The Objective
Santi González

Irene Lozano, la evangelista

«Ella tenía la esperanza de ser ministra, quizá de Asuntos Exteriores, o embajadora en Londres, aunque me malicio que ahí topó con la oposición de Begoña»

Opinión
Irene Lozano, la evangelista

Irene Lozano. | Europa Press

Conocí a Irene Lozano hace cosa de 20 años, cuando ambos participamos en una iniciativa de FAES sobre la lengua, que coordinaba Xavier Pericay. Supe después que ella, mujer de natural discreto, pidió a Pericay que no pusiera su nombre entre los participantes. Después, hará cosa de 15 años, ella, el malogrado David Gistau y quien suscribe abrimos la campaña de Rosa Díez en las generales de 2011. Me cayó bien, me pareció una chica lista y tengo la impresión de que ella tampoco me miró a mí de manera atravesada, porque poco después escribió una reseña muy amable sobre mi libro Lágrimas socialdemócratas, sobre el tiempo del zapaterismo: «El libro de Santiago González lo ilustra con un fino sentido del humor, para compensar tanto lagrimeo, y de forma magistral, o sea, como los maestros del periodismo: respaldando cada afirmación con un hecho o una frase».

En aquella presentación de Rosa y en la cena que siguió conocí también a su novio, un empresario corsetero que me pareció un tipo fantástico, ingenioso y divertido como pocos. Desgraciadamente, no le duró mucho, según pauta de relaciones que ella explicaba con cierta gracia: «Me duran más los perros que los hombres». El bloguero autodenominado Monsieur de Sans Foy le apuntaba una razón: «Claro, eso es porque los atas».

Uno es de memoria afectiva persistente y muy de corresponder a las muestras de aprecio, aunque hubo en ella algo que vino a estropearlo todo: su carta abierta a Paco Sosa Wagner en El Mundo el 21 de agosto de 2014, en nombre del proyecto de UPyD, definido en el primer párrafo como «imprescindible para que nuestro país no vuelva al blanco y negro de los años 40, esa lejana España de posguerra en la que naciste». Como si haber nacido durante el franquismo convirtiera a Sosa en cómplice de la dictadura.

Y todo en este plan, en una carta que definí en mi respuesta como «un catálogo de insidias, sofismas, alguna que otra bajeza y argumentos ad hominem». Yo conocía a Paco Sosa desde antiguo. En 1976, al año siguiente de la muerte de Franco, mi amigo Felipe Serrano —hoy catedrático— y yo asistimos a una mesa redonda de partidos en la Facultad de Económicas de Bilbao. Entre los ponentes había un joven PNN que vestía jersey de cuello alto y fumaba en pipa, un ayudante de Ramón Martín Mateo, llamado Francisco Sosa Wagner.

A mi amigo Felipe y a mí —lo recordábamos el otro día— nos impresionó su brillantez expositiva y su rigor conceptual. Lo he seguido desde entonces, he leído sus libros, he cenado alguna vez con él, le he presentado alguna conferencia y, desde un conocimiento compatible con mi irrelevancia sociológica, puedo decirte que tu partido presentó al mejor cabeza de lista de las pasadas elecciones europeas.

Mi amigo y camarada Benigno Valdés guardaba memoria de Paco Sosa. Perseguido por la Brigada Político-Social en 1972, Paco y su mujer, en avanzado estado de gestación, lo acogieron en su casa de Getxo y lo escondieron un par de días hasta que pudo encontrar un camino de salida. Las causas le seguían durando menos que los novios. Por eso, la heroica defensa del proyecto de UCD con el que salió elegida diputada en el Congreso también duró poco: dio a conocer su renuncia el mismo día en que el PSOE daba a conocer que ella sería la candidata número 4 por Madrid.

Un año después de su carta a Sosa Wagner, el proyecto del PSOE era «el más viable», además de ser «serio y creíble». El signo del cambio socialista era para ella su propio fichaje, «una señal de otra forma de hacer política y de un cambio». El cambio soy yo, podría haber resumido. Ella se mostró partidaria de los acuerdos con Ciudadanos que tanto había reprochado a Paco Sosa y solo medio año después reclamaba la dimisión de Rosa Díez y un cambio radical en la estrategia política de UPyD.

En el PSOE ha hecho carrera como biógrafa —qué digo biógrafa—, como evangelista de Pedro Sánchez, escribiéndole dos libros de memorias: Manual de resistencia y Tierra firme. Ella tenía la esperanza de que la nombrase ministra, quizá de Asuntos Exteriores, o, en su defecto, embajadora en Londres —casi nada—, aunque me malicio yo que ahí topó con la oposición de Begoña Gómez, que no lleva bien la proximidad a su marido. Ella habría cumplido con el cargo, pero no pudo ser y tuvo el premio de consolación de dirigir la Casa Árabe, cargo del que dimitió en febrero de 2025. Ahora, casi un año después, el Tribunal de Cuentas ha criticado severamente su gestión. En fin, otro peón que se le cae a Pedro Sánchez Pérez-Castejón. No somos nadie.

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