Navidad sin tregua
«Si nadie cambia el rumbo pese a las advertencias del Rey, corremos el riesgo de despertar en un país irreconocible, donde ya no quede espacio para la convivencia»

Ilustración de Alejandra Svriz.
La Navidad siempre fue un tiempo de paz, un pequeño paréntesis en el que se aparcaban las diferencias. Pero en la España de hoy ya no existen treguas posibles. La convivencia está tan erosionada, que incluso las elecciones autonómicas en Extremadura y el discurso conciliador del Rey han servido para recordar que la política atraviesa un invierno permanente. El país vive instalado en un clima de confrontación en el que ni las fechas ni las instituciones logran frenar la erosión social.
En este cuento de invierno que es hoy la política española, Extremadura ha actuado como el prólogo de una historia más profunda que una elección clave del ciclo que se avecina. Bajo el brillo de las luces navideñas, el PP celebraba un triunfo discreto, Vox consolidaba un avance inesperado y el PSOE intentaba contener su propio desgaste. Pero como ocurre en los cuentos que esconden moraleja, las apariencias engañan. Lo importante no era quién ganó, sino lo que los resultados revelaban sobre un país partido en dos y una ciudadanía cansada de fingir normalidad.
El PP solo consiguió un escaño más, una mejora mínima en un contexto de fuerte desgaste socialista. La verdadera sorpresa fue la expansión de Vox, que se reforzó en un territorio donde pocos anticipaban un crecimiento tan notable. Más que una disputa entre ganadores y perdedores, los comicios revelaron quién interpreta mejor el descontento y hacia dónde se desplaza realmente la energía electoral del bloque conservador.
En una región envejecida, con salarios bajos y un sector público hipertrofiado, Vox ha logrado algo que el PP todavía no entiende: conectar con votantes jóvenes y sectores descontentos que no se identifican con el discurso centrista y socialdemócrata que Feijóo insiste en mantener. El PP sigue actuando como si compitiera en las elecciones de hace diez años, cuando la política española aún no estaba atravesada por una polarización profunda. Hoy ese escenario ha desaparecido, y los populares continúan intentando ganar votantes a su izquierda mientras ignoran la sangría por su derecha.
La estrategia, en términos meramente electorales, no parece la más acertada. Ningún partido en Europa occidental ha recuperado espacio por el centro cuando la polarización es estructural. Francia ofrece el ejemplo más evidente. Allí los republicanos quedaron laminados por Le Pen. Italia reforzó esa tendencia cuando Meloni absorbió casi por completo a la derecha moderada. ¿Puede ocurrir algo similar en España? ¿Será Génova capaz de evitarlo?
«El PP debería dejar de actuar como si Vox fuese una anomalía pasajera»
El PP debería dejar de actuar como si Vox fuese una anomalía pasajera y asumir que existe un electorado económicamente precario, desencantado con el sistema y culturalmente inseguro, que no responde al discurso tecnocrático moderado que Feijóo intenta vender. Ese votante quiere confrontación, claridad y una narrativa de protección frente al deterioro institucional y económico. Si el PP no ocupa ese espacio, Vox seguirá creciendo y empujando el tablero hacia una derecha cada vez más fragmentada.
Pero esta primera parte del cuento de Navidad no está completa sin observar el otro lado del espejo: ¿y si todo esto forma parte de la estrategia de Pedro Sánchez?
No es descabellado pensar que el presidente del Gobierno haya asumido que su supervivencia política depende de impedir que el PP pueda gobernar al bloquearle cualquier alianza posible antes de las elecciones generales. Y qué mejor manera de lograrlo que fomentar la división en la derecha, reforzando indirectamente a Vox y dejando al PP atrapado entre dos frentes: un PSOE progresista por un lado y una derecha dura creciente por el otro, mientras él sobrevive sin complejos en el bloque nacionalista e independentista que le garantiza la mayoría parlamentaria. Un tablero perfecto para que Sánchez, con apenas un año más en el poder, pueda protegerse mejor de los escándalos de corrupción que afectan a su entorno y controlar el relato político desde la Moncloa.
En ese escenario, Sánchez podría asumir el papel de Nerón del PSOE. Un líder que domina el partido de arriba abajo, que elimina sin contemplaciones a quien se mueve y que considera que la erosión institucional es un daño colateral aceptable si garantiza su continuidad. Nada en su trayectoria reciente sugiere preocupación por el desgaste de las instituciones o por la polarización que se ha consolidado durante sus mandatos. España vive una fractura social desconocida desde la llegada de Sánchez al poder, con familias que evitan hablar de política en Navidad, grupos de WhatsApp de trabajo divididos o barrios que votan en bloques casi irreconciliables. Y el presidente, lejos de amortiguar esa división, la ha convertido en una herramienta política.
«La nueva realidad que nadie quiere pronunciar en voz alta es que España se desliza hacia una sociedad de clases bajas urbanas»
El discurso navideño del Rey, en el que volvió a expresar su preocupación por la erosión de la convivencia y la creciente desafección hacia las instituciones, difícilmente encontrará eco en La Moncloa, donde esas advertencias se perciben más como ruido de fondo que como una señal de alarma democrática. El Gobierno seguirá defendiendo el progreso, progreso y progreso; mientras España exhibe una de las tasas más elevadas de riesgo de pobreza y exclusión social de la UE, y millones de jóvenes encadenan salarios precarios, viviendas inalcanzables y servicios públicos deteriorados.
La base electoral que sostiene a Sánchez, pensionistas, funcionarios y beneficiarios de ayudas públicas, seguirán siendo cuidados con esmero. Pero ese pacto tácito tiene un límite, sobre todo cuando la clase media desaparezca, porque la nueva realidad que nadie quiere pronunciar en voz alta es que España se desliza hacia una sociedad de clases bajas urbanas, incapaces de sostener un Estado del bienestar que se descompone por dentro. Ese será el legado del autodenominado Gobierno más progresista, más feminista y más anticorrupción de la historia: jóvenes empobrecidos, servicios públicos al borde del colapso, violencia de género al alza e instituciones debilitadas.
Y así termina este cuento de invierno con una derecha que celebra una victoria incompleta, una izquierda que juega al límite con las instituciones y un país entero que finge normalidad mientras la polarización cava trincheras cada vez más profundas. El final aún no está escrito, pero si nadie cambia el rumbo pese a las advertencias del jefe del Estado, corremos el riesgo de despertar en un país irreconocible, donde ya no quede espacio para los matices ni para la convivencia.
Feliz Navidad.