerar nada: los hechos ya hacen suficiente ruido por sí solos. Con el estruendo judicial resonando, empieza una segunda tanda de petardos. El Me Too sanchista. Las sobrinas. Las putas. La coca. Acoso sexual. Acoso laboral. Silencio. Más silencio. Presidentes de diputación. Un alcalde. Otro alcalde. Y otro más. Dirigentes orgánicos. Dimisiones, expedientes, comunicados tardíos, excusas. ¡Pum!
Cada día una sorpresa. Cada día una grieta en el discurso del partido que se erigió en vanguardia moral de la lucha contra la corrupción y del feminismo institucional. Seamos claros. Aquí el problema no es (solo) penal. Es ético, es simbólico y es cívico. Porque cuando quien presume de tolerancia cero ante la corrupción y el machismo, improvisa protocolos, matiza consignas, pide paciencia, tiene lapsus sistemáticos de memoria (no conoce a nadie)… Su credibilidad se evapora. Y crece la desafección ante todo y ante todos.
«Durante años estos señores han blindado su legitimidad en una presunta superioridad moral»
El sanchismo es el colmo del cinismo (no podía haber hecho más certero pareado). El Gobierno que llegó al poder prometiendo erradicar la corrupción y proclamándose el más feminista ha visto cómo su relato salta por los aires a golpe de una verdadera mascletá de sinvergonzonería.
Me indigna mucho. Muchísimo. Porque durante años estos señores han blindado su legitimidad en una presunta superioridad moral. ¿El ADN con la anticorrupción?, ¿feminismo como identidad?: ¡ja! Bullshit. Mucho moralwashing. Mucho pinkwashing. Demasiado trinque, demasiado poco pudor, demasiado machismo baboso y demasiados cómplices que compran un relato incomprable.
Puede, con suerte, que los tribunales actúen. Deben hacerlo. Pero ¡ojo!, la democracia no se sostiene solo con autos judiciales. Se sostiene con confianza. Y la confianza se construye muy despacio y se destruye en segundos. Exactamente como la pirotecnia.
El daño más profundo que estos sinvergüenzas han hecho al país no está en los sumarios ni en los expedientes internos. Está en la mirada del ciudadano que asiste a este tremendo espectáculo con una mezcla de hastío y cinismo. Especialmente los jóvenes, a quienes se les prometió una política limpia, ejemplar y transformadora. Hoy muchos no ven ahí más que contradicciones, trampas, relatos huecos… y un ejército de mangantes,
Esto no se arregla con una remodelación ni con un cambio de eslogan, Yolanda. Se tardará años en recomponer la fe cívica que este gobierno progresista (sic) tiene como demérito haber destruido.
Una mascletà bien hecha termina con aplausos. Pero esta, sin embargo, está dejando todo lleno de humo, hastío y ciudadanos preguntándonos si queda algo en la política que merezca la pena. Veremos.