
El verano
Cuando terminaban las clases, se suspendía el tiempo. Los que teníamos pueblo, dejábamos nuestras ciudades para ingresar en una dimensión diferente.

Cuando terminaban las clases, se suspendía el tiempo. Los que teníamos pueblo, dejábamos nuestras ciudades para ingresar en una dimensión diferente.

No es un mal ejercicio pedagógico en este asueto sofocante recuperar la serie-documental La Transición de la periodista Victoria Prego.

La humanidad estival tiene -me incluyo- algo de plaga veterotestamentaria. Nos precipitamos sobre las playas con unánime ferocidad, agolpándonos en las orillas, como si quisiéramos regresar a los orígenes. Se sigue de aquí un ejercicio de convivencia democrática que apenas conoce divisiones ideológicas o de clase: todos, o casi, bajo el sol. Hay, sin embargo, una minoría que se comporta como mayoría: los fumadores. Basta escarbar un poco en la arena para encontrarse, en su obstinada fealdad, con las colillas; en todas partes y a cualquier hora. Son el testimonio de un vicio privado al que no se conocen virtudes públicas. Y quizá sea hora de preguntarse por qué las playas han de convertirse cada verano en planta de residuos de la industria tabaquera.

Hace unos días leía en el periódico un ataque, como de pasada, a las notas a pie de página con el ostentoso título de “La novela acude al rescate de la Historia de España”. El artículo recogía la opinión de un novelista que consideraba que los trabajos de los académicos tienen “más pies de página que texto”. Lo destacaba como si las notas fueran algo de origen diabólico. No es una opinión minoritaria. Ni mucho menos. Las embestidas contra los pies de páginas son constantes, aunque estos hayan salvado la civilización en unas cuantas ocasiones. Anthony Grafton en su ensayo Los orígenes trágicos de la erudición. Breve tratado sobre la nota al pie de página (Fondo de Cultura Económica) lo explica de una manera sencilla. Las notas son, como los retretes, guardianas de la discreción. Él no lo escribió así, pero nunca mostrarás el retrete a tus invitados en un recorrido por tu casa. Sin embargo, al final, todos tendemos a visitarlo.

Hace dos semanas fallé a El Subjetivo en la entrega de mi texto (esa es la periodicidad con la que escribo). La razón: una mujer que se escabulló del control de seguridad en el aeropuerto de Munich provocó el cierre del mismo durante cuatro horas y la cancelación de 300 vuelos y retención de cerca de 50.000 pasajeros y sus respectivas maletas. Entre ellos, mi familia y yo. Aquello fue el caos. Mayúsculo, teniendo que empezaban las vacaciones de verano en el land de Baviera (en Alemania los länder se turnan el comienzo de las mismas para dosificar el mogollón que provoca el éxodo vacacional en los medios de transporte del país). Y una muestra de nuestra vulnerabilidad en esta reciente época de inseguridad y paranoia terrorista que vive Occidente. Mi colaboración se quedó sin enviar atrapada en el ordenador que cargaba mientras hacía la cola interminable del servicio de atención al cliente de Lufthansa. El episodio convirtió nuestro prometedor viaje a Turquía en una auténtica pesadilla.

“Vivimos en un país curioso. Sobran los predicadores, los que se suben al púlpito dispuestos a pontificar, incapaces de asumir la irresponsabilidad de la prédica. Pocos quienes [sic] dan trigo, abarcan a dos manos la sociedad e intentan ir modificándola para conseguir una sociedad más justa.” Corre el mes de enero de 1989 y Felipe González no escatima reproches a los sindicatos en sus notas personales, que la fundación que lleva su nombre hizo públicas en julio*.

Tras nacer, el niño impacta con el afuera y la vida comienza a ser un viaje, la difícil aventura de concluirse en los demás. El niño desconoce el tú, lo vive todo para sí mismo, es egocéntrico. Esta actitud narcisista, con el tiempo, tiende a corregirse. En algunos casos, no obstante, el niño quiere relacionarse, pero le cuesta. En mi caso, un esfuerzo siempre me ha separado de la vida colectiva. Desde los años escolares se me ha clasificado como un niño introvertido. Y la introversión, en un ecosistema mercadotécnico, es una tara.

Ni Cristiano, Ni Courtois. No ha sido Florentino Pérez quien ha dado el bombazo. El fichaje del verano es el de Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, como directora del Centro de África del Instituto de Empresa, ideado dicen que en febrero pasado, para promocionar el emprendimiento, la innovación, el liderazgo ejecutivo y el desarrollo de proyectos de acción social en el continente africano.

El pasado día 4, Julio Merino publicó un artículo en Diario Córdoba titulado “Por la Memoria Histórica” del que quiero hacerme eco. Lamentaba, con sobrada razón, el sesgo ideológico de unos ciudadanos cordobeses que pretenden cambiar de nombre al colegio Ramiro de Maeztu por considerar que este vasco fue “uno de los escasos intelectuales de nivel con los que contó el franquismo y sustento intelectual e ideológico de los golpistas”.