The Objective
Fernando Savater

Teoría del whisky

«Ninguno de esos respetados farsantes se atreve a decir que un componente muy oportuno de la felicidad es un copazo de whisky tomado en el momento oportuno»

Opinión
Teoría del whisky

Vaso de whisky. | Alex Kormann (Zuma Press)

Me siento ante el ordenador, enciendo la pantalla y se me escapa un suspiro. ¿Tema? Pues supongo que no habrá más remedio que volver a escribir sobre Sánchez y sus chanchullos. Ya saben, las mentiras convertidas en mensajes institucionales, los puteros presumiendo de feminismo, la desastrosa gestión de los fondos europeos, las concesiones vergonzosas al separatismo catalán y vasco… en fin, todo lo que ha llevado a L’Expresso a dedicar su portada como persona del año (y del daño mucho más) a nuestro presidente. Dice la revista italiana que Sánchez es el mejor político de izquierdas de la actualidad y probablemente tiene razón: ¡imagínense cómo son los otros! Por eso en cada vez más países (el último de ellos, Chile) los electores, cuando tienen ocasión, se vuelcan en apoyar al candidato de derechas. Les imagino advirtiéndose unos a otros: «¡A ése no se te ocurra votarle, que es de izquierdas, o sea, según LExpresso, peor que Sánchez!».

Todo esto estamos ya hartos de saberlo y sobre todo de leerlo una y otra vez. Para mejorarnos de esta turra, necesaria y verídica pero que también cansa, sólo nos quedan dos o tres posibilidades de alivio: ver los programas de opinión de las cadenas oficiales de radio y televisión, suscribirnos a El País o Público, visitar de nuevo a ese cuñado un poco raro en el manicomio donde languidece hace varios años y reza el credo todos los días ante una foto de Sánchez… en fin, no sé, algo habrá que hacer. Pero yo, en fin, qué quieren que les diga, volver a escribir sobre Sánchez, pues como que va a ser que no. Están ya las Navidades a la vuelta de la esquina, tiempo de paz y alegría, jingle bells, jingle bells, pero mira cómo beben los peces en el río…

Lo de los peces que beben me ha dado una idea. ¿Por qué no hablar en este pequeño rincón del universo que me toca completar hoy de algo agradable y estimulante en vez volver por enésima vez sobre un bribón deprimente al que sólo le encuentran virtudes quienes cobran de él? Hablemos, por ejemplo, del whisky, al que tengo por un amigo fiel, pero del que uno no puede fiarse a ciegas. Desde su propia etimología (del gaélico escocés uisge beatha o del irlandés uisce beathadh) que significa «agua de vida», su nombre encierra una promesa tonificante. Sabido es que las redes están llenas de falsos filósofos: se les conoce porque todos empiezan sus mensajes diciendo «el secreto de la felicidad es…» y luego siguen con cualquier bobada vulgar, algo que el calendario zaragozano hacía mejor y sin darse falsa importancia.

Pero ninguno de esos respetados farsantes se atreve a decir que un componente muy oportuno de la felicidad es un copazo de whisky tomado en el momento oportuno. O no beben o no se atreven a reconocer en público lo que el alcohol ha hecho por ellos, ninguno de los dos casos les recomienda como sabios o sinceros. Solo un sabio fiable como el gran Fernando Fernán Gómez reconoció en una entrevista que el alcohol (en concreto, habló de un par de vasos de whisky) ha hecho en muchas ocasiones mejor servicio para levantarle el ánimo que las ovaciones del público o los galardones de la crítica. ¡Loor a la sinceridad! Y el humorista americano W. C. Fields acuñó un arrepentimiento inmortal: «Fue una mujer la que me empujó a la bebida y fui tan miserable que ni siquiera se lo agradecí». Ya, me dirán ustedes, pero ese comediante murió de cirrosis hepática. Bueno, también el santo Juan XXIII que bebía mucho menos. Además, no se pueden juzgar las cualidades de un hábito por quienes solo saben practicarlo sin mesura: don Quijote enloqueció a fuerza de leer mucho, pero bastantes (en España no demasiados) seguimos considerando la lectura uno de los placeres humanos más distinguidos.

«Creo —y practico— que hay que beber con adecuación a las circunstancias y a nuestra necesidad presente»

Cuidado, no me tomen por uno de esos alguaciles que dicen que hay que beber «con moderación». Yo creo —y practico— que hay que beber con adecuación a las circunstancias y a nuestra necesidad presente: los excesos son imprescindibles también para llegar al palacio de la sabiduría, como señaló William Blake. Y Séneca, notablemente austero y poco dado a las francachelas, aconsejaba a Lucilio que de vez en cuando practicase la sobria ebrietas, que vaya usted saber lo que es, pero que yo interpreto como la recomendación de cogerse de vez en cuando una buena cogorza para no ceder a la melancolía. ¡Qué acertado uso hubiera hecho Séneca del whisky si hubiera llegado a conocerlo!

Uno de esos doctores que corren por internet (y que son aún menos fiables que los filósofos) decía hace unos días que al cumplir los 65 años hay que renunciar radicalmente al alcohol. Pero yo he leído que en los siglos XVII y XVIII se utilizaba el whisky barato para conservar los cadáveres destinados a la sala de disección. De modo que a mi provecta edad no renuncio ni a una gota del bendito líquido escocés (o irlandés, o japonés, o segoviano…) y eso que llevo ganado para cuando visite la morgue.

Publicidad