Resulta que los designios de la “crítica literaria”, y mira que odio recurrir a esta etiqueta entrecomillada, son tan inescrutables que incluso cuando uno pensaba que el ruido había terminado todavía queda espacio para intuir alguna nuez inesperada. Me explico. Días ha escribí un artículo de opinión, y recalco el término “opinión” por si la constante aparición de la primera persona del singular no bastara para aclararlo, en el que enumeraba diez libros que yo consideraba sobrevalorados. El texto causó algo de revuelo por atacar a figuras de la literatura universal de la talla de Lorca o de Neruda. Es obvio que siempre han existido ídolos que sólo dan pie a la contemplación y no a la crítica, y obviarlo me costó no pocos aullidos y alguna que otra caricia. Cuando este ruido, clásico en el foro en el que se mueven las letras hoy, hubo cesado, llegó hasta mí una crítica a dicho texto firmada por don Camilo José Cela Conde.