Posibilidades de un anillo
Detrás de la inscripción de un anillo, puede haber una gran historia… o varias
He visto un anillo que encontraron en la acera de una zona poco transitada, al borde del extrarradio, frente a un edificio de oficinas. Alguien lo perdió o alguien lo tiró. La posibilidad de esto último se debe a la inscripción que el anillo, de plata, lleva en el lado de dentro. En claras letras mayúsculas dice: PUTA SELECTIVA.
Sentí un azote eléctrico cuando lo leí. ¡Qué maravilla! La escena que me figuré automáticamente es la de un amante que le regala ese anillo a su amada, a modo de piropo por su parte, como aspirando a una complicidad erótica superior, algo sórdida; él querría verse como el ‘seleccionado’ por ella, sería su regocijo. Pero a ella no le hace gracia y lo tira.
Lo podría haber tirado también si el regalo fue por despecho. Él la está acusando de puta, con disgusto. Lo de selectiva sería por aquilatar, por refinar su infamia y hacerla más dolorosa. Su dolor es mórbido, naturalmente. Mandar hacer esa inscripción para acusarla revelaría una manera torturada de ser, el hombre está pringado sin remisión. La mujer lo desprecia cuando recibe el anillo y lo tira.
Otro desenlace para la primera posibilidad es que ella hubiera recibido el anillo con la complicidad que su amante demandaba, y que si estaba en la acera es porque lo hubiese perdido. El anillo, de hecho, no parece nuevo. Tal vez la mujer llevara usándolo mucho tiempo. Eran una feliz pareja erótica; a lo mejor ella se acostaba también con otros hombres y él lo aceptaba, o lo celebraba incluso. O quizá no lo perdió, sino que lo tiró –efectivamente– después de un tiempo. El anillo era el monumento de una relación terminada.
Les he hablado de la inscripción a mis amigos y hemos buscado más posibilidades. Hay una historia encerrada ahí, muchas historias posibles. No las hemos agotado. Uno me dio una apasionante: ella misma es la que se hace inscribir el anillo, ‘su’ anillo. Es una loba y ese anillo es su emblema. Va con hombres que desconocen la inscripción y a ella –que los ha ‘seleccionado’– le gusta tener su verdad al alcance pero velada, solo para ella.
O puede que ella se lo haya mandado inscribir, sí, pero para ofrecerse a un único hombre. En este sentido, sería como la Eloísa de Abelardo, cuyas palabras recreó José María Álvarez en este poema: «De todas las palabras / Que una mujer le ha dicho a un hombre / Las más hermosas siguen siendo / Déjame ser tu puta«. Me imagino ese amor ardiente, que termina con el anillo tirado.
Estaba decantándome por esta última posibilidad, por exaltación surrealista (¡petrarquista!), cuando otro amigo consideró el diámetro del anillo: si era grande, tal vez fuese el anillo de un hombre y no el de una mujer. Y sí, el diámetro es grande. ¿Se lo hizo inscribir un hombre entonces? ¿Por qué? ¿Era un homenaje íntimo a su amada? ¿O un insulto privado? ¿O se trata de una historia homoerótica, con todas las posibilidades antedichas pero entre hombres? ¿O era, definitivamente, el anillo de una mujer, pero lo llevaba en el dedo gordo?
Me doy cuenta ahora de que he hablado del anillo con amigos, pero no con amigas. ¿Qué me habrían dicho ellas?