El PP en su laberinto
«La estrategia del partido de quitar votos al PSOE con las mismas armas no ha funcionado, y si se proyecta a nivel nacional, va a ser un rompecabezas sin solución»

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, junto a la presidenta extremeña, María Guardiola.
El Partido Popular tiene un problema. Su estrategia no acaba de funcionar. Piensa que cada votante que se decide por Vox es un voto perdido o, peor, que no le interesa. A partir de ahí se ha hecho un mapa complicado. Cree que no puede competir con los partidos nacionalistas de derechas; esto es, con el PNV y Junts. Lógico: los populares no pueden sostener ahora que el País Vasco y Cataluña son naciones sin Estado, históricamente oprimidas, y que necesitan diferenciarse del resto de España. Sería su ruina. Tampoco quiere disputar donde hay una identidad local fuerte con los regionalistas como UPN o Coalición Canaria, salvo en Galicia. En el resto de autonomías, el carácter local es secundario. Con este panorama, el PP nacional solo ha visto un campo para ganar votos: el centroizquierda.
No obstante, es complicado sacar a ese electorado de su veneración ciega al PSOE. Además, sus ejes son justamente aquellos que animan al votante de la derecha a refugiarse en Vox. Me refiero al feminismo de la discriminación legal y cultural, al ecologismo alarmista, a la inmigración ilegal y al universo LGTBI. Cuanto más se ha metido el PP en esos cuatro campos para ganar votantes al PSOE, más beneficiado ha salido Vox. La prueba está en Extremadura. Guardiola pasa por ser la dirigente más progresista del PP. La consecuencia es que Vox ha duplicado el número de votos, mientras que los populares han obtenido 8.000 papeletas menos, aunque hayan subido un escaño.
Es más que probable que el resultado extremeño se repita en el resto de elecciones que nos esperan de aquí al verano de 2026. Podemos tener a un PP que gana sin apabullar, con un Vox muy crecido y necesario para la gobernabilidad. Y he aquí donde está el problema de los populares. La sensación será la de unos populares pidiendo oxígeno a unos voxeros en alza. Es más: de seguir las próximas elecciones generales serán una reválida de las que tuvieron lugar en 2023. El asunto será si el PSOE puede sumar o no. La alternativa será cuánto dependerá Feijóo de Abascal.
Quien piense que Vox va a cambiar por tocar moqueta, está apañado. No es Ciudadanos ni Podemos. Es otra cosa. Los voxeros viven de ser antisistema. Puede ser que den su apoyo o su abstención al PP para que Feijóo forme un gobierno, pero serán la principal fuerza de oposición para desestabilizar al Ejecutivo y hacerlo caer cuando lo decidan. Lo han hecho a nivel autonómico y les ha funcionado. No hacen más que subir cuanto más insiste el PSOE en dar presencia al «enemigo fascista» para tapar su corrupción y negligencia. Pero otro tanto ocurre cuando el PP juega a ser un partido con sentido de Estado y habla de «socialistas buenos», de Unión Europea, de «emergencia climática» o de medidas que contengan algo de «ideología de género». Un futuro gobierno del PP no podrá escapar a esas políticas que proceden de Bruselas, y ahí se encontrará con Vox dispuesto a derribar al Ejecutivo.
«Pasaremos del chantaje de Puigdemont a la extorsión de Abascal, que exigirá el cumplimiento de su programa»
Nuestro porvenir parece marcado por dos alternativas desesperanzadoras. La primera, un sanchismo corrosivo sostenido por los rupturistas en beneficio propio, que deteriore tanto la España democrática que no la reconozca ni la madre que la parió. La segunda, un gobierno del PP viviendo en la parálisis permanente, inestable, zarandeado por el frentepopulismo herido y un Vox destructivo.
Pasaremos del chantaje de Puigdemont a la extorsión de Abascal, que exigirá el cumplimiento de su programa para luego, en cuanto le interese por la presión exterior o las urnas, reventar la gobernabilidad. Si ese posible gobierno de Feijóo decide disolver para consultar a los españoles, Vox se frotará las manos, como ha hecho en Extremadura y es seguro que hará en Castilla y León, Aragón y Andalucía.
El dilema del PP no lo querría nadie. No se trata de ganar las elecciones, como ha hecho Guardiola, sino de gobernar en buenas condiciones. La dirigente popular disolvió el parlamento extremeño por Vox y ahora depende más de este partido que antes. Esto significa que la estrategia de quitar votos al PSOE con las mismas armas no ha funcionado, y que si se proyecta a nivel nacional va a ser un rompecabezas sin solución. Algo tienen que cambiar los populares si no quieren tener otra victoria que los arruine.