Edictos de fe(minismo)
«El PSOE tiene la exclusiva del feminismo y por ende la representación de ‘las mujeres’, un binomio tan falaz como inexpugnable en la discusión pública»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En una antigua reseña al libro de Henry Charles Rea sobre la Inquisición española, Carlos García Valdés, quien pasa por ser el padre del moderno derecho penitenciario español, afirmaba que la institución ancestral y ubicua de la Inquisición había regido demasiado tiempo en España. «Yo aprendí de Jiménez de Asúa —señalaba García Valdés— que ese fue precisamente nuestro problema».
No puede uno evitar elucubrar sobre lo que dirían hoy otros ilustres ilustrados como Jovellanos o Pedro Dorado Montero si supieran del entusiasmo con el que, con la divisa del feminismo, se celebra en el PSOE que haya buzones de denuncias anónimas por acoso sexual y que, la ministra Redondo dixit, no se vaya a volver a poner en duda la palabra de una mujer. Y es que hacer gala de tales métodos y propósitos evoca de manera inmediata las visitas de distrito de los inquisidores, la lectura de sus «edictos de fe» animando la delación de todo comportamiento herético, desde la comisión del pecado nefando hasta la observancia de ritos y costumbres propiamente judíos (vestir en sábado «camisas limpias y ropas mejoradas y de fiesta» se ejemplificaba) pasando, claro, por la adhesión a la doctrina de Lutero como magistralmente noveló Miguel Delibes en El Hereje.
Y es que, quienes han estudiado con cuidado la Inquisición, su naturaleza y su devenir, nos han advertido de cómo los inquisidores mismos fueron conscientes de que muchas de las delaciones anónimas estaban alimentadas por el odio y la envidia, y, por supuesto, por el afán de «limpiarse» exhibiéndose como ortodoxos o cristianos viejos aunque no lo fueran. No era por ello infrecuente que, como forma de derrotar la presunción de culpabilidad —el in dubio pro fidei— que pesaba sobre los denunciados y así lograr su absolución, los testigos llamados por la defensa del encausado lo fueran para dar cuenta de esa animadversión hacia el delatado.
De hecho, los procesos inquisitoriales no desconocieron las revisiones o anulaciones de condenas a la hoguera cuando se comprobaba que las deposiciones de los testigos habían sido falsas, animadas por motivos espurios. ¿No estaremos asistiendo a algo parecido en las últimas semanas, es decir, el fuego cruzado y amigo bajo la bandera del feminismo?
Llevamos (demasiado) tiempo siendo animados mediante edictos de fe(minismo) a exhibir nuestra pureza de sangre machista, interpelados como hombres a no callar ante no se sabe todavía muy bien qué: si acosos sexuales o laborales; o ante la lentitud en la tramitación de las denuncias (la rapidez en los procedimientos es inversamente proporcional a la observancia de las garantías del acusado); o ante el hecho de que no todas las organizaciones garanticen el anonimato, o a que los protocolos no prevean la presencia de agentes de igualdad —uno de los repentinos conejos en esta chistera de la última hora que lo que seguro que garantizará es una formidable captura de rentas para quienes se encarguen de impartir «estudios de género», «estudios feministas y políticas públicas de igualdad» (artículo 3.1. del Anteproyecto de Ley por la que se regula el ejercicio de la profesión de Agente de Igualdad)—.
«No se trata del ‘cerdo Salazar’ —varias mujeres socialistas ‘dixit’— sino del ‘patriarcado’, que a estos efectos es como el espíritu santo»
En el fondo da igual porque el batiburrillo es perfectamente incongruente con otras muchas demandas, compromisos o teorizaciones. El PSOE, como Carmen Calvo «pixit», tiene la exclusiva del feminismo y por ende la representación de «las mujeres» (un binomio tan falaz como inexpugnable en el mainstream de la discusión pública) pero si resultase que en su seno hay machistas y acosadores pata negra y conniventes, también pata negra, con aquellos, aparece el comodín estructural: el partido de oposición que haga notar que se predica pero no se da trigo «no habrá entendido nada» porque no se trata del «cerdo Salazar» —varias mujeres socialistas dixit— sino del «patriarcado», que a estos efectos es como el espíritu santo, un absoluto misterio en cuanto a su forma de presentación e intercesión.
Y lo mismo si pensamos en todos esos valores y principios a los que tampoco queremos renunciar en debida reflexión —y sobre todo cuando nos toca a nosotros como posibles víctimas de denuncias o inquisiciones falsas—. Durante semanas, y con buenas razones, hemos asistido a todo un festival de impugnaciones a un procedimiento contra el fiscal general del Estado por la comisión de un delito muy grave, basadas en la ausencia de garantías y en una condena que finalmente se ha apoyado parcialmente en indicios. Se ha criticado la instrucción, el registro, que se tenga en cuenta el sospechoso borrado de su móvil y no en cambio el engaño previo del querellante e investigado por un presunto delito fiscal… Todo eso puede decaer tan pronto como topamos con la Iglesia del feminismo peor entendido y practicado.
Hoy, como antaño, la cosa va de cerdos, marranos y negacionistas, pero en el fondo sabemos, gracias a Orwell, que todos los cerdos son iguales, pero unos son más iguales que otros.