Lealtad perruna a Sánchez
«El nombramiento de Tolón es un recordatorio de que en el PSOE actual se asciende no por discrepar con inteligencia, sino por asentir con entusiasmo»

Milagros Tolón. | Europa Press
Pedro Sánchez no nombra ministros, sino peones. Y a veces, perros fieles. La llegada de Milagros Tolón a Educación no es un gesto pedagógico ni una apuesta por el mérito, sino una jugada de ajedrez menor, de esas que no buscan ganar la partida, sino embarrar el tablero. Un movimiento pensado no para gobernar mejor, sino para quemar a Emiliano García-Page, ese barón incómodo que ladra fuera del guion y no mueve la cola al ritmo de Moncloa.
Tolón no llega por su proyecto educativo —que nadie conoce— sino por su historial de obediencia. Por haber pensado siempre lo mismo. O, mejor dicho, por haber repetido siempre lo que tocaba. «Solo es posible con Pedro Sánchez», proclamó en uno de esos arrebatos retóricos que ya no distinguen entre mitin y consigna. Y con esa frase, más cercana al catecismo que al programa político, selló su pasaporte ministerial.
Sánchez gobierna rodeado de lealtades químicamente puras. No quiere talento, quiere reflejos condicionados. No busca criterio, busca adhesión. Su Consejo de Ministros se parece cada vez más a una perrera bien entrenada: todos atentos al silbato, ninguno se sale del redil. Tolón encaja ahí como anillo al dedo. O como bozal bien ajustado.
El objetivo es claro: Castilla-La Mancha. Page molesta. Page habla. Page no pide permiso. Y eso, en el sanchismo, es alta traición. Así que se le coloca enfrente una ministra con pedigrí monclovita, dispuesta a disputar el relato, a erosionar la plaza, a tensar la cuerda orgánica desde Madrid. No para ganar, sino para incendiar. Política de tierra quemada. Si no es mío, que no sea de nadie.
El problema es que Sánchez tiene un historial impecable —impecable en el sentido negativo— lanzando ministros o candidatos a las comunidades autónomas como si fueran paracaidistas sin paracaídas. Todos han impactado contra el suelo. Reyes Maroto en Madrid. Diana Morant sin despegar en la Comunidad Valenciana. María Jesús Montero, candidata en Andalucía, deseando que el tiempo se detenga antes de las urnas. Óscar López, derrotado incluso antes de entrar en combate frente a Ayuso. Pilar Alegría, convertida ya en ficha gastada del parchís para Aragón. Y Gallardo, estrellado el pasado domingo.
En el resto del mapa, el experimento ha sido un fracaso en serie. Sánchez exporta ministros como quien envía productos defectuosos, mucho embalaje, poca utilidad. Tolón entra en esa tradición. Con una diferencia, no aspira a ganar Castilla-La Mancha. Aspira a incomodar a Page. A desgastarlo. A señalarlo como disidente. A convertirlo en hereje dentro de la fe sanchista.
«Sánchez no teme a la oposición; teme a los suyos cuando piensan. Por eso los rodea de fieles. Por eso premia la obediencia ciega»
Su trayectoria reciente es reveladora. Defensa cerrada de Sánchez cuando el cerco judicial empezó a acercarse a su entorno familiar. Descalificación automática de cualquier duda como «bulo». Ataque reflejo a quienes, dentro del propio PSOE, insinuaban irregularidades en las primarias. Y silencio —cuando no aplauso— ante figuras hoy amortizadas como Ábalos o Paco Salazar. La hemeroteca es cruel, pero la lealtad perruna todo lo justifica.
Tolón no es una ministra, es un mensaje. Un aviso a navegantes. Un recordatorio de que en el PSOE actual se asciende no por discrepar con inteligencia, sino por asentir con entusiasmo. Sánchez no teme a la oposición; teme a los suyos cuando piensan. Por eso los rodea de fieles. Por eso premia la obediencia ciega. Por eso convierte el Gobierno en trinchera y el partido en cuartel.
La paradoja es que esta estrategia, tan útil para blindarse a corto plazo, suele ser letal a medio. Quemar a Page puede debilitar a Sánchez más de lo que cree. Porque Page representa algo que en Ferraz escasea: autonomía, territorio, voto real. Tolón representa justo lo contrario: aparato, consigna y Moncloa.
Tolón no es el principio de una alternativa en Castilla-La Mancha, sino el síntoma de un sanchismo que ya no construye poder, sino que lo administra. Y cuando un presidente solo administra lealtades, el final suele estar escrito.