The Objective
Xavier Pericay

¡A por todas!

«Puede que este ejemplo de doble moral en el Partido Socialista termine haciendo más mella en el electorado, en especial el femenino, que los casos de corrupción»

Opinión
¡A por todas!

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en un acto feminista.

El viernes de la pasada semana el diario Abc traía en su edición digital un perfil político de Javier Izquierdo. Izquierdo, que había renunciado el día anterior a su acta de senador y a su responsabilidad como secretario de Estudios y Programas de la Ejecutiva Federal del PSOE tras una presunta denuncia por acoso sexual, se sumaba así a una nutrida lista de cargos del partido señalados por el mismo delito y que no haría sino incrementarse en días sucesivos. Para ilustrar la noticia, el periódico había recurrido a una foto de archivo del protagonista. Este aparecía detrás de un atril en el que se leía «¡A por todas!». El lema se repetía en una suerte de telón situado al fondo de la imagen.

Leída hoy, la expresión podría interpretarse como lo que en narratología se entiende por anticipación. O, si lo prefieren, como un spoiler. Esto es, como una invitación a los compañeros del partido, Izquierdo entre ellos, a no pararse en barras y lanzarse a por las compañeras que dependen orgánicamente de ellos. Bromas aparte, esas situaciones de acoso pueden darse en cualquier organización o empresa donde el puesto de trabajo o la posibilidad de un ascenso en el escalafón dependen del informe de un superior, y, por supuesto, hay que denunciarlas y combatirlas. Y las formaciones políticas, claro, no constituyen una excepción, lo mismo si el acoso es sexual que si es meramente laboral.

Es más, dado que en un partido la conservación del puesto de trabajo o una hipotética promoción no suelen estar sujetas a criterios más o menos objetivables, como el mérito o la capacidad, sino a la estricta observancia de una obediencia perruna al superior inmediato o a algún dirigente con mando en plaza, los casos de acoso, se denuncien o no —no todo el mundo está dispuesto a correr el riesgo de una posible represalia que ponga en peligro su puesto de trabajo o su carrera política—, no acostumbran a trascender.

Pero lo del Partido Socialista es distinto. Tanto el PSOE como el resto de las fuerzas de izquierda que conforman el Ejecutivo y la mayoría parlamentaria en la que este se sustenta tienen al feminismo como algo propio, privativo, como una seña de identidad irrenunciable que agitan como arma arrojadiza contra la tan denostada derecha, a la que no suelen conceder derecho alguno, empezando por el de erigirse en una alternativa de gobierno.

Que esos casos se estén dando en la casa madre del feminismo resulta particularmente penoso para la militancia del partido y para quienes lo votan y tenían previsto volverlo a votar. Hasta puede que este ejemplo de doble moral termine haciendo más mella en el electorado, en especial el femenino, que los casos de corrupción. Del mismo modo que estos últimos van a seguir sucediéndose, todo indica que más denuncias por acoso irán saliendo a la luz en los próximos días.

«El Partido Socialista no ha tenido ningún interés en resolver las denuncias que le han presentado sus afiliadas»

Por de pronto, tal y como revelaba ayer El Confidencial, la recién creada, a instancias de la Unión Europea, Autoridad Independiente de Protección del Informante ha abierto un expediente al PSOE y estudiará posibles sanciones por el mal funcionamiento de su canal interno de denuncias.

En otras palabras, el partido no ha tenido ningún interés en resolver las denuncias que le han presentado sus afiliadas. O, como mínimo, en resolverlas con la celeridad exigible. A juzgar por los casos que han trascendido, el hecho de que afectaran a cargos significativos del partido no ha sido ajeno a la desidia con que han sido tratados.

Este periódico informaba el pasado sábado de que miembros del PSOE y de la ejecutiva local de Almussafes, población valenciana de la que sigue siendo alcalde Toni González, uno de los acusados por un presunto delito de acoso sexual y laboral, habían emprendido en los grupos de WhatsApp del partido una campaña infamante contra la denunciante, en la que no habían faltado injurias e intimidaciones. Con lo que se demuestra, dicho sea de paso, que del «¡a por todas!» del que hablábamos al principio, ni que fuera con retranca, al «¡a por ella!» de Almussafes hay sólo un paso cuando lo que en verdad importa no es ya el feminismo, sino conservar los agarraderos del poder.

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