Atrincherado
«Cuando se descubre que un colaborador ha delinquido, lo lógico y lo honesto es dimitir del puesto en el que te han colocado los ciudadanos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Cuando un primer ministro o canciller o presidente del Gobierno se ve rodeado y acorralado por innumerables y gravísimos casos de corrupción y de desprecio a las mujeres, protagonizados por su entorno más cercano —mujer, hermano, predecesor, ministros, correligionarios y colaboradores íntimos—, no cabe duda que tiene dimitir y convocar elecciones.
Me parece oportuno recordar el caso de Willy Brandt. Era canciller de Alemania el prestigioso e influyente Willy Brandt, que, cuando se descubrió que su Jefe de Gabinete, Günter Guillaume, era agente de la Stasi, la policía política de la comunista República Democrática Alemana, le faltó tiempo para dimitir de la Cancillería. ¡Claro que Brandt no era espía de la RDA y claro que no sabía nada de lo que hacía ese Guillaume, pero al día siguiente dejó ese puesto!
¡Y claro que Sánchez no tiene nada que ver con Willy Brandt! No es socialdemócrata, como era Willy Brandt. No es anticomunista, como era Willy Brandt. No es honesto, como era Willy Brandt. Y no es responsable ante sus conciudadanos como era Willy Brandt, que, por cierto, fue uno de los más importantes protagonistas de la refundación del PSOE, precisamente ese mismo año 74, en Suresnes. Ese PSOE que Sánchez ha conseguido que ya no se parezca nada al que allí salió liderando el joven Felipe González, porque ahora es una marioneta a las órdenes de golpistas, comunistas, racistas y filoterroristas.
Los 1.600 asesores que ha colocado en la Administración del Estado para que se los paguemos todos los españoles nos han demostrado que no hay ninguno dispuesto a llevarle la contraria. Es decir, que todos ellos, en vez de aconsejarle desde la honradez y el sentido común, lo que hacen es preguntarle qué quiere hacer y, a continuación, estrujarse el cerebro para prepararle una serie de argumentos para justificar eso, lo que quiere seguir haciendo.
Él no tiene duda, él quiere seguir en la Moncloa todo el tiempo posible, caiga quien caiga. En realidad, no es que no tenga duda, es que no tiene otra posibilidad para aguantar lo que le está cayendo encima y lo que falta por caerle. Paradójicamente, cuando, con sólo 84 diputados, se atrevió a censurar a Mariano Rajoy, su argumento principal fue acabar con la corrupción y defender a las mujeres de los ataques que reciben del heteropatriarcado. ¡Y dejó en manos de Ábalos el discurso de esa censura!
«Todo este argumentario tiene como único objetivo alejar de sí lo que en cualquier democracia normal sería lo lógico: dimitir y convocar elecciones»
Tanto en Extremadura como en la rueda de prensa del lunes, que también fue un mitin, se atrevió a decir que menos mal que está él para defender a los españoles de la corrupción. Cuando vemos lo que estamos viendo, hace falta tener una cara más dura que el cemento armado para decir eso. Igual que, cuando vemos cómo proliferan los casos de acoso a las mujeres entre sus colaboradores más íntimos, como Paco Salazar, escucharle decir que menos mal que está él para defenderlas es alucinante, sobre todo cuando se niega a cumplir su propio protocolo, que exige llevar estos casos a la Fiscalía.
Todo este argumentario, con el que Sánchez cree defenderse, sin darse cuenta de que es absurdo y ridículo, tiene como único objetivo alejar de sí lo que en cualquier democracia normal sería lo lógico: dimitir y convocar elecciones.
Sánchez resiste que cada día vayamos descubriendo que todo su entorno está hasta las orejas de corrupción y machismo, pero hace tiempo que descubrió también que cuanto más débil es él más fuerte es el apoyo de sus socios de Frankenstein, así que no está dispuesto a reconocer que, tras todos los escándalos en que está metido, hace mucho que tendría que haber dimitido por el bien de España, de su partido y hasta de sí mismo, que va camino de convertirse en un ser extraño que no podrá salir nunca a la calle.
Y otra que está tardando en dimitir es su número dos en el Gobierno y en el partido, Marisú Montero. Al parecer, a su brazo derecho, Vicente Fernández, al que ya promocionó en Andalucía, lo trajo a Madrid para hacerle nada menos que presidente de la SEPI. Le hizo dimitir cuando estuvo imputado por la mina de Aznalcóllar, pero se negó durante casi dos años a sustituirle. Durante ese tiempo se instaló, a pocos metros de la sede de la SEPI, en una oficina para seguir influyendo en asuntos de la SEPI, a la que, por lo visto, acudía de vez en cuando. De ahí se fue a Servinabar, la empresa de Cerdán y Antxon Alonso (la pareja que negoció con Otegi el apoyo de Bildu). Pues bien, en los últimos cinco años, según el Registro de la Propiedad, aumentó su patrimonio inmobiliario en 10 millones de euros, con viviendas y chalets en las urbanizaciones más lujosas de España. ¿Será que le ha tocado la lotería y que llevaba mil décimos?
Aprovecho para decir que la SEPI, que es heredera del INI de Franco, hace mucho que tendría que haber desaparecido. Y mucho más cuando ahora empresas privadas como Telefónica e INDRA han sido colonizadas por ella, comprando acciones con nuestro dinero para nombrar presidentes y consejeros de fidelidad sanchista.
Cuando se descubre que un colaborador ha delinquido, lo lógico y lo honesto es dimitir del puesto en el que te han colocado los ciudadanos, como hizo Willy Brandt y como hice yo, cuando fue detenido el que había sido mi vicepresidente en la Comunidad de Madrid, y eso que, casi nueve años después, aún no sé por qué le detuvieron.
Pero Sánchez va a seguir diciendo sin inmutarse que menos mal que está él para acabar con la corrupción y para defender a las mujeres.