THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Somos 'detritus'

«Hablo de un marco de ideas ‘top-down’, carentes de cualquier tipo de sofisticación, imponiéndose de arriba abajo al pueblo como una nueva dictadura donde se delimita quiénes son los buenos y los malos»

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Somos ‘detritus’

Eric Risberg | AP Images

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman puso de moda el término “detritus” para referirse a los perdedores de la globalización. Ya no se trata sólo de que el capitalismo genere toneladas de residuos ni de que contamine el medio ambiente a gran escala, sino que además un número significativo de la población pasa a ser irrelevante desde un punto de vista productivo y a engrosar las filas del paro estructural o del empleo poco cualificado. Detritus, en su acepción contemporánea, son las islas de plástico en medio del océano o la basura incinerada en las torres que trabajan veinticuatro horas al día. Detritus es la contaminación acústica, los satélites inoperativos que orbitan la Tierra, el latido radioactivo que palpita bajo los mares y las arquitecturas fantasmales que pueblan las ciudades vaciadas por la crisis. Detritus son los millones de personas que se han quedado sin trabajo por pertenecer a sectores obsoletos y que miran su futuro –por edad, por formación, por geografía– sin esperanza alguna. Por supuesto, la palabra detritus no se refiere sólo a una realidad material, sino también a los silenciados por su ideología, a los perseguidos por su fe o por el color de su piel, a los humillados y olvidados, que diría nuestro Jiménez Lozano.


Pero las sociedades contemporáneas generan otros tipos de código basura dignos de mención. Hablo de un marco de ideas top-down, carentes de cualquier tipo de sofisticación, imponiéndose de arriba abajo al pueblo como una nueva dictadura donde se delimita quiénes son los buenos y los malos; quiénes los ciudadanos que pueden hablar y expresarse en público, y quiénes los que deben callar si no quieren sufrir el escarnio de la corrección política. Son ideologías que diseccionan nuestras creencias y nuestras costumbres, ridiculizando algunas, dinamitando otras, conduciéndolas todas al muladar de la historia. Pensemos en las escuelas, donde se han reducido las Humanidades a la nada, perdiéndose en ese proceso un número enorme de herramientas intelectuales y de saberes acumulados. O el desprecio al conocimiento en mayúscula, frente al elogio banal de las competencias o del emocionalismo pedagógico. Y no cabe duda de que también son detritus las fake news, esa atmósfera moral que tergiversa la realidad para convertirla directamente en mentira, aunque tenga la apariencia de verdad y se venda como tal. Y la comida basura que falsea los sabores y enferma el cuerpo con su sobredosis adictiva de grasas, azúcares y sal.

En este sentido, la cultura del reciclaje aporta un sentido que va más allá del ecológico y que adquiere tintes nítidamente conservadores en su acepción más noble. No perder nada sino recuperarlo todo, enriqueciéndonos por el camino. La inteligencia humana es capaz de eso y de mucho más: recuperar el detritus porque no lo es, no lo somos.

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