The Objective
Fernando R. Lafuente

Una película para la Nochebuena

«Hay un film que merece ser recuperado esta noche, y descubrir algo de ese espíritu navideño que nadie sabe definir: ‘Recuerdo de una noche’ (1940) de Mitchell Leisen»

Opinión
Una película para la Nochebuena

Escena de 'Recuerdo de una noche'. | Universal Pictures

Dickens (Cuento de Navidad, 1843), Auster (El cuento de Navidad de Auggie Wren, New York Times, Navidades de 1990 y Smoke, película de Wayne Wang, 1995), Capra (¡Qué bello es vivir!, 1946), Berlanga (Plácido, 1961) y Lubitsch (El bazar de las sorpresas, 1940) son referencias, para algunos, pero hay tantas, para la Nochebuena. Referencias para un momento de recuerdo, de anhelo de otro tiempo. Cualquiera de ellos, en literatura, en el cine, han marcado eso que se ha dado en llamar el espíritu de la Navidad, que nadie sabe muy bien definir, salvo, tal vez, Chesterton. Otro que tal baila en la ceremonia navideña.

Junto a ellos, hay una película que bien merece ser recuperada esta noche, y descubrir algo de ese enigmático espíritu navideño que todos citan y nadie sabe definir: Recuerdo de una noche (1940) de Mitchell Leisen (1898-1972), un director notable que no suele entrar en las listas de los más brillantes, pero lo fue. Dirigió títulos como La muerte de vacaciones (1940), Medianoche (1939), la citada Recuerdo de una noche (1940), Arise, my love (1940, una curiosa cinta que transcurre durante la Guerra Civil y que estuvo censurada durante la dictadura franquista), Si no amaneciera (1941), Mascarada en México (1945) y Spree (1967), todas ellas consideradas como perfectas creaciones para emoción y entretenimiento del público desde muy diversos géneros.

De ahí que Recuerdo de una noche merezca la pena ser recuperada para esa lista personal, e intransferible, de películas sobre la Navidad. La historia transcurre desde el mismo día de Nochebuena hasta el día de Reyes, mejor y más completa, y precisa cronología, difícil. Protagonizada por una soberbia Barbara Stanwick y un perfecto Fred MacMurray, además de unos secundarios tan poderosos como Beulah Bondi, narra un cuento de hadas. Qué más se puede pedir a un argumento para la Navidad. Un fiscal, MacMurray; una ladrona de joyas, Stanwick; una madre del fiscal, Bondi y unas cuantas escenas para recordar, como uno recuerda una Nochebuena en la que cambió su vida. Es el mismo día de Nochebuena cuando Stanwick es juzgada por un robo perpetrado en la muy distinguida joyería neoyorquina de Meyer & Cia. Su abogado, antiguo actor, ante el jurado exhibe todas sus artes antiguas sobre las tablas y llega a conmover. El fiscal, MacMurray, asiste a la escena con el escepticismo sabio de quien ha contemplado otras actuaciones verdaderamente histriónicas del abogado. 

Como es Nochebuena, todos tienen prisa por terminar, incluido el juez, para ir a comprar los regalos de Navidad. Hubo un tiempo en el que los regalos se compraban esa misma tarde, lo cual añadía una emoción hoy perdida. Así que se suspende el juicio hasta el 4 de enero y se le impone una fianza de 5.000 dólares a la supuesta ladrona, cantidad de la que ni por asomo, Stanwick dispone. Aparece el primer signo de la compasión. El fiscal busca a un fiador para que adelante la fianza y la chica pueda pasar la Navidad, al menos lejos de la cárcel. El fiador, un personaje típico de la gran comedia americana de esos años, paga la fianza, libera a la chica, pero la envía a la casa del fiscal. Menudo embrollo. Qué hacer. Mientras lo piensan, el guion de Preston Sturges es formidable, descubren que los dos son de Indiana. El fiscal se presta a llevarla a casa de su madre, le pilla de camino a su propia casa. Y allá van. Y ahí comienza esta maravillosa y, por qué no, profundamente sentimental, historia de Navidad, o historia de amor, rara, inédita, un punto extravagante entre el fiscal y la ladrona. 

Se suceden los episodios, la noche en la granja, el juez de paz, el durísimo encuentro de la chica con su madre y la posterior llegada de ambos, fiscal y ladrona, en lo que podría contemplarse, o considerarse, allá la sensibilidad de cada uno, como el paraíso en la tierra, o en Indiana, en este bendito caso. La madre de MacMurray es, sí, una bendición, discreta, modesta, doméstica, con una vida apegada a la granja y a las costumbres locales. Allí, en el calor de la chimenea, de los regalos de Navidad, de la subasta tradicional, del baile de fin de año, Stanwick descubrirá que hay vida más allá, al otro lado de la supervivencia. Que hay compasión, que es posible comenzar de nuevo, lejos, muy lejos de lo que ha sido su vida desde que se fue de casa. 

«Leisen no olvida el factor esencial: la principal, primera y perentoria obligación del cine es entretener y, si es posible, emocionar»

Como recordó David Chierichetti en el más completo trabajo sobre Leisen publicado, Mitchell Leisen. Director de Hollywood (Filmoteca Española – 45 Festival de San Sebastián, 1997): «Como en la actualidad la reputación de Preston Sturges eclipsa a la de Mitchell Leisen, puede asumirse que fue Sturges y no Leisen, la principal fuerza creativa de Remember the Night. Tal presunción es injustificable. Es cierto que el guion de Sturges es excelente, uno de los mejores que haya dirigido Leisen: pero el guion era muy diferente de la película final y al adaptarlo a su propio gusto, Leisen cambió firmemente el concepto sobre los personajes y el tono emocional del tema».

Y como perla esto que contó Eleanor Broder (del equipo de producción de la película): «Todos detestábamos tener que rodar la escena de amor del final de la película porque Fred era terriblemente tímido y las escenas de amor eran para él las más difíciles. Pero Barbara sabía cómo manejar el asunto. Durante días antes de hacerla, ella le repetía a todo el equipo, incluso a Fred: ‘Esto va a ser genial, hacer una escena de amor con Fred’, Toda esta broma realmente le irritó y decidió que la iba a hacer bien a pesar de sí mismo. Llegó el día, Fred apretó los dientes y la hizo perfecta».

Como es la película. Cada personaje, cada diálogo, cada momento, cada escena, cada encuadre, la luz, las canciones que se intercalan responden a la calidad cinematográfica de un director como Leisen. Alguien que no olvida el factor esencial: la principal, primera y perentoria obligación del cine es entretener y, si es posible, emocionar. Para Juan Carlos Vizcaíno, en el cuadernillo que acompañaba a la excelente edición en DVD de Cinema Universal Classics, Leisen era «la elegancia reivindicada». Y destacaba «esa capacidad, revestida de una pasmosa sencillez para ofrecer al espectador una capacidad ensoñadora, planteando sus imágenes como auténticos paraísos de sentimientos y emociones plasmados en sus mejores momentos con admirable sensibilidad».

Sencillez, elegancia, emoción, sentimientos, ironía, profunda melancolía se aúnan en este Recuerdo de una noche, al que uno regresa cada Nochebuena, junto a Dickens, Auster, Capra, Lubitsch, Berlanga y otros tantos, que convierten las imágenes en sueños y a los personajes en buenos amigos. Feliz Nochebuena y feliz Navidad.

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