De Pablo Iglesias a Pedro Sánchez: alfa y omega del PSOE
«Estaríamos en las antípodas del fundador del PSOE. Ahora los intereses generales y la democracia pueden verse sometidos a un espurio objetivo de poder personal»

Pedro Sánchez interviene durante el acto conmemorativo por el centenario de la muerte de Pablo Iglesias Posse en la sede madrileña de UGT. | Gustavo Valiente (EP)
El 9 de diciembre pasado se han cumplido cien años de la muerte de Pablo Iglesias Posse, fundador del Partido Socialista Obrero Español en mayo de 1879 y durante casi medio siglo, su líder indiscutible. Puede sorprender que esa efeméride haya pasado inadvertida cuando el PSOE lleva siete años gobernando España y hubiera sido fácil, con un poco de buena voluntad e inteligencia, capitalizar el legado político de un personaje que se ganó en su tiempo un alto grado de respetabilidad, transmisible a las formaciones por él presididas, PSOE y UGT.
No ha sido así. Según mis noticias, la Fundación Pablo Iglesias ha organizado una sucinta exposición en Madrid sobre el fundador del PSOE, y otra al parecer de mayor amplitud en Guadalajara, en principio itinerante. Y Pedro Sánchez se ha escondido, más que exhibido, el 9 de diciembre en un acto desarrollado en la sede de la UGT, donde las siglas del partido figuraban como acompañamiento, de acuerdo con su costumbre de no encarar la realidad, si esta encerraba algún riesgo. En sus palabras del 9 de diciembre no hubo el menor intento de mirar hacia el pasado.
Todo fue ofrecer una nueva versión, más triunfalista si cabe, de los espectaculares logros en su acción de gobierno, hasta presentar su propia figura como punto de referencia de la recuperación del socialismo a escala europea y mundial. En el curso del acto, fue proyectado un vídeo sobre «el Abuelo», una interminable cascada de tópicos. Únicamente Pepe Álvarez, el líder de la UGT, en su intervención tomó el puente en dirección de la historia, para ofrecer una comparación entre los bulos y las persecuciones sufridas por «el Abuelo» y las que se suceden hoy contra el buen Gobierno de Sánchez. Llevado de su entusiasmo, hizo un encendido elogio de los servicios informativos de RTVE. Que el espíritu crítico que caracterizara a Antonio García Quejido, fundador y primer presidente de la UGT, le oiga y le perdone.
Consecuencia: el abismo entre el PSOE de Pablo Iglesias (el Bueno) y el PSOE Pedro Sánchez resulta innegable, lo cual no excluye que la recuperación de la historia carezca de interés para el presente, sino todo lo contrario. Es lo que he intentado a título personal, al agrupar evocaciones y estudios sobre Iglesias en el libro estrictamente académico Pablo Iglesias y la fundación del PSOE. No hace falta comparar ni denunciar nada, para darse cuenta de que el auténtico legado de la obra de Pablo Iglesias consistió en la creación y en la supervivencia de un movimiento socialista entregado a una labor de Sísifo, en el marco opresivo de la Restauración, en cuyo curso logró afirmarse como un punto de referencia esencial para su época en cuanto a rigor político y moralidad para la defensa de los trabajadores y para la denuncia de un régimen opresivo y corrupto.
Cuando el joven José Ortega y Gasset escribía en 1908 que quien no fuera socialista, debía explicarlo, se refería a la ese patrimonio adquirido con trabajo y honradez, en un ambiente de corrupción generalizada al que pertenecían incluso los más relevantes políticos del sistema, caso del propio Antonio Maura (por cierto, fallecido el día que Pablo Iglesias).
«Su socialismo no era de puños en alto, sino de brazos y miradas alzándose hacia el cielo, impulsado desde el trabajo»
Tal y como supo ver Emiliano Barral, autor de las esculturas en el monumento a Pablo Iglesias en el paseo de Camoens, destruido en la posguerra, su socialismo no era de puños en alto, sino de brazos y miradas alzándose hacia el cielo, como avance de la humanidad, impulsado desde el trabajo. La firmeza reflejada en su busto de granito, hoy preservado casi milagrosamente, recordaba la exigencia de no claudicar en esos objetivos y en el conjunto de valores que los sustentaban.
Eso no significa cerrar los ojos ante las limitaciones evidentes en los planteamientos económicos y políticos de Pablo Iglesias, hijos de su condición social y del atraso intelectual de un país, donde la traducción de Adam Smith en 1795 seguía siendo el texto accesible de La riqueza de las naciones a mediados del siglo XX y David Ricardo llegó tarde y mal. Como para entender a Marx. Bastaba con Proudhon. Además, a la pleamar revolucionaria de 1868-71 sucedió la larga estabilización hasta 1914, en Europa y en España. Al fogonazo utópico, sucedieron el estancamiento y la represión, penal y política. Bastante hizo Iglesias con lograr la supervivencia de las organizaciones, política y sindical, y con elevarlas al rango de referentes necesarios para un cambio en la crisis de la Restauración.
Esos obstáculos gravitarán sobre la capacidad del PSOE cuando en 1931, tenga que afrontar la misión casi imposible de constituir el más sólido pilar de la Segunda República, dadas la debilidad y la fragmentación del republicanismo. Al rechazar la opción revolucionaria del comunismo, Pablo Iglesias había mantenido sus esperanzas en la victoria final del proletariado sobre la base de la socialdemocracia. En sentido contrario, la experiencia frustrante de la conjunción republicano-socialista en la segunda década del siglo, no proporcionaba un antecedente válido.
El PSOE fue consciente de las exigencias derivadas de la situación, sin disponer de una estrategia propia. No es momento aquí de volver al debate sobre las oscilaciones y los vuelcos socialistas entre 1931 y 1939. Solo de subrayar que esa experiencia desembocó en la fractura interna de corrientes inconciliables. Los efectos perdurarán a lo largo de la posguerra. Hubo, sin embargo, dos consecuencias favorables de cara al futuro: a pesar de detentar siempre el gobierno durante la contienda, esa división interna del PSOE trasladará para los españoles al PCE la imagen negativa de «partido de la guerra», y en segundo lugar, el paso al comunismo de las Juventudes Socialistas, antes y durante la guerra civil, liberará al PSOE resurgido en los 70 de una generación de dirigentes atados en el fondo de su mentalidad a los años 30. Botón de muestra: Santiago Carrillo.
«El partido obrero fundado por Pablo Iglesias tuvo nuevamente que empezar de cero a la muerte de Franco»
El partido obrero fundado por Pablo Iglesias tuvo nuevamente que empezar de cero a la muerte de Franco. En un marco europeo presidido por una imagen positiva de la socialdemocracia, con la imagen de la URSS en caída libre, el PSOE se convirtió en una página en blanco donde podía ser escrita la modernización del país, respaldo del nuevo orden constitucional. No sin graves inconvenientes. La debilidad de los grupos socialistas, salvo excepciones regionales en Vizcaya o Asturias, creaba un vacío difícil de cubrir entre las expectativas electorales de una socialdemocracia en España, y los recursos intelectuales y políticos disponibles.
Al llegar las primeras elecciones, el PSOE fue un partido de aluvión, ingresando en sus filas profesionales y trabajadores valiosos, más los llegados de otros grupos minoritarios, y también buen número de inexpertos y arribistas. Fue un partido de solchagas, también de roldanes, con una carga adicional de confusión ideológica, cuyos efectos se apreciaron en la crisis del marxismo. El partido estuvo a punto de estallar y la reconducción, dirigida por Alfonso Guerra, se hizo al precio de una rigurosa disciplina, de una obediencia a la línea política sin disidencias y también sin creatividad.
Todo salió bastante bien mientras duró el liderazgo de Felipe González. Su sucesión puso de relieve, sin embargo, la ausencia de un grupo dirigente consolidado, en tanto que desde abajo, como en el PP pero por otra vía, ascendía la corrupción, asociada a las nuevas administraciones. El papel de grupos mafiosos, como los llamados Renovadores por la Base, protagonistas en la elección de Zapatero a la secretaría general, y luego del tamayazo, anunció un futuro que ya todos conocemos por las hazañas del grupo del Peugeot en torno al ascenso al poder de Pedro Sánchez. También sabemos lo que luego ha venido sucediendo. Sánchez no es fruto de la corrupción de unos prostíbulos familiares, sino de la que contaminó a su partido desde los años 90, al modo en que la humedad asciende en una pared.
El recuerdo de Pablo Iglesias supone así un llamamiento a la difícil, casi imposible, recuperación por el PSOE de su papel de reserva de valores morales y políticos que desempeñara en la crisis de la Restauración. Las palabras malgastadas en el acto del 9 de diciembre para avalar la situación actual del movimiento socialista, no impiden que sea preciso resaltar la incompatibilidad entre lo que representó Iglesias, al lado de figuras como Giner de los Ríos y Ortega y Gasset, y la degradación personificada hoy por la fontanera y sus jefes. O en Extremadura, por los comprometidos en el caso del hermano enchufado sin despacho donde trabajar. Esto sí que debe ser limpiado como sea, usando la expresión del propio Pedro Sánchez.
«A ciegas o voluntariamente, Abascal se ha convertido en el último garante de la supervivencia de Sánchez»
¿Debe ser? Desde Maquiavelo sabemos que la moralidad no dicta las decisiones políticas, incluso en democracia. Dada la manipulación de los medios ejercida por el Gobierno para borrar la incidencia política de su corrupción, el ciclo electoral iniciado este domingo en Extremadura ha probado por primera vez que coinciden la sensibilidad aparente de la opinión y el comportamiento efectivo de los votantes. También han entrado en juego otros factores, tales como una creciente presión de Vox dirigida a deslegitimar al PP, antes que a derrotar a Pedro Sánchez. A ciegas o voluntariamente, Abascal se ha convertido en el último garante de la supervivencia de Sánchez. Y no cabe excluir que el legado ético de la figura de Pablo Iglesias, ahora vuelto contra sus siglas, haya perdido ya su vigencia, si a pesar de todo Pedro Sánchez logra blindar en las próximas elecciones un sustrato de votos suficiente, para su lucha final a entablar de aquí a 2027. Su reacción y la de sus aliados ante la derrota prueba que están dispuestos a todo para no cejar en su guerra contra la democracia.
La prueba es de primera importancia, pensando en nuestro futuro político. Dejemos toda esperanza de que Pedro Sánchez vaya a resignarse un día a salir del poder por el libre juego democrático. En un lúcido y desolador artículo, J.A. Zarzalejos acaba de mostrar que en su ejercicio de ocultismo político, a Pedro Sánchez le queda aun el as en la manga del desmantelamiento del orden constitucional, con el apoyo de los independentismos. El referéndum, con oportuno fraude de ley sirviéndose del artículo 92 del TC, sobre autodeterminación y monarquía, permitiría salvar el obstáculo de las elecciones generales. No tiene otra salida que lanzar ese órdago a la monarquía y a España.
Estaríamos en las antípodas de lo que supuso la acción del fundador del PSOE, Pablo Iglesias, un hombre del todo entregado al servicio de los intereses generales, de los trabajadores españoles en cuanto «seres humanos». Y el respeto total a la democracia era el medio. Ahora esos mismos intereses, y la propia democracia, pueden verse sometidos de modo irreparable a un espurio objetivo de poder personal. Capaz, eso sí, de sacrificar su partido, como en Extremadura, para salvar el irregular comportamiento de un hermano.