El muro es un coladero
«Lo del muro de Sánchez contra la extrema derecha no sólo es un concepto odioso y cainita que busca polarizar y enfrentar a los españoles. Es que además es mentira»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Las recientes elecciones autonómicas en Extremadura han venido a confirmar algo que ya estaba muy claro por los resultados electorales anteriores: Pedro Sánchez es el presidente del Gobierno español con peor récord electoral de la democracia postfranquista, y su tendencia en los comicios es decreciente, cuesta abajo. De modo que, si el Partido Socialista quiere construir un muro que se oponga efectivamente al ascenso de Vox, la tan cacareada y temida «extrema derecha», ya puede ir buscando otro candidato, porque el que tiene es no ya un pato cojo, sino un ganso alicorto que no logra elevar su vuelo ni con malas artes, que son las únicas en que es experto.
Examinemos someramente la evidencia: en su ya larga, excesivamente larga, carrera, Sánchez nunca ha conseguido mejor resultado que en las elecciones de abril de 2019, cuando logró la escuálida cifra de 123 diputados. Estaba en aquel momento en la situación más favorable: había ya mentido bastante, eso es cierto, porque la mentira en él es consustancial, pero las trolas más gordas fueron desgranándose paulatinamente. Venía de ganar la moción de censura 11 meses antes y había prometido entonces que convocaría elecciones inmediatamente. Mintió una vez más: tardó casi un año en hacerlo.
Había pasado este tiempo denigrando al Partido Popular por corrupto, y había presumido de ser un gobernante impoluto y restaurador de la honradez en política. Había prometido no coaligarse con partidos extremistas: ni Podemos, ni Bildu, ni separatistas de ninguna laya. Es de suponer que en esas condiciones esperase un buen resultado electoral, con la oposición postrada y contrita, habiendo cambiado de directiva y tratando de reponerse tras haber perdido, por primera vez en democracia, una moción de censura.
Pues bien, con todos los pronunciamientos favorables, Sánchez obtuvo el mismo resultado escuálido que había obtenido Rajoy en las elecciones de diciembre de 2015 (los citados 123 escaños), cuando el escándalo Gürtel, su escasa iniciativa y su falta de carisma defraudaron a buena parte de los que le habían votado en 2011. Ante tan baja cifra de escaños, Rajoy estuvo a punto de dimitir, porque consideró que tal resultado era una derrota y que con tan poco apoyo era imposible gobernar. Hubo que convencerle para que resistiera. Lo hizo y al cabo de unos meses de dudas y vacilaciones, convocó de nuevo y logró 137 diputados en junio de 2016. Con esto iba tirando a trancas y barrancas.
Fue entonces cuando, sintiéndose incapaz de ganar unas elecciones, Sánchez preparó la emboscada de la moción de censura, de la que salió presidente sin ser diputado, una de las muchas innovaciones negativas de Sánchez, en su larga carrera de gobernar contra la mayoría.
«Las mezquinas victorias de Sánchez pudieran ser llamadas ‘victorias pédricas’ por lo escuálidas, raras y costosas»
Es de suponer que a Sánchez el magro resultado de abril de 2019 no le hiciera ninguna gracia, aunque disimuló. El caso es que, como Rajoy tres años antes, después de intentar montar un gobierno viable sin conseguirlo, convocó nuevas elecciones (diciembre de 2019). Pero el caso fue que, a diferencia del denostado Rajoy, Sánchez no alcanzó mejor resultado, sino peor (120 escaños). En vista de lo cual, hizo de tripas corazón y se lanzó por la vía, tan transitada, de los cambios de opinión, arrojándose literalmente en los brazos de Pablo Iglesias Turrión, líder del extremista Podemos, de quien Sánchez acababa de decir que aliarse con él le quitaría el sueño.
Pues el fracaso de diciembre de 2019 fue la última elección que «ganó» Pedro Sánchez, y pongo comillas porque menuda victoria la que obtuvo, perdiendo tres escaños y empeorando un resultado ya malo. Fue la clásica victoria pírrica; así se llaman las victorias que en realidad son derrotas, en recuerdo del rey Pirro, que venció en una ocasión al ejército romano, pero sufrió tales pérdidas que dijo: «Otra victoria así y nos morimos todos». Pues las mezquinas victorias de Sánchez pudieran ser llamadas «victorias pédricas» por lo escuálidas, raras y costosas. La elección del otro día en Extremadura pudiera también considerase pédrica, pero ciertamente no victoria. Y en julio de 2023, en fecha y circunstancias anómalas, como tiene por costumbre en sus escarceos con las urnas, Sánchez reincidió en su nivel electoral modestísimo, esta vez 121 escaños muy por debajo de los 137 del PP.
Pédricamente, pero al revés, Sánchez celebró la derrota como victoria porque la derecha no alcanzó la mayoría absoluta (a falta de tres escaños), y se sumergió tan contento hasta el cuello en el fango de los pactos electorales con la extrema izquierda, con la extrema derecha e izquierda separatistas catalanas, con los separatistas vascos y con los terroristas, vascos también. Y en éstas sigue, en minoría en las Cortes pese a los pactos confesables y los inconfesables, fracasando durante tres años seguidos (van para cuatro) sin lograr aprobar un presupuesto, fracaso que, según él, y según muchas otras opiniones, es motivo, más que sobrado, obligado, para disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones. Pero él ha cambiado de opinión una vez más.
Todos los demás presidentes han tenido resultados electorales ampliamente superiores a los de Sánchez: Suárez tuvo 168 diputados en 1979; Felipe González tuvo mayoría absoluta en 1982 y en 1986, y resultados holgados, aunque menguantes, hasta 1996, en que Aznar tuvo 156, cifra modesta, que le obligó a pactar con Jordi Pujol, pero que saltó a una mayoría absoluta en 2000. Zapatero nunca alcanzó mayoría absoluta, pero llegó a los 169 en 2008; Rajoy tuvo mayoría absoluta en 2011, y después, según hemos visto, osciló a la baja.
«Durante el mandato de Sánchez, el Partido Socialista ha perdido sus feudos de Andalucía y Extremadura»
Como queda bien claro, el expediente electoral de Sánchez es, con gran diferencia, netamente inferior al de todos los demás presidentes. A los mediocrísimos resultados de Sánchez en las elecciones generales se añaden además los obtenidos en las autonómicas: durante el mandato de Sánchez, el Partido Socialista ha perdido sus feudos de Andalucía y Extremadura, que hasta llegar él eran casi inexpugnables. Perdió inicialmente Andalucía en 2018 gracias al ascenso de Ciudadanos y de Vox, que, coaligado con el PP, desalojó al PSOE después de 40 años de dominio absoluto de los socialistas. Después, el PP logró la mayoría absoluta allí y prescindió del apoyo de Vox. En Extremadura con un cierto retraso, las cosas han discurrido de manera parecida; aunque en las recientes elecciones extremeñas el PP no ha logrado la mayoría absoluta, el batacazo del PSOE sanchesco ha sido monumental, de modo que el PP, solo, ha recibido más votos que toda la izquierda junta.
El año 2023 fue muy decisivo en este campo: después de cinco años de Gobierno sanchista, España estaba muy harta de él y el PP barrió en las autonómicas de mayo. También ganó la derecha en las generales de julio, pero ya hemos visto que se quedó a tres escaños de la mayoría absoluta, lo que permitió a Sánchez seguir gobernando con fango hasta el cuello, chantajeado por separatistas catalanes y vascos. Típica victoria pédrica. Sólo en dos o tres autonomías ganaba el PSOE sanchista: Castilla-La Mancha en que el PSOE, presidido por Emiliano García Page, se viene presentando como no sanchista o anti-sanchista; Asturias otro feudo tradicional; y Cataluña, donde el socialismo sanchista es considerado como un partido nacionalista catalán in partibus infidelium, es decir, asentado en Madrid como territorio hostil, lo cual está bastante ajustado a la realidad.
Uno de los principales estribillos electorales y electoreros del sanchismo es que este partido, si así puede llamársele, es el último muro que separa a España de la invasión de la «derecha y la ultraderecha». Se trata de una mentira más, y de las gordas, del sanchismo. Está por ver que Vox sea tan temible como Sánchez y los suyos nos lo pintan (The Economist señalaba recientemente que, cuando llegan a poder, los partidos ultraderechistas en Europa acostumbran a moderarse considerablemente, como muestra el caso de Giorgia Meloni en Italia, o Reform Britain en el Reino Unido). En España, sin ir más lejos, la coalición Vox-PP lleva algunos años gobernando en varias autonomías sin grandes extremismos, aunque con una considerable medida de discordia interna (lo cual ocurre aún más en las extrañas coaliciones de izquierda —o no— que cocina Sánchez en recónditas trastiendas).
Por otra parte, también miente Sánchez cuando dice que el PP fomenta el crecimiento de Vox; el que fomenta el crecimiento de Vox es el propio Sánchez, y una prueba de ello es que Vox, como acabamos de ver en Extremadura, crece al rebufo del sanchismo, que, con su absurda, desconsiderada e ilegal política migratoria, exaspera a buena parte de los ciudadanos españoles, que votan a Vox para manifestar su rechazo al sanchismo.
En Extremadura ha habido un claro transvase de votos del PSOE a Vox. Este partido está creciendo sobre todo desde que Sánchez llegó al poder, y seguirá creciendo mientras el hermano del genial músico pacense se apostille en la Moncloa contra viento y marea. Lo del muro de Sánchez contra la extrema derecha no sólo es un concepto odioso y cainita que busca polarizar y enfrentar a los españoles. Es que además es mentira. Más que un muro contra Vox, lo que ha construido Sánchez es un coladero y un criadero para Vox. Y estos desagradecidos no le dan ni las gracias. ¡Qué antipática es «la extrema derecha»!