
Un elogio
Una de mis películas favoritas de los últimos años es Declaración de guerra (2011), de Valérie Donzelli, coescrita con Jérémie Elkaïm, y basada en su historia: a su primer hijo le detectaron un tumor en el cerebro cuando aún era un bebé.

Una de mis películas favoritas de los últimos años es Declaración de guerra (2011), de Valérie Donzelli, coescrita con Jérémie Elkaïm, y basada en su historia: a su primer hijo le detectaron un tumor en el cerebro cuando aún era un bebé.

Beatriz Ledesma ha editado un libro que compila un puñado de artículos de Clara Campoamor, junto con alguna entrevista publicada en la prensa. Pertenecen los textos a su exilio argentino, entre el final de la guerra y mediados de los años 50, cuando pasó a vivir en Suiza la extrañeza de España.

Uno de los temas cruciales de nuestro tiempo político es el del encaje entre liberalismo progresista y conservadurismo. Ambas tradiciones –si se las toma con algún rigor intelectual- son incompatibles a nivel de principios filosóficos, aunque pueden encontrar puntos de encuentro en la praxis política e institucional del liberalismo constitucionalista.

Tan denso en historia y en resonancias continentales, Horcher –con sus figuritas de Meissen y una carta inspirada en Mitteleuropa- parece hecho a propósito para reflexionar sobre los designios del proyecto europeo. En un momento en que, de la crisis del euro a las angustias del Brexit, la Unión parece zozobrar, The Objective ha querido reunir a dos personas de dos generaciones diferentes pero igualmente cualificadas a la hora de pensar Europa: Joaquín Almunia, economista y político de larga experiencia y vicepresidente de la Comisión entre 2010 y 2014, y el diplomático y ensayista Juan Claudio de Ramón. De Trump a Merkel, de las raíces de la crisis a las carencias y fortalezas de España y del secesionismo a la inmigración o los puntos de refuerzo del Mercado Común, esta larga conversación –más de dos horas- aquí editada toca los puntos más importantes de la Europa actual sin dejar de ofrecer un corolario de esperanza.

El rabino Abraham Joshua Heschel –lo cuenta Christian Wiman– observó en una ocasión que la fe consiste básicamente en mantener la fidelidad hacia aquellos pocos momentos en que hemos tenido verdadera fe.

Visto desde la superficie, el populismo parece una cosa tonta, caricaturesca, mal pensada. Entre los tweets de Trump y las niñerías de los brexiteros es difícil no pensarlo. A los populistas los caracterizan las tramas sencillas, los problemas con soluciones drásticas pero simples, la habladera de pistoladas disfrazada de sentido común, las utopías que se parecen más al final de los melodramas que al paraíso terrenal. Los populistas, con contadas excepciones, suelen ser fenómenos televisivos.

Los estrategas de los partidos se machacan la cabeza con las definiciones ideológicas para tratar de captar más adeptos para su causa. En los inicios de la Transición, el PSOE vivió una auténtica conmoción cuando sus dirigentes propusieron el abandono del marxismo y los comunistas se inventaron el eurocomunismo para dejar atrás el leninismo, stalinismo y demás ismos sin necesidad de verbalizarlo. Hace meses Ciudadanos provocó polvareda al abandonar la socialdemocracia para abrazar el liberalismo progresista, y el PP ha celebrado su convención sin que haya quedado claro si apuesta firmemente por la derecha conservadora, porque su gente de más peso ha dejado claro que lo suyo es el liberalismo y que no abandonan el centro.

Generalmente se pensaba que los populistas, una vez alcanzado el poder, no podrían cumplir sus promesas o implosionarían por sus contradicciones. No está siendo así en Italia y tampoco es el caso de Donald Trump en sus dos primeros años como presidente de los Estados Unidos. A Trump no le ha temblado el pulso para alterar el orden liberal internacional amenazando a China, por sus abusos comerciales, con una guerra de aranceles. Tampoco ha dudado a la hora de poner en riesgo el atlantismo, cumpliendo el deseo de parte de la izquierda europea de enterrar el TTIP y exigiendo un mayor compromiso presupuestario a sus socios en la OTAN. Y esa misma actitud le ha servido para redefinir el NAFTA.

Tenía que ser él, Aznar, el macho alfa del PP, quien bendijera a Casado, el joven presidente que ha conseguido reunir en aparente armonía a los dos partidos que conviven en el PP. El viernes, merienda con Rajoy y el sábado aperitivo con Aznar, que ha vuelto a casa con fuerza, y ha repartido la bendición a un Pablo Casado que presume ya de haber acabado con el fortín socialista en Andalucía, aunque el líder local, Juanma Moreno, fuera hombre de Rajoy, pero aprendiz de Arenas, y trate ahora de mostrarse de todos, de Rajoy, de Aznar, de Soraya y sobre todo, ahora, de Casado.