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Ferran Caballero

Salvar al soldado Emmanuel

«Antes de ver a Macron tan enfadado yo pensaba también que la vacuna iba de salvarnos a nosotros. A los que necesitamos que nos salven»

Opinión
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Salvar al soldado Emmanuel

Ludovic Marin/Pool | Reuters

Salió Macron muy serio diciendo que esta vez se quedan en casa los no-vacunados, que él ya está harto de sacrificarse por los demás. Me habré perdido algo como suelo, porque yo juraría que la vez anterior nos encerraron a todos sin distinciones. A los que un año después se vacunan entusiasmados y cuelgan fotos y dan las gracias a la sanidad pública y también a los que ya entonces y sin saber quienes serían empezaban a ser sospechosos de no confiar lo suficiente en los médicos ni en los políticos y de no aceptar con el debido agradecimiento el enorme e ilegal recorte de libertades que nos regalaron. No pudiendo ser China la culpable, porque a ver quién le tose, lo han sido desde el principio los negacionistas y la extrema derecha, que igual sirve para un rato como para un descosío.

 Ahora los negacionaistas son antivacunas y nosotros seguimos sin saber quiénes ni cuántos son exactamente aunque creo recordar que había un cantante con problemas de drogadicción que estaba como en contra del pinchazo. Nuestros gobernantes se preocupan demasiado por los antivacunas. Literalmente. Se ocupan de ellos demasiado pronto y con excesiva indignación cuando todavía faltamos tantos y tan sumisos y creyentes ciudadanos de bien por vacunar. ¿Han vacunado ya a todos los que la quieren? ¿A todos los dispuestos? ¿A los resignados? ¿A los que siguen esperando para encontrar cita? Que acaben con nosotros de una vez y entonces sí, el día en que les sobren vacunas y les falten camas de UCI, entonces que se pongan en seguida a organizar redadas contra los escépticos.

Mientras tanto, mientras esperamos turno para el selfie, las felicitaciones y los agradecimientos, la verdad es que un poco escépticos es normal que nos pongamos. Que hay un escepticismo, quizás de mínimos, chiquitito, para nada de extrema derecha Dios nos libre, que es siempre recomendable y a estas alturas quizás un poco más. Es un escepticismo para con los médicos que juegan a dictadorzuelos y para los políticos que juegan a médicos que juegan a dictadorzuelos que… y que se cobran todos y cada uno de sus errores de cálculo, exageraciones e incompetencias, lógicas e ilógicas, con nuestros derechos y libertades. Un poco escéptico hay que ser con políticos que nos encierran a todos en casa porque no pueden evitar que unos pocos beban en la calle.

Hay que ser un poco escéptico para con los políticos que mintieron y mienten, que toman e imponen medidas represivas inútiles para disimular sus impotencias y que nos amenazan con volver a embozarnos en la mismísima frase en la que reconocen que eso no sirve para evitar contagios pero sí para mantener vivo el miedo al virus. Yo pensaba que se les escapaba. Que estas bestiezas que dicen eran pequeñas indiscreciones de aprendices de autócrata. Pero empiezo a sospechar que no es así. Que lo dicen a sabiendas porque sólo con nuestra complicidad culpable podrían seguir ostentando un poder tan arbitrario. Que como demuestran esos mismos botellones, no les basta con la policía ni con las multas y necesitan que conservemos el miedo al virus[contexto id=»460724″] para que obedezcamos leyes y normas injustas a sabiendas. Por no parecer lo que no querríamos ser. Para que nos sintamos cómplices y para que la vergüenza torera nos impida pedir explicaciones. Si funciona con el procés, por qué no iba a funcionar con el virus.

Antes de ver a Macron tan enfadado yo pensaba también que la vacuna iba de salvarnos a nosotros. A los que necesitamos que nos salven. Que nos ponían la vacuna que ellos tan graciosamente te regalaban y de golpe y pinchazo le debías la vida al gobierno. Pero parece ser que ya ni con eso se conforman. Que la vacuna también va de salvarlos a ellos y a su reputación. Y por eso nos riñen tanto. Porque a veces pasa con las broncas de los padres que al final la cosa va de ellos. Y como pasa con los padres, bien está que nos riñan y se enfaden. Que griten incluso y cuanto quieran porque su indignación y sus amenazas son prueba de que todavía queda algo de nuestra libertad.

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