THE OBJECTIVE
Ferran Caballero

Rufián, Rosell, buena gente

«Cuando lo que a estas alturas debería ser ya evidente es que la pregunta relevante en política es si alguien es, o no es, capaz de huir de las consecuencias de sus propias acciones y proclamas»»»

Opinión
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Rufián, Rosell, buena gente

 

Tres portes tinc a ca meva

obertes a tots els vents:

la que està oberta per tu

l’altra per la bona gent

la que està oberta per tu

l’altra per la bona gent

 

 

A Rufián le pareció hace unos días que había que nacionalizar la Nissan. Porque Rufián es buena gente y porque Rufián no tiene el poder para nacionalizar nada, así que no necesita pensar en las consecuencias de sus ocurrencias y puede, encima, culpar al mismo tiempo a Madrid y a la derecha por no hacerle caso. Es el win-win de la indecencia. Pero Rufián no es el único que se conduce y trata de conducirnos a los demás con semejante frivolidad. 

Es, de hecho, una actitud bastante generalizada que nadie explicó tan bien como Sandro Rosell en lo de Évole. Es una entrevista de interés relativo, pero en la que sólo una de las preguntas parecía ensayada. Era la pregunta de si Rosell, presunto preso político, es o no es independentista como sus compañeros de cárcel. La función pierde por escrito porque en la voz y en el rostro de Rosell se notan los nervios y las ilusiones de quien ha tenido al menos una década para preparar y ensayar la respuesta y ve llegado el momento de lucirse cuando mirando muy serio y muy orgulloso y satisfecho al apuntador, anuncia: “no sé, dímelo tu”. Lo que sigue causa cierta vértigo. Rosell sigue diciendo yo te cuento un cuento y tu me cuentas qué te parece y explica que si hubiera un referéndum por la independencia él votaría que sí y que si el sí ganase se iría de Cataluña. “¿Soy o no soy?”, acaba preguntándose Rosell. Y es que no es para menos.

Évole se sorprende, porque el buen izquierdista es un hombre que siempre se sitúa en posición de dejarse sorprender por la realidad. Por mucho que sea periodista y por mucho que lo que acaba de oír sea, exactamente, lo que vimos todos hace ya no recuerdo cuántos años. No tiene nada de sorprendente que piense así quien ya actuó así cuando promovió una Acción de Responsabilidad contra Laporta para acabar votando en blanco. Y no tiene nada de sorprendente que alguien pueda votar que sí por la independencia con el corazón y acto seguido largarse corriendo al extranjero con la cabeza. La respuesta de Rosell no es sorprendente ni por ser de Rosell ni por ser de un presunto independentista. No es el primero ni será el último y Rufián sigue, lo hemos visto, conduciéndose según esta misma máxima de comportamiento.

En realidad, lo realmente sorprendente es que todavía sean capaces de fingir, aunque mal que bien, que la pregunta importante es si se es o no se es independentista. Cuando lo que a estas alturas debería ser ya evidente es que la pregunta relevante en política es si alguien es, o no es, capaz de huir de las consecuencias de sus propias acciones y proclamas. Lo importante es saber si cuando alguien está llamando a la acción está, con ello y al mismo tiempo, señalando al culpable de su futuro fracaso o asumiendo una responsabilidad por sus posibles efectos. Porque lo primero, lo del que huye de los efectos que causa en los demás, es un código de conducta impresentable, pre-hammurábico, simple y llanamente incompatible con la vida civilizada. Es el código de conducta de ese inocente malvado al que cantaban los Manel en su último disco, dedicado a destripar la banalidad de la buena gente. Esa gente que pretende ser juzgado por sus nobles intenciones pero nunca por los posibles y perversos efectos de sus acciones. Los que nunca dejan huella en arma alguna. Los que aquella noche no estaban en la ciudad. Los que no lo hicieron ni serían capaces y arrugan la nariz cuando ven comportamientos que les parecen del todo inadecuados.

Así que afina las preguntas, Évole, afina las preguntas.

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