The Objective
Antonio Elorza

España en Su laberinto

«Resulta factible que Pedro Sánchez logre blindar su laberinto frente a la democracia, con el respaldo activo de su frente de izquierdas (antisistema e ‘indepes’)»

Opinión
España en Su laberinto

Ilustración de Alejandra Svriz.

Las elecciones en Extremadura han dado lugar a un sinnúmero de comentarios acerca de sus consecuencias políticas. Algunos plantean la pertinencia de una adecuación del PP a las exigencias de ese aliado imprescindible y rival efectivo que acabó siendo Vox. Y no es que tales estimaciones carezcan de sentido, dado que en el acierto o el fracaso de esa peculiar relación, se cifran en gran medida las expectativas de la derecha. Pero en cuanto al futuro del país en su conjunto, el tema por sí solo resulta accesorio. La pista donde se juega el principal partido, es otra, ya que por encima de sus sucesivas derrotas, sigue siendo Pedro Sánchez quien fija las reglas del juego político, o por mejor decir, la subordinación radical a su mando de ese juego político.

De acuerdo con su hábito de construir muros, después de Extremadura ya no queda la menor duda de que ha erigido otro con la pretensión de hacerlo infranqueable frente a la democracia. Su propósito consiste en ignorar su funcionamiento efectivo, al ver en los procesos democráticos el principal obstáculo para la perpetuación de su poder.

Como consecuencia, mientras llega 2027, las elecciones parciales podrán sucederse, sin que ello altere la insólita situación de que su resultado no altere en nada la permanencia ni el sentido de la acción del Gobierno. No importa que muchos votos socialistas pasen a la abstención o a otras opciones. La debacle gubernamental, por decreto, es irrelevante. Además, según el relato oficial, supone una derrota del vencedor, el PP, que se verá forzado a sufrir la presión y el dominio ideológico del verdadero ganador: Vox. Al comentar los resultados, la eufórica líder izquierdista dio un paso más, afirmando que la presidenta victoriosa, Guardiola, por ello debiera dimitir, en el caso improbable de ser demócrata. Con la apostilla de esta curiosa imagen del vencedor vencido, la elección de Extremadura, como cualquier otra en que el PSOE acabe trasquilado, resulta declarada nula, por orden de la superioridad.

Dicho de otro modo, las elecciones en curso son caminos ciegos que no llevan a salida alguna, en el interior de un laberinto político, creado y dominado por Pedro Sánchez, que tampoco debe tenerla. Salvo como indicadores de coyuntura, centrar en ellas la atención es puro entretenimiento. Lo que cuenta es ver cómo la autocracia de Pedro Sánchez, con la colaboración de su manada de aliados antisistema e independentistas, lo ha construido y cuáles son sus implicaciones.

No solo se trata de que partidos y ciudadanos se vean encerrados en el laberinto de Sánchez cuando intentan tomar las vías sugeridas por el patrón democrático, para dar con la salida: el voto como único medio humano de resolución de los conflictos políticos, de gobernar los hombres, que dijera José Martí. Además, el autócrata ha sembrado el recorrido de trampas y de engaños, gracias a los cuales puede impunemente aprovechar los vacíos de la normativa constitucional para ejercer sin obstáculo un poder arbitrario. Ejemplo entre mil: seguir gobernando indefinidamente sin presupuestos.

«La oposición a Sánchez, amén de excluida, se siente razonablemente satanizada, transformada en el Mal absoluto»

A modo de complemento inevitable, el laberinto impide todo ejercicio normal de la vida política, ya que socava de modo irremediable la exigencia de una alternancia en el poder. Es más, la oposición a Sánchez, amén de excluida, se siente razonablemente satanizada, transformada en el Mal absoluto. Su sola aspiración legítima al poder es ya un atentado contra la única versión admitida de la democracia, la de ese Progreso cuyo nombre, al modo del famoso lema de Auschwitz, preside la entrada en el laberinto de Pedro Sánchez.

La consecuencia es el imperio de la crispación en las relaciones políticas, y también en el seno de la sociedad. El silogismo entra en escena de inmediato: Pedro Sánchez declara una guerra imaginaria a la derecha, en realidad a todo aquel que se le enfrente. Luego los afectados acusan el golpe y pasan a asumir el estado de guerra con Sánchez. Tanto más cuanto que este hace del mismo su principal fuente de legitimidad. Ignora deliberadamente que nada en la España de hoy justifica la entrada en esa espiral de enfrentamiento. Para ello, nuestro presidente no duda en evocar la gran tragedia española del siglo XX, momento cenital de la lucha del progreso contra la reacción, entonces con esta vencedora, resultado que hoy sería preciso invertir. No debe extrañar que en sentido contrario, el mismo evento fuera recordado discretamente por el Rey en su discurso de fin de año, justo como aquello que nunca debe volver.

Crispación en los colectivos de oposición, desesperación creciente en los ciudadanos, obligados a vivir el devenir político del propio país como la sucesión de encuentros con los sicarios del poder en El proceso de Kafka. Todo suceso que incomoda al Gobierno, y en particular a su presidente, presentado como producto de una conspiración reaccionaria, en el marco de un procedimiento de intoxicación sistemática de la opinión. No basta con enclaustrarla en el laberinto, sino que incluso en su interior debe ver trazada desde arriba su trayectoria.

El ciudadano no vive una vida política normal, sino las escenas de un laberinto grotesco, cada una más carente de sentido que la anterior. Leyes de amnistía co-redactadas por los que emprendieron una sedición. El máximo responsable de la juridicidad del Estado, delinquiendo al servicio de un Amo. La entrega a plazos de fragmentos de Estado por votos. La administración convertida en agencia de prostíbulo para el entorno de aquel. El progresismo en política internacional, entregando gratis el Sáhara a Marruecos. La amistad de fondo con la dictadura de Maduro. Negocios fabulosos, desde el criminal de las mascarillas a los múltiples en transportes a hidrocarburos. Ataque permanente a la autonomía judicial, único bastión resistente, sobre el pilar de la UCO. Nada de eso importa, según reitera una y mil veces el sistema oficial de doma de la conciencia pública, basado en una inversión de significados de impronta totalitaria.

«Los grupos antisistema e independentistas son beneficiarios privilegiados de la existencia del laberinto»

El creador y gestor del laberinto cuenta además con fuerzas en su interior, que tienden incluso a intensificar el control de toda oposición o disidencia. Aquí el papel de los extremos del espectro político es bien distinto. Los grupos antisistema e independentistas son beneficiarios privilegiados de la existencia del laberinto. Como mucho, si fueran perros, ladrarían pero nunca morderían. En la vertiente opuesta, Vox ha definido una última estrategia según la cual otorga prioridad a la obtención de la hegemonía en su campo sobre el enfrentamiento necesario a quien domina la escena política. Olvida las enseñanzas de un acceso escalonado a tal hegemonía en la derecha, que proporcionan Le Pen en Francia y Meloni en Italia. Y olvida también que una fuerza minoritaria puede condicionar, nunca decidir.

Dejar de lado al enemigo principal, abre a este la posibilidad de un éxito fácil por autodestrucción del oponente. Sánchez lo sabe y lo practica a fondo, en una pinza contra el PP, una fuerza conservadora que no comparte, ni debe compartir y así suicidarse, los extremismos xenófobos, anti-ecologistas, antieuropeístas, antimonárquicos, de Vox. El problema no es de deslizamiento ideológico para ganar votos, sino saber qué política se aspira realizar.

Dada la relación de fuerzas actual, resulta factible que Pedro Sánchez, vía plebiscitaria mediante, logre blindar su laberinto frente a la democracia, con el respaldo activo de su frente de izquierdas (antisistema e indepes). En cualquier caso, de alcanzar nuestro José K, el ciudadano español, llegar a abrir la salida, al otro lado le espera un panorama cuya extrema dificultad no cabe ignorar. 

No será Pedro Sánchez el único disconforme con una entrega pacífica del poder. Tendrá a su lado la puesta en acción de las movilizaciones izquierdistas, que para eso, para evitar una democracia que no nos gusta —«fascismo rojo», le bauticé al nacer—, se fundó Podemos (y Sumar le imita). Y sobre todo, catalanistas y abertzales no permanecerán con los brazos cruzados al ver perdida su gran oportunidad para destruir o jibarizar el Estado español. Sánchez puso en marcha su guerra imaginaria. Y, como en el pesimista capricho de Goya, de esos polvos…

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