
Bye bye, Brasil
Mi amor era al país entero y mi rechazo lo es ahora también. Hasta que pase Bolsonaro. Una cosa es cuando a un pueblo ‘le dan’ un golpe de Estado y otra cuando es el pueblo el que vota al militarote.

Mi amor era al país entero y mi rechazo lo es ahora también. Hasta que pase Bolsonaro. Una cosa es cuando a un pueblo ‘le dan’ un golpe de Estado y otra cuando es el pueblo el que vota al militarote.

El caso Khashoggi, con toda su truculencia, nos hace reflexionar sobre la vexata quaestio del papel de la moral en las relaciones internacionales.

Al tocar estas fechas siempre me preocupan más los vivos que los muertos. Los vivos que le quedan a los pueblos, concretamente. Unos vivos, cada vez con menos vida, que suspiran como si compusieran unas Rimas apócrifas haciéndole la competencia a Bécquer: ¡Dios mío, qué solos / se quedan los vivos!

Mi padre llegó a Zaragoza desde Arteixo en el año 1978, huyendo del servicio militar, un año antes que el escritor Fernando Aramburu. Entonces mi padre quería ser poeta. Entonces, Aramburu escribía poesía.

Pedro Sánchez ya ha declarado que quiere estar doce años en La Moncloa, hasta 2030. Yo le animaría a que alargase su estancia seis años más.

Bolsonaro ha arrasado en Brasil, y ya solo queda esperar que contenga sus peores impulsos y la comodidad del poder le vuelva magnánimo. Tenemos el consuelo de que la alternativa (gobernada como España desde una cárcel) tampoco era garantía de nada. Y siempre podemos recordar que no sería la primera vez que un pésimo candidato es un buen presidente. (Pienso en el peruano Ollanta Humala, exmilitar y aspirante filochavista que decepcionó a sus entusiastas del Foro de Sao Paulo al continuar las políticas de liberalismo sensato que han permitido al país crecer sin interrupción desde que comenzara el milenio).

“Fijaos bien, ahora nos vamos a adentrar en el pasado y la arqueología nos permitirá separar las distintas capas de la Historia”, les dije a mis hijos poco antes de bajar al subsuelo de la basílica de San Clemente. “Hablas una lengua extraña –me replicó María–. Cuando la utilizas no te entiendo”.

Llaman así en Estados Unidos al presidente al que le faltan meses para cumplir su segundo mandato y por tanto le ningunean hasta los suyos porque saben que se acaba su periodo de poder. Su gobierno no presenta iniciativas polémicas para no salir de la Casa Blanca por la puerta de atrás y está más pendientes de organizar su futuro que su presente. En España tenemos hoy otro modelo de pato cojo: el del presidente que no puede cumplir ni uno solo de sus compromisos porque no cuenta con el apoyo necesario…

Según me informa el traductor simultáneo de Google Chrome, 川谷 絵音 significa Kawatani Enon. Es el nombre del cerebro detrás de Indigo la End y ゲスの極み乙女 (Gesu No Kiwami Otome, o ‘Niña en la apoteosis de la grosería’), dos de los más grandes descubrimientos musicales de mi vida. Y la razón por la que este cínico exiliado, mal acostumbrado al tosco sonido del clavecín y la taciturnidad del jazz, ha vuelto a cantar caminando por la calle, tocando esa batería invisible que no percutía desde los quince años. Todo gracias a estar a las dos de la mañana explorando entre canales de Youtube de japoneses, haciendo voyeurismo con mi traductor de Chrome.