El mejor libro de 2024
«Después de Javier Marías queda un novelista en España: Gonzalo Torné. ‘Brujería’ es la última novela única, por el momento, del único novelista»

El escritor Gonzalo Torné. | Editorial Anagrama
He proclamado que después de Javier Marías no quedaba ningún novelista en España. Aunque sí quedaba uno y queda: Gonzalo Torné. Este le guarda admiración a algún mayor, por ejemplo Álvaro Pombo. Pero mis intentos con Pombo no han fructificado, así que no lo cuento. Ni considero a los demás notables, que siempre estuvieron abajo o, si arriba, ya en declive o liquidados. De manera que Torné, en lo que a mí respecta, es el único novelista que hay en España.
Muchos publican (¡se empeñan en publicar!) libros calificados de novelas, pero son novelas pobres comparadas con las de Torné. La excelencia es aniquiladora: deja un vacío alrededor; arrasa las obras inferiores (es decir, todas menos las suyas) con las que coincide en el espacio y en el tiempo, y en la lengua, en este caso el español de Barcelona, que tiene una crepitación un tanto anglo (¡o provenzal!) que le ahorra incurrir en casticismo. El viejo sueño cosmopolita que depositábamos en Cataluña, arruinado hoy por el nacionalismo (incluida su manifestación amable, el catalanismo), se mantiene en Torné.
Alienta en su prosa la poesía catalana —tanto en catalán como en castellano— que leímos con tanta pasión: una particular sintaxis del mundo (paisajística y sentimental; una articulación verbal de la vida), rarísima por estos lares. Pienso en Gabriel Ferrater y en Jaime Gil de Biedma (Torné aprecia también a Carlos Barral). En cuanto a novelistas extranjeros, están Jane Austen, Henry James, Saul Bellow, Philip Roth o Iris Murdoch. Y el español Marías. ¡Ni un grumo garbancero!
Exalté la anterior novela de Torné, El corazón de la fiesta (2020), y he leído ahora la del año pasado, Brujería (ambas en Anagrama, que acaba de reeditar su primera, Hilos de sangre), por lo que puedo afirmar a finales de 2025 que es el mejor libro de 2024. No frecuentó entonces las listas: certificado de calidad, en nuestro contexto menesteroso. A la literatura no le viene mal una cierta sombra o penumbra, esto siempre le da flexibilidad al autor; pero también produce melancolía que Torné no esté altamente reconocido, salvo por unos pocos, y no se venda como un indiscutible; para mí el único indiscutible y el único novelista.
«Hay una ‘idea’ prácticamente en cada frase: una idea ‘literaria’, con su correlato estético, filosófico (o reflexivo) y vital»
Pero claro, las preferencias de nuestro público lector (lejanas ya las clases de literatura del finiquitado bachillerato) se dividen entre la ramplonería bravucona de Arturo Pérez-Reverte y la inepta cursilería de David Uclés; pasando por tantísimas emisiones puramente ideológicas o sociológicas de mucho autor joven y mucha autora femenina. Los pedruscos prosísticos del recamado Juan Manuel de Prada no mejoran la situación, salvo por su estricto mérito de esforzado orfebre. La empeoran definitivamente los inflacionarios emisores de pseudonovela comercial, amamantados por los premios y demás estratagemas editoriales. Y a los aplicados nocillas (o exnocillas) simplemente les falta encarnadura literaria: ¡alquimia del verbo!
Los zoquetes de la novela suelen presentarse como «contadores de historias», pero solo cuentan estólidas peripecias que nacen embalsamadas: mucha agitación en la página, incluso agitación mental, pero paralítica. En Brujería, en cambio, todo son historias vivas: las evoluciones de una carretera sobre el acantilado, un atardecer de postal, la llegada nocturna a una casa con pasado, la rutina veraniega, los personajes de un pueblo de la costa y los de la ciudad, los amigos y amores perdidos, las amistades presentes, el dinero y la clase social, el sexo, el deseo, el cariño, el interés o desinterés entre las personas, el trapicheo de la política, el transcurso de las estaciones, las ensoñaciones, los giros fantasmales, la excursión a un enclave marítimo, el bar de un hotel con vistas, los largos, entretenidos y lúcidos diálogos de esta novela que el autor ha llamado «La Dialogada».
Hay una idea prácticamente en cada frase: una idea literaria, con su correlato estético, filosófico (o reflexivo) y vital. Esto y la alegría de la escritura (aun cuando se refiere a asuntos sombríos: ¡el puro brillo de escribir!) hace de la lectura un goce único. El que le corresponde a la última novela única, por el momento, del único novelista.