Prefiero el apocalipsis
«Deben convencernos de que esta vez no funcionarían las cosas que hasta ahora siempre han funcionado y que parecen muy de derechas y que ahora son necesarias medidas del todo innovadoras y sin precedentes, que en realidad se parecen sospechosamente a las medidas, de antiguo fracasadas, de sus antiguos y fracasados referentes ideológicos»
Nos lo tenía dicho ya el presidente pero ha tenido que recordárnoslo Castells, porque se ve que no estamos a lo que estamos. Que el mundo se acaba, dicen. El mundo como lo conocemos, el nuestro, al menos. Lo sabrá Castells, que es sabio y es gobierno y que es, por cierto inusitadamente honesto. Hace nada, hasta que entró el gobierno del cambio y trajo con él la democracia a nuestro país, cuando a uno le pillaba el apocalipsis en el gobierno intentaba disimular. Porque hay cosas que son imperdonables, aun cuando parecen accidentes, y cabe suponer que el apocalipsis es una de ellas. Pero estos optimistas están tan acostumbrados a tomar el perdón por permiso que anuncian con toda la alegría el fin del mundo porque creen que eso los autoriza a crear uno nuevo y un poco más a su gusto. Porque saben que sólo convenciéndonos de que nos enfrentamos a una crisis sin precedentes les daremos, acojonados, el permiso para aplicar todas las medidas que quieran aplicar. Deben convencernos de que esta vez no funcionarían las cosas que hasta ahora siempre han funcionado y que parecen muy de derechas y que ahora son necesarias medidas del todo innovadoras y sin precedentes, que en realidad se parecen sospechosamente a las medidas, de antiguo fracasadas, de sus antiguos y fracasados referentes ideológicos.
Y eso sí que es preocupante. Mucho más que el fin del mundo. Porque, de hecho, es posible e incluso necesario imaginar un fin del mundo agradable, una larga y plácida decadencia. A la romana, digamos. Tumbados a la bartola, rodeados de mujeres, bebiendo vino, comiendo uvas y todas esas cosas. Es, de hecho, una muerte más que previsible para una civilización como la nuestra, empeñada en volver el placer estéril y que prioriza las cenas y las copas y los viajes de verano a playas paradisiacas a los hijos. Lo que olvidan estos optimistas del apocalipsis y sus locos seguidores es que los principios pueden ser mucho más bestias que los finales. Que mientras los REM pueden feel fine ante the end of the world as we know it, es imposible y está escrito y lo sabemos todos, el parir sin dolor. Especialmente, cuando lo que se quiere parir es un mundo entero. Hasta las más grandes naciones nacen de mitos porque no sabrían soportar nacer del lado más bestia de la historia.
Por eso, a todos estos sabios de enloquecido pelaje que repiten cada dos por tres que el mundo se acaba, hay que contestarles como en el chiste: tu optimismo me repugna.