De Prada, sus ojos iluminan la noche
«Católico escritor (no escritor católico) es el mejor de su generación, si no fuera porque no pertenece a su generación, es un escritor de antes o de después»

Alejandra Svriz
Es el escritor del año. El más clásico de los modernos o el más moderno de los clásicos. Un escritor de antes o de después. Afirma que «en literatura, todo lo que no es autobiografía es plagio» y, sin embargo, pocos como él se ha interesado desinteresadamente en otros escritores. El estilo es el hombre. Su prosa, a veces calificada erróneamente de barroca por su riqueza, es más bien clásica, pero su visión del mundo sí es barroca; y atormentada, como debe ser: el buenismo en literatura es veneno. También para la taquilla.
Juan Manuel de Prada Blanco (Baracaldo, 1970) es de los pocos que ha ganado el Gran Slam (el Planeta, el Primavera y el Biblioteca Breve, además del Nacional de Literatura, sólo le falta el Nadal), pero la izquierda, es decir el mainstream cultural, lo ningunea. Su público, sin embargo, le es fiel desde hace décadas.
Lo tachan algunos de retrógrado porque abomina de cierta modernidad decadente y del huequismo, pero con decir que se doctoró con una tesis sobre la irreverente Ana María Sagi (1907-2000), a la que demás le consagró, ferviente, una novela, su feminismo militante resulta más que probado.
Comparte, por otro lado, un honor marseniano, junto a Arcadi Espada, otro gran polemista a su pesar, como lo son los de verdad: «No hay en estos momentos [era 2004] en este país un periodista más abyecto y miserable que Juan Manuel de Prada, salvo tal vez Arcadi Espada…» (Notas para unas memorias que nunca escribiré, Juan Marsé, Lumen, 2021). Este libro póstumo e intrascendente, en el que yoyeó de lo lindo, el esquinado novelista barcelonés, buen contador de historias mal adaptadas al cine, demuestra que hizo bien en no escribir sus memorias. Lo único divertido es cuando se caga, siendo jurado, en el Premio Planeta que a él mismo le habían cagado unos años antes, con los mismos vicios que denuncia.
Suelen citarse entre sus mentores e influencias a Umbral, Cela y al mutante (Ricardo Muñoz Suay dixit, compañero de muchos trayectos en el ascensor profesional) Pere-Pere-Pere Gimferrer. Y si bien hubo en tiempo que algún texto suyo pudo parecer un cóctel con regusto de los dos primeros (del tercero solo le asemeja su voraz curiosidad lectora y su gusto exquisito por los escritores raros), hace ya mucho que la prosa de De Prada sólo se parece a la suya, por demás inimitable.
Se dio a conocer a finales del siglo pasado con un libro de coña y de coños, que circuló bajo cuerda, tan provocador y divertido que sigue hoy descatalogado.
Su primera novela Las máscaras del héroe (1996) fue saludada por la crítica: recrea la bohemia literaria que habría hecho las delicias de Cansinos Assens y Gómez de la Serna, personajes.
De Prada, católico escritor (no escritor católico) sería el mejor de su generación, si no fuera porque no pertenece a su generación; es un escritor de antes o de después.
Y ser el escritor del año (no lo puede ser Espada cada año, en un año en que sólo republica: En el nombre de Franco (Península, 2025) se debe a que en éste que agoniza ha entregado la continuación de las andanzas de Fernando Navales, el antihéroe de Mil ojos esconde la noche, saga de casi 1600 páginas dividida en dos tomos (e incomprensiblemente aún no traducida al francés) ambientada en el París colaboracionista y antisemita, ¡sí!, ocupado por los nazis. La primera entrega La ciudad sin luz (Espasa, 2024) abarcaba los años del nazismo triunfante, 1940 y 1941, y es una profunda y desorbitada radiografía del resentimiento que mueve a los individuos de la bohemia española, del exilio que deja cicatrices morales, de la memoria histórica convertida luego en arma ideológica y del arte español del siglo XX sometido al oportunismo y a la ambición. En la segunda entrega, indisociable de la primera (años 1942 a 1944), titulada Cárcel de tinieblas (Espasa, 2025) narra en una clave aún más esperpéntica la vida de Navales y el final decadente y miserable de la familia mal avenida de los artistas, políticos e intelectuales españoles en un mundo de hambre, miedo, delación y traición donde el protagonista (que nació hace casi cuarenta años en Las máscaras del héroe) busca redimirse por primera vez del veneno del mal que lo habita. La redención, ese concepto que hay que retrotraerse a Greene (Graham) y al otro Green (Julien) para encontrarlo a un alto nivel literario.
Son una época y un paisaje franceses poco conocidos en España y unos personajes patrios y locales convertidos en unos mitos y santones que el escritor cuestiona, pero siempre desde la comprensión más compasiva.
Entre toques de queda y persecuciones, la novela enfrenta la picaresca con la tragedia, haciéndose cruzar a personajes históricos como Picasso, Marañón o Victoria Kent, y reflexionando sobre el resentimiento, la culpa y la búsqueda de sentido en un mundo que se desmorona. La prosa lujosa y erudita de De Prada corona un proyecto que arrancó con La ciudad sin luz, articulando un retrato sin concesiones de la condición moral y artística de una generación marcada por el exilio y la desesperanza.
Tal vez De Prada nos cuente algún día la postguerra de Navales, allende o aquende los Pirineos.
Al final del artículo encontrarán una entrevista con el padre del autor, Pedro de Prada Casas, colaborador necesario.
Coda 1) De ambulatorio real. Esperado y, a la par, inesperado mensaje a la nación del rey Felipe, en el año probablemente más delicado de su reinado desde la sedición de estado de 2017. Algún día los españoles merecemos saber quién demonios redacta estos discursos y siguiendo qué criterios, ¿el rey preparado, la reina periodista, la moncloa de turno, a medias, a tercios, y quién les da el visto bueno final…?
El de esta nochebuena fue novedosamente deambulatorio en un escenario majestuoso, pero en varios aspectos también sumamente desalentador, si bien tuvo la extraña virtud de no parecer, por momentos, un discurso sanchista, por no decir sanchorro. Al menos en lo tocante a la plurinacionalidad de España, que brilló sorpresiva y llamativamente por su ausencia. Y solo usó las colenguas —más malditamente babélicas que nunca en la soez vida parlamentaria—, para desear, protocolariamente, Bon nadal-Eguberri on-Boas Festas, por este orden, que todavía hay clases. Tampoco fue el heraldo de las aspiraciones asimétricas que subyacen en los pactos de peaje de la legislatura con las formaciones nacional-independentistas y que, o se concretan en breve o se acabará la legislatura antes de tiempo.

Seguramente para compensar, tampoco se mencionaron las palabras «Autonomías» o «Comunidades Autónomas», cercano y vertiginoso despeñadero de Sánchez. Por un momento, pareciera (soñar es gratis) que estábamos ante el jefe del Estado de un país centralista: apenas con «la diversidad» de la que ya hablaba Alfonso XIII (¡y hasta Franco!).
De la Transición no pudo no hablar bien, en este aniversario de fecha redonda. Obvió en ella a su padre escritor, abudabí abudabá (¿reservándose el elogio para cuando sea fúnebre?) pero al menos no la adjetivó, como la última vez: «con sus aciertos y sus errores».
Pero lo más extraño e inquietante fue la escasa defensa que hizo de la institución monárquica, en estos tiempos convulsos», y la ausencia de cualquier mención a la sucesión dinástica en la persona de la princesa Leonor y a su entusiasmante formación militar: será la primera mujer militar y jefa suprema de las fuerzas armadas, ¡ni Golda Meier!
En lo internacional, donde ostenta la máxima representación, cero alusiones a Ucrania, pero tampoco a Gaza. De Venezuela ni mu (totalmente esperable después de no haber felicitado, siquiera a título privado, a Corina Machado por el Nobel de la Libertad). Y de la hora de la verdad de la Unión Europea (no mentó ni el nombre) por el abandono del amigo americano y el evidente peligro ruso, cero patatero también. La OTAN no existió. Y los tradicionales lazos con Latinoamérica (esa «naciones de la comunidad histórica» del artículo 56.1 de la Constitución) rien de rien, nothing of nothing.
Sobre la corrupción, sexual, moral, económica y política, sobre todo sucia y lista, que ha azotado este año al país como nunca, no se atrevió a repetir la frase que pronunció en 2014, no por amar a Rajoy menos sino por amar a Roma más: «La lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable».
En el capítulo social, ni inmigración ni seguridad, tout va très bien madame la Marquise.
El rey parece confundir la neutralidad con el abstencionismo en lo tocante a sus principales funciones de «moderar y arbitrar el funcionamiento regular de las instituciones».
En resumidas cuentas reales: un discurso «blanco» y de dieta «blanda» para el enfermo. Muy mal ha de estar éste para no atreverse a comunicarle el pronóstico.
Para comparar, un par de perlas del discurso de nochebuena del Rey de los belgas, donde se moja a base de bien:
Ucrania:
Esa paz, nuestro bien común más preciado, se ve hoy amenazada por ambiciones hegemónicas, en particular en Ucrania. El compromiso de nuestro país con el pueblo ucraniano sigue siendo firme y decidido. Nuestra posición en el asunto de los activos rusos no lo pone en entredicho en absoluto».
Comunidad histórica:
«Los bosques tropicales han sido reconocidos como un bien común mundial, esencial para la lucha contra el cambio climático y la preservación de la biodiversidad. La comunidad internacional se ha comprometido a llevar a cabo acciones concretas para preservarlos, en particular en la cuenca del Congo».
Social y concreto:
En Bruselas, he conocido a muchas personas en las últimas semanas que se dedican al bien común: colectivos vecinales, personal sanitario, agentes de policía o personal de mantenimiento de los espacios públicos. Personas que se toman muy en serio lo que hacen, algunas incluso de forma heroica. Pero también me transmiten cierto desánimo y una sensación de abandono ante las dificultades a las que se enfrentan.
Estas dificultades se han visto agravadas por la irrazonable lentitud en la formación de un gobierno bruselense.
Coda 2) Extrema y dura. Los resultados de las elecciones en Extremadura confirman los vaticinios demoscópicos, más o menos. Pero la victoria aplastante del PP respecto al PSOE no le deja las manos libres, y el precio de la gobernabilidad lo pondrá un Vox que está como nunca, Fundador.
La debacle socialista en un feudo tan suyo (ganó solo hace dos años), preanuncia las del próximo primer semestre en Aragón, Castilla y León y Andalucía. Por mucho que el sanchismo las dé, de boquilla, por amortizadas, las extrapolaciones que se realicen acabarán generando un nubarrón en forma de severa derrota en las generales, sean éstas cuando sean. Todos los saben en el pedrismo, hasta el propio ruletista Sánchez lo sabe, y esto es lo preocupante y lo hace más peligroso: nada ni nadie le impedirán estirar la legislatura a la espera de un milagro en 2027, apostando todas las fichas a un solo número: Abascal Presidente.
Coda 3) Trumpenstein. Tiene algo de justicia lírica que lo único que puede hacerse tambalear al demente naranja de Trump (que a veces acierta en sus acciones exteriores, como un reloj que da dos veces la hora exacta al día) sean las fotos de los archivos del suicidado Epstein, que tanto temen y repudian gran parte de los suyos.
Coda 4) Illa Maravilla. El presidente de la Generalidad desea desmarcarse de la podredumbre del PSOE, feliz de que no tener ministros en Moncloa. Porque ¿quién es Hereu? Desde luego no su hereu. El PSC es lo único que se mantiene a flote del socialsanchismo: gobierna la autonomía y la capital y es la bisagra con Junts y ERC, en un tripartito que no dice su nombre. Si algún catalán cristiano llegase a la Moncloa algún día lejano, sería él, Madrid bien vale tres misas diarias confederales.
Coda 5) Cacao. Informa puntualmente Laura Fàbregas del lío organizado en el Ayuntamiento de Gerona, gobernado por la CUP, por la denuncia de racismo por parte de la organización Cacau y negritud, porque este año irán en la cabalgata varias personas blancas pintadas de negro. Resulta que no encuentran negros que quieran hacer de negro. Será que les parece bajo el salario que se les da a los blancos que aceptan hacer negros. No lo ven, pero Sílvia Orriols, sí: el problema vendrá cuando haya que pintar de blanco a los negros.
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Entrevista a Pedro de Prada Casas (Arquilinos, Zamora,1946)
El padre transcriptor
—Su hijo Juan Manuel de Prada ha comentado su preocupación por que sólo usted sea capaz de descifrar su letra a la hora de pasarle a máquina, antes, o ahora imagino al ordenador sus manuscritos. ¿Le costó al principio?
Siempre he entendido perfectamente su escritura. De hecho, ambos tenemos una letra muy parecida.
—¿Recuerda el primer manuscrito que transcribió?
No recuerdo exactamente cuál fue, ya que prácticamente he transcrito la mayor parte de su obra.
—Antes de transcribir, ¿lee el manuscrito, o lo va descubriendo sobre la marcha?
Si se trata de una narración breve, sí la leo primero; pero si se trata de una novela, no. Prefiero ir adentrándome en la novela a medida que voy transcribiendo el manuscrito, ello me permite introducirme paulatinamente en la trama, lo cual estimula mucho la transcripción, que es un trabajo gratificante pero arduo.
—¿Se topa alguna vez con alguna palabra ininteligible y debe consultar con él?
Solo en escasas ocasiones. Si se produce, naturalmente que consulto con él, y aprovecho para cambiar impresiones sobre la novela.
—No tienes la tentación (o lo hace), durante el proceso de transcribir, de sugerir algún cambio, o de corregir alguna cosa del texto?
Siempre lo he hecho, es decir, siempre he tratado de ir más allá de la mera transcripción. Como el mismo Juan Manuel ha dicho en alguna ocasión, unas veces me hace caso y otras no.
—¿Cómo era Juan Manuel de pequeño?
Un niño normal, aunque ya apuntaba maneras que hacían presumir cuál iba a ser su vocación.
—¿Cuándo empezó a interesarse por las historias o los libros? Le leía cuentos, ¿o su madre?
Aprendió a leer a una edad muy temprana. Su abuelo materno lo llevaba con él a la biblioteca pública y allí, mientras él leía el periódico, el niño empezó a familiarizarse progresivamente con los libros.
—Cuando supo la familia que escribía, ¿les enseñaba sus textos?
Sí, conservamos algunos textos de su niñez, y siempre nos parecieron que eran impropios de su edad, lo que nos reafirmaba, más aún si cabe, en cuál iba a ser su futuro camino.
—¿Recibieron algún aviso de la escuela de que su hijo tenía un talento especial en la redacciones, por ejemplo, o poniendo en duda que pudiera haber escrito él en casa sus textos?
En el colegio también advirtieron muy tempranamente su inclinación por las letras.
—Por lo visto estudió la carrera de Derecho ya con cierta edad, ¿por qué?
Porque por distintas circunstancias de la vida tuve que aparcar mis estudios y ponerme a trabajar. Luego, ya una vez casado y con mis dos hijos -me casé muy joven-, proseguí mi estudios y con la inestimable ayuda de mi esposa los concluí.
—Usted mismo, ¿escribe o escribió en algún momento de su vida?
No, si excluimos los escritos propios de mi profesión de abogado. Yo solo me considero un lector.
—En sus escritos jurídicos, pones especial atención al idioma?
Efectivamente, siempre concedí una gran importancia al cuidado del idioma, y más teniendo en cuenta la fama negativa que tiene entre la gente el lenguaje jurídico.
—¿Qué tipo de libros lee más, novela, ensayo, poesía, qué autores?
Fundamentalmente novela y ensayo y en menor medida poesía. Hace ya bastante tiempo que dejé de leer literatura contemporánea (salvo las obras de mi hijo, naturalmente), y me he centrado casi en exclusiva en los autores clásicos, entre los cuales —y esto no es sólo admiración de padre— incluyo a Juan Manuel.
—¿Dónde pasó y cómo fue su infancia? Había sustrato literario o lector en la familia?
Mi infancia transcurrió en Bilbao; mi padre fue uno de aquellos hombres que tuvieron que emigrar del campo a las ciudades industriosas del norte, y en nuestra familia, aparte de Juan Manuel, no ha habido nunca nadie que se haya dedicado a la literatura.
—¿Cuándo y por qué decide trasladarse a Madrid con la familia?
Yo regresé a mi Zamora natal (mi esposa también es zamorana) cuando Juan Manuel contaba escasamente dos meses de edad, así que ya no tengo que regresar a mis orígenes, vivo entre mis paisanos.
—Volviendo a Juan Manuel, ¿cómo, usted y su esposa, han llevado su, digamos, fama, su presencia mediática…?
Siempre hemos seguido muy de cerca su evolución y consolidación como escritor, y hemos vivido y participado con él de sus alegrías en los momentos dulces y de sus preocupaciones en los momentos menos alegres.
—En su faceta de periodista y en cierto modo polemista, ¿está siempre de acuerdo con los artículo que escribe en la prensa, los comentan, antes o después?
En líneas generales, sí. Tenemos una línea de pensamiento muy parecida, lo cual no quiere decir que en algunos momentos hayamos discrepado en algún asunto.
—¿Lee las críticas a los libros de Juan Manuel? ¿Las comentan?
Sí, las leo, y en algunas ocasiones le transmito mis impresiones. De cualquier manera, y como creo que tengo un criterio lo suficientemente sólido, las críticas sólo me importan relativamente y no les concedo excesiva importancia.
—¿Juan Manuel les comenta pormenores acerca de sus trabajos literarios en curso o de futuros proyectos?
Nuestro contacto con él es muy estrecho y él siempre procura mantenernos al tanto de su quehacer y sus proyectos más inmediatos.