The Objective
Jorge Vilches

Lo que tú debes al cristianismo

«Según se ha impuesto el progresismo socialista como el sentido común, se ha hecho corriente el repudio al espíritu cristiano y a la civilización que creó»

Opinión
Lo que tú debes al cristianismo

Un belén. | Nikolai Mikhalchenko (Zuma Press)

Está de moda atacar la raíz cristiana de Occidente. Es el resultado de que el progresismo se haya convertido en el «sentido común». Si la tradición es considerada un lastre para los planes de ingeniería social izquierdistas que nos traigan el paraíso colectivista, es lógico pensar que su fundamento religioso sea algo a extirpar. Es más práctico para los progresistas que la gente sustituya a Dios por el Estado o por la Naturaleza porque da legitimidad a su voracidad transformadora. 

En este viaje a lo desconocido estamos perdiendo muchas cosas, entre ellas, nuestros anclajes con el pasado real. De hecho, la historiadora de Roma y Grecia más citada es Mary Beard, que en cualquier detalle de las civilizaciones que forjaron nuestro mundo ve la lucha de sexos y el machismo. A este paso cumpliremos el sueño del posmodernismo: ver la historia como un conflicto entre dominadores y dominados invisibilizados, que sirve de justificación pseudohistórica para sostener un discurso político actual. 

Por contraste, el maestro Dalmacio Negro escribió en Lo que Europa debe al cristianismo (2004) que temía que con el desprecio a la religión cristiana se pervirtieran la libertad, la democracia y los derechos humanos. Con ello, Europa perdería su identidad y su fuerza, entrando en una decadencia moral y política. No se equivocó. El posmodernismo, y la variante woke que ha abrazado buena parte del espectro partidista y cultural, ha ido destruyendo nuestros pilares civilizatorios. 

Negro recordaba que el cristianismo introdujo la noción de dignidad humana, desmitificó la naturaleza, facilitando la investigación científica y, entre otras cosas, creó la ética del trabajo, lo que cimentó el progreso tecnológico y el desarrollo económico. Además, el cristianismo puso a la familia en el centro de la comunidad y pensó en una sociedad basada en el bien común. El cristianismo, sentenciaba, asentó la limitación del poder civil y los valores de igualdad, reciprocidad y libertad individual sobre los que se asientan valores europeos identitarios y exclusivos como los derechos humanos, la solidaridad y la razón. 

Esto último es el hecho distintivo para Rodney Stark en La victoria de la razón (Rialp, 2025). El autor explica que los europeos que circundaron el mundo desde el siglo XV se dieron cuenta de que la superioridad de su civilización sobre el resto —ya fueran incas o chinos— se fundaba en la tecnología. Esas técnicas superiores en cualquier campo de la ciencia se debían al cristianismo, dice Stark. Mientras el resto de civilizaciones ponía el énfasis en el misterio y la intuición, la europea adoptó la razón y la lógica. La fe cristiana en la aplicación de la razón provenía de la filosofía griega, y su organización, de Roma. La Iglesia enseñó a los europeos que el razonamiento era un regalo de Dios para controlar la naturaleza y conseguir bienestar. En consecuencia, el cristianismo se dedicó a mirar al futuro, a sembrar, forjando una civilización que avanzaba sobre el pilar firme de su identidad.

«Al progresismo le molesta el cristianismo, pero no las demás religiones»

Así, no es extraño que al renegar de nuestros anclajes identitarios Europa sea una caricatura, y que haya sido adelantada por el resto de civilizaciones e imperios. Hemos olvidado, sigue Stark, que al cristianismo le debemos la fe en el progreso basado en la dignidad humana, la dedicación al avance tecnológico para el control de la naturaleza y el bienestar, el control del poder político para la libertad individual y colectiva, y el comercio y el libre mercado, muy a pesar del poco documentado libro de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo

Ninguno de estos avances ha surgido con el socialismo. Al revés, el colectivismo de izquierdas ha ido negando y destruyendo en la teoría y en la práctica todos esos principios. Su idea totalitaria de gobierno y sociedad ha negado sistemáticamente las raíces cristianas. De ahí que Raymond Aron hablara de la ideología socialista como una religión secular que ha luchado para imponerse al cristianismo. Según se ha impuesto el progresismo socialista como el sentido común, se ha hecho corriente el repudio al espíritu cristiano y a la civilización que creó, alegando que solo generó muerte y destrucción entre los dominados invisibilizados. Incluso se asegura que las otras culturas tienen el derecho de sustituir a la nuestra por justicia histórica, que cualquiera de sus celebraciones merece más respeto que, por ejemplo, la celebración del nacimiento de Jesús. 

De ahí la imposibilidad de Pedro Sánchez para felicitar la Navidad y su facilidad para congratularse efusivamente por la celebración del Ramadán o de otras prácticas religiosas. Por eso las felicitaciones institucionales eluden casi todas las referencias cristianas, y ponen unos copos de nieve, unos abetos o unas figuras geométricas. Al progresismo le molesta el cristianismo, pero no las demás religiones. Deberíamos preguntarnos a qué viene esa cancelación y la falta de agradecimiento y reconocimiento del valor de nuestro pasado. Habría que reflexionar sobre el plan orquestado, aplicado incluso inconscientemente, para que renunciemos a la raíz cristiana. 

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