Badalona y la hipocresía progre
«La realidad es que en Barcelona, en diez años de Gobierno de los podemitas y los socialistas, el porcentaje de personas sin hogar ha aumentado un 107%»

El alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, dialoga con varios vecinos que protestan ante la acogida de los sintecho desalojados en la parroquia Mare de Déu de Montserrat. | Lorena Sopêna (Europa Press)
El desalojo de un antiguo instituto de Badalona ha acaparado la atención mediática estos días. Como si de una versión renovada de Cuento de Navidad se tratara, se han mezclado todos los ingredientes en los que Xavier Albiol se presenta como una especie de Mr. Scrooge desalmado que ha dejado sin hogar a 400 personas en medio de un temporal de frío y lluvia y en unas fechas en las que se predican la paz y el amor. Lo primero que me llama la atención de toda esta historia es que parece que solo haya personas sin hogar en Badalona, que el culpable de ello sea su alcalde y que los que más luchan para que esto no suceda sean los partidos de izquierda.
La realidad es que en Barcelona duermen actualmente en la calle 1.982 personas, según datos de la Fundació Arrels, mientras que en 2014, es decir, antes de que Ada Colau llegara al poder, eran 710, por lo que en diez años de Gobierno de los podemitas y los socialistas, el porcentaje de personas sin hogar ha aumentado un 107%. En Barcelona, el 0,11% de la población vive en la calle mientras que esa cifra se reduce al 0,05% en Badalona. Basta pasear por ambas ciudades para comprobar que Badalona es ahora mismo un lugar mucho más limpio, agradable y acogedor que Barcelona, donde la limpieza brilla por su ausencia, las calles huelen mal y tenemos gente acampada por todas partes, incluidos el centro de la ciudad y los lugares más turísticos.
También es una ciudad más segura, con una tasa de 66 delitos por cada 1.000 habitantes frente a los 111 de Barcelona, pero de esto no se habla, por lo que sea. Tampoco se habla de que la mayoría de ciudades del área metropolitana están gobernadas por los socialistas y ni uno se ha ofrecido a acoger a los desalojados.
Han sido muchas las críticas que ha recibido Albiol por ejecutar la orden judicial de desalojo así que no sé muy bien qué se supone que debería haber hecho: ¿desobedecer?, ¿permitir una ciudad paralela al margen de la ley en la que había tráfico de drogas, robos, prostitución, peluquería y hasta un gimnasio? Cabe destacar, además, que en estos dos años, los vecinos del barrio han tenido que aguantar reyertas, un asesinato, hurtos y un brote de tuberculosis y que estaban más que hartos de la situación. También se ha dicho que el desalojo era un acto de racismo sin tener en cuenta que el B9 se halla en Sant Roc, un barrio muy humilde en el que muchos son de origen extranjero. No sé qué tiene de progresista que la clase obrera tenga que soportar situaciones así.
Tampoco han faltado las voces de buenísimas personas que han reclamado una vivienda para los desalojados y la pregunta que me hago es: ¿por qué? Se trata de personas en situación irregular, que en muchos casos no trabajan o lo hacen en negro, es decir, no contribuyen de ninguna manera a las arcas públicas y, además, algunos delinquen. ¿Por qué los vecinos que llevan dos años soportando el deterioro de su vida cotidiana, esos que han salido a la calle a decir que no los quieren en sus barrios tienen que pagar con sus impuestos el alojamiento de estos okupas? ¿Por qué hay que proporcionales una vivienda a ellos y no a esos miles de jóvenes que se han formado, trabajan y, aun así, no logran independizarse porque no pueden acceder ni a un piso compartido?
«Si las personas que llegan a España no logran encontrar trabajo y costearse un alojamiento, no pueden quedarse aquí»
Claro que es terrible ver a la gente durmiendo en la calle y más con el frío y las lluvias torrenciales de estos días, pero hay que replantearse muy seriamente el modelo migratorio porque si las personas que llegan a España no logran encontrar trabajo y costearse un alojamiento, no pueden quedarse aquí. Y no, no es crueldad: crueldad es animar a la gente de otros países a venir, permitirles la entrada y no ofrecerles otra cosa que okupar edificios y hacer la vida imposible a los ciudadanos, incluidos aquellos extranjeros que trabajan y contribuyen en nuestro país.
Este planteamiento no es solo español, sino europeo y va más allá de lo puramente económico. Este año están siendo constantes los ataques a árboles de Navidad y belenes y los mercados navideños están protegidos con bolardos y fuerzas de seguridad y, en algunas localidades, incluso se han tenido que suprimir porque nos pueden permitirse el gasto que eso supone. Y no solo eso: se han tenido que cancelar eventos con el gran concierto de Año Nuevo en París y han sido constantes las manifestaciones e irrupciones más o menos violentas de los islamistas en zonas en las que tradicionalmente se reúne la gente por Navidad. ¿Se pueden imaginar lo que sucedería si se hiciera lo mismo en las celebraciones del final del Ramadán o de la Fiesta del Cordero?
Horas y horas de tertulia criticando esto y con toda la razón, pero estos casos que he nombrado tienden a ser ocultados mediáticamente y la respuesta europea, en lugar de condenarlos con firmeza, es sugerir no felicitar la Navidad y cambiar los nombres por «solsticio» o «mercado de invierno». ¿Por qué le permitimos a los islamistas lo que no nos permitiríamos a nosotros? Eso por no hablar del ridículo de políticos como los del Gobierno de Pedro Sánchez que felicitan abiertamente el Ramadán, pero que felicitan las fiestas a la «comunidad cristiana» como si el cristianismo fueran un pequeño reducto dentro del país y no la base que sustenta toda nuestra cultura seamos creyentes o no.
Y es posible que todo esto suene genial en sus cabezas, pero solo hay que ver la aceptación que tiene Pedro Sánchez entre los españoles y Giorgia Meloni, que lleva años liderando «la revolución del pesebre», entre los italianos o Collboni en Barcelona y Albiol en Badalona para darnos cuenta del abismo que hay entre la opinión pública y la publicada.