
Errejón en Caracas
Las palabras del candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid, Íñigo Errejón, defendiendo el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela porque “comen tres veces al día” no debería escandalizar a nadie con dos dedos de frente.

Las palabras del candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid, Íñigo Errejón, defendiendo el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela porque “comen tres veces al día” no debería escandalizar a nadie con dos dedos de frente.

La retirada en Los Ángeles de la estatua de Cristóbal Colón me ha producido un desagrado no patriótico, ciertamente, sino filosófico, existencial. Una náusea. Ha sido otra manifestación de nihilismo, de individuos que no aprecian su existencia.

En su viaje para epatar a la floreciente Norteamérica, Oscar Wilde pudo comprobar que él, jactancioso en el servicio de aduanas al especificar “no tengo nada que declarar salvo mi talento”, se iba a enfrentar a un mundo feroz, agreste y despiadadamente competitivo.

Es cierto que el nivel de distracción es mayor ahora, o mejor dicho, las tentaciones están más al alcance de la mano. Pero también la información. Y en cualquier caso, eso no solo afecta a los jóvenes.

Se cumple el centenario del final de la I Guerra Mundial. Miramos la efeméride con alivio; no sólo nos parece un pasado lejano, sino que no vemos una catástrofe de esas dimensiones por más que agudicemos la mirada hacia el futuro. Toda la guerra civil europea, que comprende también la nuestra y la II Guerra Mundial dejó una sociedad agotada y con deseos de construir una sociedad más justa, lo que para unos es más libre y para otros más igual. Una sociedad sin desgarros que pudiesen desembocar en una ceremonia de muerte y destrucción.

Lo tenía frente a frente y, en una rueda de prensa de envidiable intensidad celebrada justo después de las Midterms Elections, Donald Trump no lo dudó. En esos pocos minutos los dos parecían llevar su papel hasta el límite, sin voluntad de rectificar, al contrario, mostrando en público un pulso dialéctico a través del cual el asedio y la arrogancia eran las fuerzas que se contraponían.

Se diría que la memoria traza el mapa de nuestras obsesiones. La memoria es carne y persiste como las cicatrices en el cuerpo. La memoria es el nombre de nuestros padres antes de que supiéramos pronunciarlo y también el callejeo, repetitivo y caprichoso, que nos lleva por la ciudad que alguna vez amamos.

Yo no disfruté ni mi primer café, ni mi primer vino, ni mi primera lección de piano, ni mi primer chocolate oscuro, ni mi primer concierto de música clásica. Es la verdad. Y es universal. Quien afirme lo contrario lo más seguro es que esté mintiendo.

El experimento separatista —empieza a ser difícil llamarle proceso a algo que hace años que gira sobre sí mismo— ha abierto las puertas de la sociedad catalana a una retórica izquierdista, pero no de cualquier izquierda.