La vida sin madre
«Romain Gary es el tipo de autor que te puede abrir en canal casi sin necesidad de leerle»

Una madre con su hija. | Freepik
Me ha emocionado leer en estas mismas páginas al gran Fernando Savater hacer un sentido y encendido elogio de uno de mis autores favoritos, Romain Gary, y recomendar la lectura, pertinente todo el año —pero seguramente en estas fechas más—, de su obra La promesa del alba.
Romain Gary es el tipo de autor que te puede abrir en canal casi sin necesidad de leerle. Solo por haber sido marido de Jean Seberg y por ella haber retado en duelo a Clint Eastwood (quien increíblemente se rajó), Gary ya estaría en mis oraciones y leyendas. Si encima vas y te lo lees, que Dios te ayude. Una vez monté por su culpa el número en un avión lleno de gente. Tuve que cerrar el libro y encerrarme yo en el baño a llorar. ¿Pasado de sentimiento y de vueltas? Un poco sí. Pero no más que Los tres mosqueteros o Cyrano de Bergerac. O, ya puestos, que la escena de Casablanca donde cantan La Marsellesa.
La promesa del alba es la memoria de un niño judío lituano y de su madre absolutamente decidida a hacerlo francés. Y no cualquier francés: o premio nobel o embajador de Francia. Falló por bien poco. Romain Gary, (nacido Roman Kacew) es el único autor que ha ganado dos veces el Premio Goncourt. La segunda con un pseudónimo, Émile Ajar, bajo el cual se guarecía de un establishment literario francés que empezaba a no estar ya a la altura de Francia. No por lo menos de aquella por la que la madre de Gary había peleado con uñas, dientes e hijo. Su amor y sus expectativas innegociables llevaron a Romain Gary al cielo. Literalmente. Fue piloto en la Segunda Guerra Mundial, condecorado por De Gaulle, y solía decir, muy en serio, que jamás se habría atrevido a perder esa guerra porque, ¿qué diría su madre?
La gran literatura francesa está toda dopada de gente así. De judíos eslavos y otros parias de la tierra poseídos por un oscuro genio que ansían volcar en la nación más resplandeciente, irguiéndose en dinamo y relevo de ese resplandor. Vertiginosa sangre nueva acelerando el latido de una cultura vieja. Joseph Kessel, el autor de Belle de jour —que inspiraría la película de Buñuel— también era de esta estirpe.
Mencionaba antes que un día monté en un número en un vuelo internacional durante el que no pude contener las lágrimas, ruidosas y en público, tras culminar la lectura de un libro de Gary. Ese libro no era La promesa del alba, sino La vida por delante, la obra mucho más crepuscular con la que ganó el Goncourt por segunda vez, con pseudónimo. Es la historia lacerantemente conmovedora de Madame Rosa, una antigua prostituta judía, superviviente de Auschwitz, anciana ya, que acoge en su casa a los hijos no deseados de otras prostitutas. Uno de ellos es un joven árabe, Momo, con el que una Madame Rosa ya en sus últimos días mantiene una relación muy especial. Tanto como —eso lo descubre el lector sobre la marcha— haber mentido a las autoridades sobre la edad de Momo, fingiendo que es menor que es, para que no se lo llevaran. Para que no se lo quitaran.
Algún día ya les contaré con calma por qué esto me hizo llorar a mí tanto. Aunque tampoco creo ser la única. Podríamos decir que La vida por delante es la cara oscura y desgarradora de La promesa del alba. Si la segunda es la celebración juvenil, optimista y cargada de futuro del amor de una madre extraordinaria, la primera, a pesar de su prometedor título, es lo que pasa cuando el hijo sabe que la vida que tiene ante sí la tendrá que vivir a pelo. Sin ese amor arropándole. Nunca más.
Gary decía siempre que después de haber disfrutado del extraordinario amor de madre que él conoció, estaba condenado a vagar por la tierra, encontrando inciertos e insuficientes todos los demás amores. Incluso en una vida de película como la que él tuvo, y que, como también nos recuerda Fernando Savater, se acabó quitando. Descanse en paz y leído sea.