Poco bebemos para lo que tragamos
«Cuando termine el catastrófico viaje de este Gobierno, Yolanda y compañía descenderán tras el cuerpo político del presidente hacia un olvido que merecen»

La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz.
«Poco bebemos para lo que tragamos» es una frase que una amiga le escuchó a un político muy conocido, y que yo le dejo aquí a Yolanda Díaz, a modo de presente, por si el anís le ayuda a endulzar sus lágrimas. Es una cita trasversal, como ella.
La remodelación radical que pidió para el Gobierno del que es parte se ha vuelto contra ella. Su grito en mitad del desierto sanchista le ha retornado como un severo eco. A nadie le importa lo que diga Díaz, y eso es una tragedia para sí misma, y para el apéndice inútil y extirpable bautizado Sumar, como se pudo llamar Mercerías Yoli.
Pablo Iglesias, que no tiene una idea buena, la eligió a dedo para sucederle. Aún eran tiempos de vértigo y coleta. Él iba a parar el fascismo y terminó abriendo un bar. De ella dijo: «Puede ser la próxima presidenta del Gobierno de España». Al delirio se sumó luego Iván Redondo, en idénticos términos.
Alguna vez analizaremos los años de Podemos en el Gobierno de España y tendremos que hacerlo con un gorro de papel de aluminio puesto. Nunca tan poco talento dio tanto de sí. De aquella fogata, esta ceniza. Sumar heredó el empuje populista de los (que se pusieron) morados, y ahí están, echando horas en el Gobierno más corrupto de la historia de España, haciendo como que no están, pero estando. Y encarando la espuma de los micrófonos con una dignidad que dejan en el perchero antes de entrar en el Consejo de Ministros.
Yolanda Díaz, Ernest Urtasun, Mónica García, Pablo Bustinduy y Sira Rego. He tenido que buscarlos en Google. Ocurrencias, huelgas e intrascendencia. Y apretar mucho los puños. Y decir las cosas con mucha seriedad. Y votar disciplinadamente, manteniendo en el poder a un presidente cuyo entorno familiar y político está podrido de corrupción, de mentiras y de juicios pendientes.
«El impostado cabreo de Yolanda Díaz con Pedro Sánchez es sólo el epitafio de una marca»
«Ahora mismo estamos implementando una hoja de ruta de avances», contestó ayer Pedro Sánchez al ser preguntado por Sumar y su meada fuera de tiesto. Implementando. Una hoja de ruta. De avances. Es decir: la nada. Es decir: Sumar. Yolanda Díaz sabe que su única opción para seguir manteniéndose en política es encabezar una lista del PSOE en La Coruña en las próximas generales. Sumar ya es un ataúd, un adiós con pañuelos desde el muelle, un limbo donde gente que dice ser de izquierdas vaga a medio camino entre podemitas y socialistas. Un lugar oscuro, sin voz, al servicio de una mujer que ha hecho de la carantoña y de la cursilería su único patrimonio político. Porque la gestión exige algo de valentía, y Sumar flota en el sanchismo como una rana que ha espichado en un riachuelo. «Así no se puede seguir», dijo Yolanda en la entrevista, pero ahí sigue. Como cuando decidimos ponernos a dieta en el momento exacto en el que nos estamos llevando el segundo polvorón a la boca.
Nadie ha tragado más que Sumar en esta legislatura. Ninguno, desde luego, con tanta docilidad y tanta entrega. El impostado cabreo de Yolanda Díaz con Pedro Sánchez es sólo el epitafio de una marca que se disolverá cuando se disuelvan las Cortes, en 2027 como máximo.
En el Antiguo Egipto, el faraón era conducido a la tumba acompañado por sus más próximos. Sus escribas, sus tesoreros, sus sirvientes de confianza. Todos ellos eran sacrificados entonces, para que al Rey no le faltara su séquito en el más allá, para que su poder tuviera compañía en la eternidad. Sumar es ese cortejo que acompaña a Sánchez en su descenso.
Me acuerdo, en esta escena, de Izquierda Unida. A los que Pablo Iglesias llamó «pitufos gruñones». Y que sonríen viendo desfilar a Sumar hacia el subsuelo. Como ya disfrutaron del ocaso de Podemos. «La propuesta de remodelación del Gobierno no fue acordada por el espacio», ha dicho Antonio Maíllo, dejando a Yolanda sola en el cadalso. Cuando España despertó, Izquierda Unida todavía estaba allí.
Cuando termine el catastrófico viaje de este Gobierno, Yolanda y compañía descenderán tras el cuerpo político del presidente hacia un olvido que probablemente merecen. Lo harán en silencio, como han vivido estos años: sin discurso, sin poder y sin rebeldía. Y cuando los arqueólogos políticos del futuro excaven los escombros de esta legislatura, solo encontrarán polvo. El polvo de un populismo consumido que, en vida, vio y tragó; que dijo estar enfadado, pero que acudía, puntualmente, a sus citas con el sanchismo, con sus miserias, con sus mentiras y con sus fracasos.