Nunca defraudan
«El discurso del Rey tampoco este año nos ha defraudado. Pero los que nunca defraudan son sus adversarios más críticos, que se repiten cada año»

Alejandra Svriz
Decir de una intervención política formal y tradicional que podría haber resultado mejor es igual que no decir nada, porque es un género en el que casi por definición todo resulta indefectiblemente mejorable. Especialmente cuando uno espera mucho del orador y sabe que una gran multitud está pendiente también de sus labios, desde posiciones ideológicas muy distintas. Por eso es lógico que el regio saludo anual que pronuncia nuestro monarca el día de Navidad deje más o menos insatisfechos a muchos ciudadanos, sobre todo de los que más confían y también más piden a la institución central de nuestro sistema político. Sé de lo que hablo porque me incluyo es este amplio grupo. A partir del mensaje enviado por don Juan Carlos aquel bochornoso 23 de febrero, cuando un puñado de militares felones asaltó el Congreso, y después del vibrante discurso de su hijo Felipe el 3 de octubre del 2017 cuando otra piara de felones, estos civiles y empleados del Estado, pretendieron desarbolar nuestra patria democrática, ya no he vuelto a dudar de la función insustituible de la monarquía en España. La palabra pronunciada por la boca del Rey cuando habla investido de su autoridad y sobre todo de su responsabilidad tiene la función casi mágica de liberar a los ciudadanos de su vasallaje indigno ante los impostores que pretenden hablar en nombre del pueblo. A diferencia radical de los monarcas absolutos de otras épocas que a nadie tenían que rendir cuentas por las órdenes despóticas que dictaban, nuestro Rey engastado en la Constitución democrática tiene como principal misión garantizar que nadie se vea sujeto a fidelidades espurias y esclavizadoras (a cualquier sectarismo identitario nacionalista, a dogmas económicos o teocráticos, a exaltaciones moralistas al servicio de dudosos profetas, etc.) y solo deba prestar obediencia legítima al orden constitucional emanado de la voluntad común. En una democracia como la nuestra, el Rey tiene la indispensable misión de apoyar a quienes se rebelan contra los que han encontrado una autoridad mejor que la de la Ley.
En lo que el Rey dice casi nunca sobra nada, pero a veces se echa a faltar algo, como por ejemplo la lógica felicitación a María Corina Machado por su premio. Pero ya sabemos quién impuso ese silencio, para disimular el sectarismo del Gobierno. Desde aquella célebre visita a Paiporta después de su desgracia, en la que la gente acudió a los monarcas en busca de apoyo y simpatía con tan espontáneo fervor como abuchearon a Sánchez, que huyó miserablemente a esconderse entre los suyos, ya no nos cabe duda de cuál es la relación entre nuestras autoridades. Es cuestión de aristocracia, en efecto: el verdadero aristócrata es el que está donde debe, cuando se debe y como se debe, mientras que el villano es el que solo piensa en correr para proteger su pellejo y luego nos informa muy ufano «yo estoy bien». Sí, de todo menos de decencia, de la que anda más bien flojo. En el discurso de Navidad de este año, caracterizado por un Rey en pie y sin temblor de piernas, con la apostura que le caracteriza, Su Majestad podría haber señalado con nombres y apellidos a los sinvergüenzas gubernamentales, pero prefirió englobarles con delicadeza en su mención a la «ejemplaridad» de quienes ostentan cargos públicos. También pudo señalar sin reticencias a los que fomentan la desunión de la patria, que no son otros que los separatistas de todas las latitudes, perseguidores en primer lugar del castellano como lengua común y principal vínculo entre los ciudadanos españoles, tanto los que se enorgullezcan de serlo como los que la soporten como un sambenito. El Rey prefirió elogiar las ventajas de nuestra unión y recomendarnos la conveniencia de soportar a todos nuestros compatriotas, hasta los que más asco nos dan por su xenofobia identitaria. Sus ideas no debemos considerarlas «amenazas» sino todo lo más como faltas de educación. Pues no, ya ven, el discurso del Rey tampoco este año nos ha defraudado ni aun a los que lo hubiéramos preferido más panfletario. Por suerte el Rey es mejor que nosotros. Pero los que nunca defraudan son sus adversarios más críticos, que se repiten cada año como las campanadas de la Puerta del Sol. ¡Menuda pandilla de abencerrajes! Unos se declaran decepcionados porque tampoco este año el monarca les haya dado por fin la razón, con el entusiasmo popular que ellos despiertan. Es que el Rey vive de espaldas a la ciudadanía… Venga, que pregunten a la gente si prefiere Otegi o Yolanda Díaz a Felipe VI. Anda, a ver que les cuentan… Los separatistas vascos se ufanan de que ellos no tienen Rey. Pues más les vale acogerse al que hay, por si un día quienes tanto llevan aguantándoles deciden cobrarse la factura. El PNV exige que le pidan perdón (¡será por existir!) y que aparezcan ciertos papeles que dejarán a la Corona en mal lugar: otros exigimos que se publiquen todos los pactos firmados entre quienes movían el árbol y los que recogían la sangre, digo las nueces. Pero los más divertidos son los podemitas y sumarísimos que acusan al Rey de repetir tópicos e ideas anticuadas: ¡ellos, cuya ideología política, social y económica es una bazofia putrefacta que haría vomitar hasta a una hiena! Pues nada, tan contentos. Enhorabuena y gracias, Majestad.