Tasas e impuestos
«La frivolidad se paga, porque tiene consecuencias. Incluso las ideas razonables precisan un marco adecuado para poder fructificar de modo aceptable»
Entre otras cosas, la vida pública consiste en pagar. Impuestos, por ejemplo. O tasas. Y está bien que sea así. Las sociedades modernas se sostienen sobre unas infraestructuras que promueven el desarrollo y unos programas de bienestar que garantizan unos niveles aceptables de equidad. Como ya intuyó Tocqueville, el difícil punto de equilibrio entre lo público y lo privado tiene mucho que ver con la cultura y las costumbres de cada país. Si los dos grandes modelos de éxito son hoy en día Dinamarca y Singapur, resulta fácil adivinar la enorme distancia que los separa: en lo económico y en lo social. Tienen en común, sin embargo, una voluntad de racionalizar la política y no gobernar a golpe de improvisaciones.
Todo lo contrario, se diría, de nuestra experiencia. El desarrollo de las competencias autonómicas, por ejemplo, respondió a la urgencia de la coyuntura parlamentaria más que a un proceso planificado de actuación. ¿Cuánto hay de irresponsabilidad pública en el delicado estado de nuestra Seguridad Social? ¿Y qué decir de un sistema fiscal que compagina una alta imposición individual con una pobre recaudación? ¿Y del continuo parcheo de la legislación laboral, a pesar del elevado paro estructural? Son preguntas con una respuesta obvia y nada positiva.
La frivolidad se paga, porque tiene consecuencias. Incluso las ideas razonables precisan un marco adecuado para poder fructificar de modo aceptable. Uno piensa en la última de las ocurrencias del actual gobierno en funciones: cobrar un peaje –más o menos simbólico– por el uso de las autovías públicas, hasta ahora gratuitas. Se trata de una política habitual en muchos países europeos y que serviría para financiar el mantenimiento de las carreteras. Nada que objetar, si no fuera porque nos falta el dibujo global: la racionalidad de los actuales niveles de gasto público, la obligación moral de hacer más eficiente ese gasto, la necesidad de modernizar en su conjunto la fiscalidad, la cuestión de sus efectos sobre la competitividad y los precios, la pregunta por el trazado de las infraestructuras, los efectos sobre la estructura económica, la mirada sobre el futuro… La vida pública consiste en pagar, en efecto. Y también en gastar, por supuesto. Pero las urgencias presupuestarias deben acomodarse a una visión sostenible de largo plazo y no a la inversa.