The Objective
Pablo de Lora

Los desconcertados progresistas

«Urge que los sorprendidos y desubicados den cuenta de qué principios apuntalan su ‘progresismo’, algo que no consista meramente en el espantajo ‘que viene los fachas’»

Opinión
Los desconcertados progresistas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cunde el desánimo, el desconcierto, la frustración, el desconsuelo y la desubicación entre quienes, reclamándose progresistas, de izquierdas, aspiracionales continuadores de lo mejor de la tradición socialdemócrata, comprueban que las expectativas electorales del PSOE se hunden en cada nueva convocatoria de elecciones mientras «crece la derecha y la extrema derecha». Y además, se nos dice, resulta que viven civilmente resignados a no poder expresar en sus entornos sus dudas o críticas so pena de ser tildados de conniventes con la derecha y la extrema derecha.

A lo mejor ahora entienden un poco mejor en qué consistía y consiste defender una España de ciudadanos libres e iguales en Cataluña o el País Vasco, o incluso admiten el error de haber pensado que quienes lo hacían eran simplemente, como ellos ahora, pérfidos conniventes con la derecha española y españolista incapaces de aceptar «la diversidad». 

Les confieso que me desconciertan estos desconcertados. Es entendible que casos de gravísima corrupción razonablemente imprevisibles sean motivo de frustración y enojo, pero lo que resulta más difícil de entender y aceptar es que no se haya descontado en su momento que determinadas apuestas políticas no podían ser inmunes a la sorpresa, primero, y después a la desesperación, frustración, desconsuelo, desubicación y finalmente mayúsculo cabreo y rechazo electoral de quienes en su momento apoyaron al PSOE o pueden hacerlo. ¿Pensaban seriamente los desubicados que no iba a tener consecuencias echarse en brazos de todo nacionalista que se ponga a tiro de pacto y nuevo privilegio para que «no gobierne la derecha»? ¿Que saldría gratis, o barata, la componenda con los independentistas catalanes para la supresión ad hoc del delito de sedición o la modificación de la malversación de caudales públicos?

Y conociendo ya la trayectoria y bagaje de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, ¿cómo es que se animaron los desubicados a votarle en las elecciones del 2023? ¿Cuándo exactamente cabe cifrar la sorpresa y desolación que les produce su carácter, su estrategia y personalidad política? ¿Acaso cuando hace pública una carta en la que declara ser un «hombre profundamente enamorado»? ¿Cuándo nuestro desconcertado progresista empezó a pensar que quizá había menos fango del que se proclamaba desde Televisión Española o se afirmaba en un manifiesto de intelectuales preocupados por las andanzas de la ultraderecha global?

Y es que no, no se trata solo de que se haya «gobernado» gracias a una amnistía pactada con prófugos de la justicia en el extranjero, sino de hacer posible un bazar constante con los independentistas y nacionalistas que aprovechan el momento de extrema debilidad del Gobierno para promover y alcanzar toda una batería de privilegios fiscales por supuestos hechos diferenciales, que van del cupo catalán a la regulación del impuesto a la banca en el País Vasco, pasando por las quitas de la deuda autonómica y otras concesiones no menos importantes, aunque sean simbólicas, como la posibilidad del uso de las lenguas cooficiales en el Parlamento, o, más recientemente, la promoción del estatus cuasi estatal del País Vasco y Cataluña en algunos organismos internacionales. ¿De verdad pensaban los desconsolados desubicados que no iba a pasar ninguna factura al PSOE que su socio preferencial hoy en día sea Bildu?

«¿Al desconcertado le parece bien el cupo catalán; la imposibilidad de estudiar en español en la escuela pública catalana?»

Pero ídem de ídem si consideramos la actividad legislativa en materia de vivienda, sobre cuyos contraproducentes efectos no han faltado los análisis o advertencias, así como los relativos a la clamorosa ausencia de inversión pública en un contexto de fortísimo crecimiento demográfico debido a la inmigración; o simplemente en la actividad legislativa prácticamente reducida al uso del decreto-ley en flagrante y constante inconstitucionalidad; o si volvemos a recordar que no se ha presentado aún un proyecto de presupuestos, un incumplimiento más de la Constitución a añadir al inventario; o si repasamos las muchas y descaradas cooptaciones de importantes instituciones —Tribunal Constitucional, Consejo de Estado— mediante el nombramiento de afines —exministros de recentísimo desempeño como miembros del Gobierno— sobre cuya valía y méritos para alcanzar esos puestos, frente a decenas de posibles candidatos alternativos, mucho más independientes, caben muy serias dudas. 

La lista de razones por las cuales no debiera estar uno ahora tan repentinamente desconcertado, sino más bien en modo públicamente disidente desde hace mucho tiempo como persona progresista o de izquierdas a la luz de los hechos y los datos, se podría engrosar todavía más, pero lo que interesa sobre todo saber es si la razón del desconcierto y desolación de nuestro desconcertado y desolado progresista de la última hora radica en el hecho de que la acción legislativa y del Gobierno capitaneada por el PSOE ha provocado una reacción pendular, un efecto negativo para las expectativas electorales de su partido, o más bien en el hecho de que, independientemente de esa consecuencia, se trata de decisiones de gobierno, iniciativas legislativas o políticas públicas erróneas, injustas, equivocadas que por ello no debieran merecer la renovación de la confianza en los partidos de esa coalición dizque progresista en unas futuras elecciones. 

Se trataría, en este segundo caso, de saber qué piensan, qué creen, qué principios abrazan estos «progresistas» desconcertados sobre todos esos asuntos que he mencionado anteriormente en un elenco que es meramente aproximativo y al que cabría añadir algunos más: ¿al desconcertado le parece bien el cupo catalán; la imposibilidad de estudiar en español en la escuela pública catalana; que del déficit de las pensiones que hay que paliar con transferencias del Estado a la Seguridad Social las haciendas forales no respondan; que las mujeres puedan ser consideradas víctimas de violencia sexual o de género aunque no hayan denunciado y que la condición de ser mujer u hombre sea determinable a voluntad gracias a la ley LGTBI; que se deba cerrar la central nuclear de Almaraz y la Generalidad pueda, en cambio, decidir no hacer lo mismo con las centrales nucleares que se ubican en su territorio; que se prorrogue nuevamente, y van cinco, por razones de extraordinaria y urgente necesidad la prohibición de desahuciar a los inquilinos considerables como vulnerables? Etcétera, etcétera. 

Urge que los desconcertados, desolados, sorprendidos, frustrados y desubicados den en el fondo cuenta de qué principios apuntalan su «progresismo» o su apuesta por la socialdemocracia en este contexto histórico, algo que no consista meramente en la agitación del espantajo «que vienen los fachas» o el brochazo de un TikTok en el que se cante y baile que quien está preocupado por la sostenibilidad de las pensiones, y los efectos de su coste en los más jóvenes, quiere matar a tu abuela. 

Y es que de no encararse esa tarea ideológica o programática, política en su mejor y más noble sentido, resultará muy difícil evitar pensar que puesto que estos lamentos o desconciertos llegan ahora, cuando todo apuntala a la pérdida del poder político, lo que preocupa es precisa y solamente eso.

Y el sueldo presente o futuro que acompaña, claro.  

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